GRUPO PLAZA

1966: se hizo justicia

50 años de puñetas en femenino

En 1966, una ley abrió las puertas de las mujeres a la administración de justicia. En 1971, María Jover se convirtió en la primera juez de España. Medio siglo más tarde, las cosas han cambiado mucho, pero todavía quedaba bastante por hacer

| 27/12/2016 | 8 min, 25 seg

El 28 de diciembre de 1966 se aprobaba la Ley 92/1966, que derogaba la prohibición de acceder a la carrera judicial a las mujeres, aunque no fue hasta 1971 que María Jover Carrión se convertía en la primera jueza tras aprobar la oposición. Un año antes, en mayo de 1970, Carmen Tere Agüelo había hecho historia al ser la primera fiscal mujer de España, aunque la Fiscalía General del Estado dice que fue Belén del Valle en 1973. Ahora, cincuenta años después, las féminas son mayoría en una carrera, la de juez y fiscal, en la que ellas son más pero ellos siguen mandando.

Lea Plaza al completo en su dispositivo iOS o Android con nuestra app

En la judicatura el 52 % de sus integrantes son mujeres, pero jamás ninguna de ellas ha sido presidenta del Consejo General del Poder Judicial y tan sólo una, Consuelo Madrigal, ha llegado a fiscal General del Estado. En el Tribunal Supremo sólo hay un 13 % de féminas y ninguna al frente de una Sala. ¿Existe un techo de cristal en la carrera judicial? ¿Hay todavía machismo dentro de la carrera?

 Teresa Gisbert es la fiscal jefe de Valencia y Ana Lanuza es la fiscal delegada de Civil. Ambas aprobaron la oposición en 1981. Susana Gisbert entró en el Ministerio Público en 1992, es portavoz de la Fiscalía y fiscal de Violencia de Género. Las tres, junto a la presidenta del Tribunal Superior de Justicia Pilar de la Oliva, Isabel Moreno magistrada de Lo Social del TSJCV y Paloma Tomás jueza de refuerzo de Familia hablan sobre cómo ven su carrera profesional y cómo ha evolucionado. Las dos magistradas aprobaron la oposición un año más tarde que las fiscales, en 1982, mientras que Paloma es la más joven del grupo, apenas tres años desde que recibió su despacho de manos de Felipe VI.

Los años 80

Las más antiguas tienen cientos de anécdotas en su dilatada carrera. La España de principios de los 80 no se parecía en nada a la de ahora. Todas ellas recuerdan cómo las bajas de maternidad duraban apenas tres meses. «No estaban preparados para tener mujeres. No se contemplaba que una mujer se pudiera coger una baja por maternidad y, cuando te quedabas embarazada, trabajabas hasta el último día porque no había sustitutos y tenían que ser tus propios compañeros los que te cubrieran esos tres meses», recuerdan Gisbert y Lanuza.

De la Oliva y Moreno explican que tras su baja se llevaban a sus hijos al juzgado. «Yo le he dado de mamar en mi despacho», comenta Isabel Moreno mientras Pilar de la Oliva le lanza una mirada de complicidad a la vez que le dice: «La cantidad de veces que nos hemos tenido que traer a los niños». 

Paloma Tomás sabe que eso a ella no le va a pasar, pues las condiciones laborales actuales son completamente diferentes a las de aquellas pioneras que, entre sentencias, juicios y calificaciones tuvieron que tumbar los estereotipos machistas de una época, la de los 80, que miraba con miedo la incorporación de la mujer al mundo laboral.

Pero para las fiscales no era algo nuevo. Ya cuando preparaban la oposición en los años 70 sus preparadores les dejaron claro que para aprobar «había que ir en traje chaqueta negro y camisa blanca. Obviamente el traje tenía que ser falda y nada de llevar las uñas pintadas o ir muy maquillada al examen». 

Hasta Susana Gisbert, cuyo preparador Miguel Miravet (que era de las personas más progresistas de aquella España ochentera) le recomendó que se quitara el esmalte de uñas. Entre risas le recordaba Ana Lanuza a Teresa cómo cuando fueron a jurar a Barcelona un señor que pasaba por la calle les preguntó: «¿Son ustedes del orfeón?».

Para Pilar de la Oliva no había machismo, pero sí recuerda cómo el día que fue a examinarse al Tribunal Supremo un guardia civil que se encontraba allí custodiando el sumario del 23F le preguntó «¿qué hace usted aquí?», a lo que ella respondió que iba a examinarse. El guardia se la quedó mirando y le espetó «¿pero eso lo pueden hacer las mujeres?», y ella, nerviosa por la prueba que le esperaba le dijo «no sé, creo que sí».

Juezas y fiscales

Es bastante llamativo que, si bien todas afirman haberse sentido apoyadas por sus compañeros de trabajo y achacan el machismo más a la sociedad que a la carrera judicial, un machismo que para todas sigue imperando en la sociedad actual aunque en menor grado, son las fiscales las que más memoria tienen sobre los problemas que suponía ser mujer en aquella España de cambios.

Teresa Gisbert cuenta que cuando llegó a su primer destino fue a alquilar una casa. La persona que se la debía arrendar le preguntaba por el fiscal, y ella le trataba de explicar que «no había señor fiscal, que era yo la fiscal». Le costó varios intentos, pero finalmente no tuvo que dormir en el juzgado.

Ana Lanuza recuerda haber visto «cómo un magistrado echaba de su despacho a dos compañeras magistradas por ir vestidas con pantalones», a lo que Susana Gisbert le contesta que a su prima Marina, la primera forense de Valencia, «un magistrado presidente de una sala de la Audiencia Provincial de Valencia la riñó por ir en pantalones a un juicio, a lo que Marina le contestó que si quería se iba y que llamaran a otro». No hizo falta, pero ahí quedó el comentario.

Las fiscales todavía recuerdan cómo, tras aprobar la oposición, el tribunal examinador les decía que eligieran fiscal porque era mejor para una mujer. Ellas escogieron formar parte del Ministerio Público pero no por aquellos magistrados, sino por vocación. Recuerdan cómo todos les decían «quéduras son, porque creían que por ser mujeres íbamos a ser blandas, y cuando nos veían en juicio alucinaban».

Isabel Moreno recayó como jueza en Baena (Córdoba). Allí era costumbre que el juez fuera socio honorífico del casino del pueblo. El problema es que ella era mujer y ninguna mujer había sido nunca socia del casino. No tenía novio. Tampoco marido. Finalmente, sus vecinos de Baena la hicieron socia y allí hizo vida social hasta que cambió de destino. «Fue un primer paso para aquel pueblo en el que el machismo era algo normal en sus calles», explica la magistrada.

Puestos de poder

La conversación se torna más seria cuando hay que volver al presente, echar la vista a atrás y ver el camino recorrido. Ven las batallas ganadas a base de esfuerzo y trabajo, pero miran a la cúpula, a los puestos de mando, y sigue sin haber casi mujeres. Las fiscales ven un techo de cristal clarísimo, sin embargo las juezas no. De hecho es muy llamativa la fractura que se produce en ambos discursos.

Para Lanuza y las Gisbert no es normal que sólo haya habido una Fiscal General del Estado mujer y que nunca ninguna jueza haya ostentado la presidencia del órgano de los jueces. Ellas ven una posición de «machismo velado» en todo ello. No pueden aceptar «que no haya mujeres válidas para esos cargos».

No es un machismo en el día a día del trabajo, eso se superó. Sin embargo, las posiciones de aquellos que eligen los cargos están costando mucho de variar pese a que en diciembre se cumple medio siglo del acceso de la mujer a la carrera judicial.

Sin embargo, la presidenta del TSJCV afirma que «si no ha habido ninguna presidenta del CGPJ es porque ninguna mujer ha querido serlo». De la Oliva explica que «se están jubilando muchas mujeres de forma anticipada, mientras que los hombres piden continuar. Cada uno tiene una situación personal y generalizar es arriesgado».

Es en este punto cuando Paloma Tomás dice que «el tema de la igualdad lo entendemos mal. No entiendo las cuotas, la igualdad debería ser por méritos, igualdad de oportunidades. Las cuotas no garantizan que estés igual de preparado». «No existe ninguna diferencia entre trabajar con hombres que con mujeres», apostilla la más joven del grupo.

Las tres juezas comentan que «ahora tienes un punto más a tu favor si te presentas a un cargo por el tema de la igualdad, pero nos presentamos pocas». Este argumento choca con el discurso de las representantes del Ministerio Público que siguen sin comprender por qué no hay más mujeres en puestos de poder y como dicen ellas: «para ejemplo, un botón. En la Fiscalía del Tribunal Superior de Justicia de la Comunitat sólo hay hombres».

Pero si hay algo en lo que las seis coinciden es en «la falta de medios». La dificultad que supone poder conciliar con la carga de trabajo que todas ellas tienen. Horas y horas y horas dedicadas a sus trabajos en detrimento de su vida personal. Pero en eso, da lo mismo que se sea hombre o mujer, pues la Justicia sigue siendo la gran olvidada de los políticos. ¿Por qué será? 

(Este artículo se publicó originalmente en el número de agosto de la revista Plaza)

next