el callejero

El agente que vende futbolistas desde El Perellonet

11/08/2024 - 

El fútbol está hecho de nitroglicerina. Lo agitas un poco y explota. Un día es por Vinicius jr. Otro por un árbitro desafortunado. Otro por un defensa demasiado tosco con tu delantero favorito. Hay que ir con mucho tiento con el fútbol. Y José Seguí, que lleva tiempo en esto, lo sabe. La mañana está tranquila a primera hora en El Perellonet en unas fechas en la que el único fútbol que hay es el olímpico, que es menos fútbol. La gente, casi toda de vacaciones, almuerza feliz en Blayet, uno de esos restaurantes de toda la vida. Es de la familia de la mujer de José Seguí y por eso, al meterse dentro, este representante de futbolistas va hacia una señora que parece estar controlándolo todo y le da dos besos.

José se mete hacia dentro y allí no hacen más que salir un salón detrás de otro. Al entrar en uno, a Kike, el fotógrafo, le gusta la luz que entra por un ventanal y le pide que se quede allí sentado. José, un hombre de 49 años, lleva una camisa azul marino arremangada y unos pantalones cortos. Se sienta, deja a un lado el móvil y las llaves del coche -un Ford con un llavero de Ferrari- y se pone a hablar con mucha cautela. Siente que pisa un campo minado. El fútbol es así.

José Seguí vive en El Perellonet desde que se casó con Amparo, su mujer. Él, como tantos valencianos, pasaba los veranos allí y una noche, en Pomelo, un pub que había al lado de la mítica discoteca Cala, la conoció. No se ha movido de allí y, aunque el verano es más incómodo, le encanta vivir al lado de la playa y a veinte minutos de València. “En verano esto es insoportable, pero en invierno es un paraíso”.

El agente es un valenciano de manual. Nació en La Cigüeña, vivía en la Gran Vía de Fernando el Católico y veraneaba en El Perelló. De niño le gustaban todos los deportes y de adolescente se aficionó mucho al baloncesto gracias a aquel Pamesa Valencia de, y recita de memoria, Íñiguez, Solsona, Coterón, Brad Branson y Clyde Mayes. “Me saqué el pase, que costaba cinco mil pesetas. Pero, ojo, que también iba al Plà de l’Arc (el pabellón del Choleck Llíria) a ver a (Dan) Palombizio”. Seguro que influyó su paso por San Pedro Pascual, un colegio donde hay una gran afición por el baloncesto, donde tuvo de entrenador a Edu Beut y donde conoció a Paco Olmos y Manolo Real (dos conocidos técnicos).

En aquella época aún era del Valencia CF. Pero irrumpió el Barça de Johan Cruyff, el célebre ‘Dream Team’, y cambió de chaqueta. “Creo que todos éramos de ese equipo”, dice casi como justificándose. Su padre trabajaba en la banca y su madre era ama de casa. Él, muy aplicado, acabó en el instituto y se puso a estudiar Derecho. Hoy no sabe el porqué. Solo eleva los hombros y suelta: “Era la época en la que si no sabías qué estudiar te metías en Derecho porque decían que tenía muchas salidas".

Cuando acabó la carrera, en lugar de irse de pasante a un despacho de abogados, se sacó el título de entrenador de fútbol y, poco después, entró en la escuela del Valencia. Tres o cuatro años en los que lo mismo estaba de delegado que de ayudante de entrenador. Después se fue a Madrid y se sacó el título de agente FIFA para poder dedicarse a la representación de jugadores. Luego volvió a casa y se lo dijo a sus padres, que recibieron la noticia entre la incredulidad y la indignación. Con lo bien encaminado que parecía estar.

Su primera negociación, con el Perugia

Hoy, a sus 49 años, no encuentra una razón que explique aquella decisión. “No sé. Me gustaba el deporte, pero no tenía cualidades para ser deportista; mi ilusión era ser entrenador, pero sin contactos ni habiendo sido futbolista, era prácticamente imposible, y elegí ser agente, que también era muy difícil. Pero yo me lancé”.

No han pasado ni seis minutos de la charla y le suena el teléfono. Mira a ver quién es, pide permiso y se va para poder hablar con más intimidad. Luego vuelve y se excusa. “Era el director deportivo del Girona (Quique Cárcel, uno de los responsables del equipo revelación de la última temporada)”. El mercado nunca para. Luego hace memoria y vuelve a 1999, el año que empezó su carrera como representante de futbolistas.

Lo primero que hizo fue acercarse a la Ciudad Deportiva de Paterna, donde, después de esos años trabajando allí, tenía buenos contactos. Un día se encontró con Toni García, que era el delegado del alevín, le comentó su nuevo proyecto y entonces este le dijo que su hijo necesitaba un representante. Así fue como Dani García se convirtió en su primer cliente. Aquel verano del 99, el chico fichó por el Perugia. Una operación redonda.

Seguí sonríe al rememorar sus inicios. Él llevaba una vida modesta. “No tendría ni tres mil pesetas en el banco”, recuerda. El agente explica que Claudio Ranieri, que entonces era el entrenador del Valencia CF, le echó una mano. “Me presentó a un agente que se llamaba Bernardo Vitale Brovarone. Tuvimos una reunión en el Villa Magna (un hotel de lujo de Madrid). Nos tomamos un café, un zumo y algo más, y cuando llegó el momento de pagar la cuenta, por miedo a cuánto podía subir aquello, me levanté y me fui al aseo. Eso es auténtico. Fue una negociación muy complicada. En aquel momento estaba la familia Gaucci -llevó al ‘I Grifoni’ de la Serie C a la Serie A- y fue muy jodida, pero el chaval acabó en el Perugia”.

De los que ahora son sus clientes prefiere no hablar. Tampoco quiere hablar de coches. El fútbol es nitroglicerina y sabe que hay temas que es mejor no tocar. “La mayor virtud de un representante deber ser la honestidad”, dice cargado de solemnidad. “Porque esto es muy largo y se sabe todo. Si te pillan, te ponen la cruz y se acabó. A mí, 25 años después, cualquier director deportivo de España me sigue cogiendo el teléfono. Y esa es la clave”.

El caso es que aquel joven de 24 años se abrió camino y se hizo un sitio en esta selva del fútbol con jugadores como Momo Sissoko, Palop, Pedro López, Juanfran (Levante) o César Sánchez. Aquel joven José Seguí se pensaba que un agente tenía que estar todos los días de comida. Y durante muchos años hizo polvo el Blayet y el Mas Blayet, los restaurantes de la familia, pero también Civera o el Hotel Westin. Y en Madrid, De María, carne de futbolistas. “Entonces no paraba. Te ibas de comida y estabas hasta las cinco o las seis. Ahora, a punto de cumplir los 50, evito todo tipo de comida y de cena. Es más de lo mismo y pierdes el tiempo. Hace cinco meses que no voy a una comida de trabajo. Con 30 te apetece más pegarte la comilona y beberte dos gintonics. Pero ahora la bebida ya no me sienta bien y con un café resuelves lo mismo que con una comida”.

Seguí casi pisa una mina ante la pregunta de si vuelan muchos puñales en el fútbol. Pero se para antes de tiempo y dice que no. Lo dice un hombre que denunció a Isco y le ganó 2,6 millones de euros gracias a la sentencia del juez. Él cree haberse hecho un nombre. “La clientela ahora me llega por mi reputación. Este trabajo acarrea una gran responsabilidad. Tú captas a un cliente y al día siguiente ya tienes una nueva obligación”.

Las despedidas, muy especiales

Seguí piensa que las negociaciones han cambiado mucho. Los jugadores, antes, iban mucho más perdidos. Ahora casi todos saben lo que valen y los salarios que se manejan en el club que le pretende. Pero si hay hasta webs especializadas, como Transfer Markt, que tasan a los jugadores y que ahora mismo consideran que, en la Liga, los más valiosos son Vinicius jr., Kylian Mbappé y Jude Bellingham (180 millones de euros). “Aunque yo no creo en eso, se equivocan mucho”.

A José Seguí, que ya es un adulto, le toca trabajar para chicos muy jóvenes que ganan una fortuna. Eso les aleja muchas veces de la realidad y les hace creerse más de lo que son. Aunque el agente discrepa. “Es más peligroso el entorno que el jugador. Algunos papás y algunas mamás se creen más de lo que son y el jugador, en realidad, solo piensa en el fútbol. Pero el entorno… Me meto mucho en eso. Si me escuchan, les aconsejo, pero también hay quien no quiere escuchar y entonces siento pena por ellos. Al final ellos son víctimas de un entorno malo, y eso es un problema”.

Un momento muy especial para él es la despedida de un jugador. El día que pasan de futbolistas a exfutbolistas. Un paso mucha veces traumático. “Es muy especial porque estás viviendo con ellos el último día de su trabajo. Es algo que me impacta mucho. Es muy emotivo. Imagínate llevar 15 años en el fútbol y, de repente, sales de golpe de ese mundo. Algunos no lo llevan bien e influye mucho la preparación que tenga cada uno”.

El representante de futbolistas asegura que casi no va al fútbol. No más de seis veces al año. Pero en casa no hay día que no vea uno o dos partidos. A su mujer le encanta y a su hijo, Lucas, de 19 años, también. Un problema muy común es que todos los amigos y conocidos piensan, y probablemente no les falte razón, que puede conseguir entradas para los partidos más apetecibles. “Eso es lo peor. Lo peor de esta profesión son los favores que te piden los amigos. Desde entradas para una final del Valencia hasta una camiseta firmada para sus hijos”. Con el tiempo ha aprendido que un no es el camino más corto. Pero eso lo sabe ahora. En 2008 llegó a conseguir 70 entradas para la final de la Copa del Rey entre el Valencia CF y el Getafe. No volverá a cometer ese error.

Él tampoco tiene muchos caprichos futbolísticos. A la final de la Eurocopa no le apeteció ir. Seguí dice que después de la final de la Copa del Mundo de 2010 ya nada podrá ser lo mismo. “Cuando pasaron a la final, le dije a mi mujer que había comprado billetes de avión y que nos íbamos. Fuimos, vimos el partido y nos volvimos. Conseguí entradas gracias a mis contactos”.

Ha llegado el momento de hablar de dinero. Si el fútbol mueve millones de euros y los agentes se llevan el 10 o el 15%, la ecuación parece sencilla. Pero Seguí nos regatea. “Hay un poco de leyenda en el tema económico: no se gana tanto y hay muchos gastos, muchísimos. No todos los años te sale bien y pagas muchos impuestos. Yo nunca he deseado llevar a una gran estrella porque eso también es una forma de vida que te obliga a ir con él a todas partes. Yo prefiero ganar menos y vivir más tranquilo”. Y así parece vivir. Ahora, sentado en una mesa del Blayet con una Coca-Cola Zero en una mañana de verano, parece un veraneante más disfrutando de la vida en El Perellonet.

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