VALÈNCIA. El amor de Álex de la Iglesia por el naturalismo ya tiene película: El Bar. El décimo cuarto largometraje de ficción del bilbaíno que mejor ha retratado Madrid desarrolla una historia coral plagada de tics en sus personajes que difícilmente podrán ser encajados lejos de España. Por eso, quizá, sorprende que eligiera la Berlinale como pantalla de estreno. La ambición habitual del cineasta es internacional, pero pocas películas tienen un discurso tan próximo como este recorrido por un universo tan propio como el de ese lugar de tres letras y miles de historias de barra.
El Bar, que cuenta con financiación y reparto valenciano, rodó sus interiores en los estudios Galaxia de Paterna, localidad donde este lunes también era preestrenada dentro del ciclo anual del Festival Antonio Ferrandis. En la proyección, un grupo de personas tan dispares como las que se dan cita en cualquier local de Malasaña desayuna. Entre carajillos, cortados y barritas con tomate, uno de los clientes sale rutilante por la puerta del bar y recibe un disparo mortal en la cabeza. Los móviles quedan inhabilitados y todos se dan cuenta de que un mal les acecha. Tardarán algo más en saber que el mal no está fuera; el mal son ellos mismos.
El film se prestaba a que De la Iglesia filtrase rasgos del slasher o ese género -en sí mismo- que es mantener en pantalla a un grupo de personas encerradaas con el mal fuera. Pero no hay nada de John Carpenter (Asalto a la comisaría del Distrito 13, La cosa), Howard Hawks (Río Bravo) o Luis Buñuel (El ángel exterminador) en El Bar. El discurso es actual y próximo: “la película tiene esa vocación de prescindir de géneros. Escucha a la historia que cuenta y, quizá, todo lo que hay es una búsqueda naturalista de ver cómo reaccionarían personas como nosotros, como las que nos rodean, ante una situación límite". Y piensan en complots, en conspiraciones, en problemas externos antes de aceptar que, "como suele suceder, el mal somos nosotros mismos y no los demás".
Esta es una película sobre la muerte, "sí, o sobre la aparición de nuestro propio yo ante la supervivencia". Los personajes se abren tal y como son en pantalla, aunque las interpretaciones más destacadas del film quizá no sean las de sus roles protagonistas y sí la de secundarios como Jaime Ordóñez y Joaquín Climent. El valenciano -y Diego Braguinsky- han sido parte de este trabajo, aunque De la Iglesia, que ya había trabajdo con Climent en películas como Balada triste de trompeta o La chispa de la vida, muestra su debilidad por él dentro del reparto: "como Terele [Pávez], ese tipo de actor que hace de lo corriente algo extraordinario. Parece que se esté inventando cada frase que dice, con un trabajo muy orgánico, que suena bien. Clavan el texto, nunca tienen intención de transformarlo y tienen ese don para soltar una frase de seis líneas de una forma lapidaria. Del tirón. Me apasiona".
El curioso origen de El Bar está en la propia experiencia de De la Iglesia: "cuando sucedió lo del ébola... fue una situación increíble. Había una inestabilidad increíble. No sé qué nos pasó. Yo tenía una amiga que trabajaba en el hospital donde estaba la infectada y un día, en aquellos días, que me despedí de ella... no le di un beso. No lo hice y pensé en todo. Pensé que era por mi familia. Por mi entorno. Que tenía que protegerme. Claro, un minuto después, ya estaba pensando en ello. ¿Por qué no le había dado ese beso?". Esa historia de enfrentamiento al final inmediato sirve de fórmula para hablar, desde un escenario casi claustrofóbico, de una realidad mayor. Como en las películas de género, De la Iglesia aprovecha el film para dejar otra premisa: "esa reacción social tiene mucho que ver con lo que está pasando en este país y en el mundo. Hay un grupo de personas pensando qué es mejor para que nos salvemos todos y hay otro grupo de personas que piensa qué es mejor para que se salven ellos mismos, por encima de los demás".
Una psicosis que De la Iglesia no ve en el cine español, al que considera en muy buen estado de forma: "esa tensión se ve desde fuera. Desde dentro se trabaja muy tranquilo. Se trabaja bien. El cine español está haciendo las mejores películas que ha hecho nunca. Este último año ha sido uno de los mejores en décadas. Ves las películas de 2016 y son un abanico de ideas, de tendencias en cuanto a guión, de tipos de cine... me parece excepcional". Él ha sido en estas últimas décadas uno de los cineastas más influyentes, sin duda, pero este último film cambia de carril algunas de sus expectativas conocidas. La producción encierra a los personajes en un entorno asfixiante donde los cuerpos se mueven entre sí: "esto habla de una serie de retos técnicos que son los que me motivan ahora. Conseguirlos es lo que me hace sentir vivo".
De la Iglesia se refiere a la misma construcción del bar, "a generar esa relación entre la plaza, el bar, el sótano... mi interés era el de crear una serie de secuencias muy potentes en un ambiente muy cerrado". Ese era el reto, difícil casi en un sentido coreográfico, pero sobre todo manteniendo el nivel general de las interpretaciones con sesiones de rodaje parapetados en tan poco espacio. Destaca el sensacional trabajo de Domingo González en un montaje que mantiene la tensión a partir de los excesos visuales del director, esta vez en un entorno mínimo. No obstante, De la Iglesia se muestra "especialmente satisfecho de la puesta en escena. Cómo rodarlos era complejo, pero estoy satisfecho".
Ese tipo de rodaje, más allá de los beneficios del citado montaje, era también una meta por la propia gestión del equipo.
-¿El trabajo de dirección actoral ha sido más intenso?
-"Sí, por supuesto. Estar todos los días todos pegados, 12 horas juntos... cuando el grupo de actores no varía, es complejo. Era el reto y es cierto que cuando van pasando los días se genera una química muy curiosa. De lo que más orgulloso estoy con esta película es del tono de la misma, de cómo se mantiene... Ha influido mucho el poder ensayar la puesta en escena".
-¿Cambiarías algo de ese proceso, de la gestión del equipo?
-"No. Creo que le estoy pillando el punto. Repetiría todo el planteamiento. Quizá, tener más tiempo... pero tampoco. Creo que si tomas más tiempo, quizá no consigues el mismo resultado. Es importante sacar las cosas con un nivel de tensión importante".
El final del film no es un trago apaciguante para el espectador, pero quizá sí para su director. La reacción que contemplarán los espectadores, asegura De la Iglesia, no está adulterada: "es lo que sucedió cuando rodamos la escena por las calles de Madrid sin previo aviso, dejando que la gente de la calle reaccionara como todos lo haríamos". Como en la película, las reacciones pueden llegar a ser de lo más sorprendentes, aunque todos podamos reconocernos -al menos en el fuero interno- con alguno de los roles de lo que en El Bar sucede.