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EL MURO / OPINIÓN

A mí que me registren

Como no se remedie pronto volveremos a ser presa de los sondeos. Aunque fallen, como en la última cita electoral. Aún andan todos los expertos intentando entender qué pudo suceder para que las cifras no coincidieran con la realidad. Seis meses después continuamos en lo mismo

3/07/2016 - 

Aunque creamos ser algo y algunos vayan por ahí haciendo notar su presencia, simplemente somos números y porcentajes. Desde que nacemos hasta la muerte. De hecho, nos identificarán dentro de la caja en una sección del cementerio, nos localizarán en un cuadro numerado y después nos situarán en otro con una letra añadida.

Tenemos DNI identificativo, con guarismo. Esperamos en la cola de la charcutería el turno numerado, nuestro vehículo se pilla desde el radar Pegasus gracias a las cifras de la matrícula y su referencia numérica no evitará en la práctica totalidad de las ocasiones tener que pagar la sanción. Por no hablar de los autobuses que utilizamos, las líneas de metro, los sorteos de la suerte e incluso el número de escaños y diputados que se consiguen tras unas elecciones.

Somos también estadísticas porcentuales pensemos lo que pensemos. Pero aún así, no nos escapamos de ellas cuando se trata de hablar de mayorías o minorías. Hasta en eso, indecisos e incluso quienes prefieren no contestar, formamos parte de unas tablas y unos quesos, como se denominan los círculos que sociólogos y empresas especializadas utilizan para acotarnos. Estamos más que pillados.

Pero estas últimas elecciones generales el patio se puso muy nervioso -principalmente partidos políticos y comentaristas invitados en las tertulias que debían analizar datos- al comprobar que los números no salían. Las encuestas a pie de urna y las previas no daban en el clavo. Se quedaban trasnochadas. Hasta los más crédulos permanecían descolocados. Y qué decir de los analistas políticos que estuvieron dando la brasa durante semanas con los porcentajes para después pasarse la noche postelectoral intentado explicar lo que ni ellos mismos entendían abiertas las urnas. Nadie aportaba nada. Y aún menos justificaban los datos ofrecidos por las casas de apuestas que en esta ocasión hasta servían. Así que el jolgorio se tornó para unos en drama y para otros en festín.

-“Los electores no mienten, sólo que nosotros no hemos sabido analizar lo que nos estaban diciendo”, justificaba el responsable de una prestigiosa firma de sondeos evitando así ser demasiado duro en su autocrítica.

-“Los datos no han sido coincidentes y las causas sólo las sabremos haciendo encuestas”, afirmaba con salero el director de otra firma de consulting.

-“La gente dice que va a votar, pero no podemos usar lo que dicen que van a hacer para predecir lo que van a hacer”, añadía un nuevo experto intentado salir del paso.

Leyendo más explicaciones las únicas conclusiones tangibles serían que los españoles se habían vuelto de repente muy mentirosos, cambiamos de voto después de dar la opinión, moríamos de miedo o estábamos en pleno derroche festivo. Ironías al margen, kafkiano.

No pasa nada si las encuestas -incluidas las oficiales- se equivocan, que de vez en cuando también está bien y da cierta marcha al personal. Al menos si es la opinión privada o los partidos políticos quienes se ocupan de pagar las minutas de los consultores. Pero más grave es saber que la encuesta de RTVE y las autonómicas se había ido por el monte. La salvedad es que el ente, con los bolsillos aplanados como los tiene, tanto como las territoriales que seguimos pagándolas a escote, habían abonado nada menos que 340.000 euros por la elaboración de la suya. Un detalle, habrá rebaja sobre el presupuesto inicial según contrato.

"Todo esto nos va a enseñar para futuros comicios. No hay que fiarse. Miren si no cómo están los británicos que se las daban tan felices horas antes de votar"

Durante el discurrir de la noche los partidos políticos se fueron desinflando o hinchando según transcurrían los minutos. Absoluto delirio terrenal. Todo esto nos va a enseñar para futuros comicios. No hay que fiarse. Miren si no cómo están los británicos que se las daban tan felices horas antes de votar por el Brexit y ahora no salen de su asombro. Ya tenemos culpables.

Con los datos oficiales las cosas están donde estaban por mucho que quieran hacernos creer que todo ha cambiado. Los que ganaron por mayoría simple -saltaban en el balcón al ritmo de éxitos comerciales- aún desconocen cómo saldrán de esta, aunque convencidos de que los 4.000 cargos públicos adscritos a sus siglas podrían tener su futuro garantizado. Los perdedores superaron su desencanto agarrándose al caos de las cifras erróneas.

En estas elecciones, tras la debacle consultiva, las conclusiones han de ser más que nunca individuales. Para algo cada uno llevamos dentro un seleccionador nacional y un analista político. Unos harán penitencia y otros se lo pensarán de nuevo dos veces antes de votar aconsejados por las futuras encuestas.

Pero lo bien cierto es que el panorama pinta gris y los pactos se van a poner ya no caros sino complicadísimos. No valen deslices. Sería difícil de asimilar. Tanto por quienes en un acto de lealtad intelectual se habían animado de nuevo a entrar en el juego de las urnas frente al desencanto generalizado, y el pasotismo extremo y añadido de quienes generacionalmente son recientes en esto de las votaciones.

En esta segunda vuelta ha sido más importante el juego de la estrategia que convencer con realidades. El mismo discurso de meses atrás una y otra vez. ¿Realmente ha servido de algo gastar 150 millones para que apenas nada haya cambiado en profundidad? Aparentemente no. Sólo para saber que la corrupción ya no intimida a una parte importante de la sociedad, aunque en ello les vaya su autoestima, su bolsillo y estupor, que lo nuevo despierta todavía recelo y los enfrentamientos y diferencias internas, de forma y fondo, descolocan incluso al más fiel. Lo único cierto es que guardadas las urnas continuamos en lo mismo en que estábamos antes de abrirlas. No tiene de momento muy buena pinta nuestro futuro inmediato.

Visto el asunto, sí sabemos que costará solidarizarse de nuevo con los sondeos electorales, al menos durante un largo tiempo, y que el enroque será una constante a tenor de las primeras impresiones. Así será hasta que lleguen las nuevas encuestas. Pero ya lo saben. No se fíen. Ni de mí.

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