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el callejero

Alfonso ganó el Balón de Oro de los cupones

Foto: KIKE TABERNER
11/06/2023 - 

Uno no se da cuenta del ruido que hay en el centro de València hasta que intenta hacer una entrevista en la terraza de Casa Mundo. Entonces le asalta de golpe todo el bullicio de la calle Don Juan de Austria. Cargas, descargas, camareros que montan las terrazas, ejecutivos que hablan a gritos con los pinganillos puestos, gente que va arriba y abajo…  Así que lo mejor es moverse hasta el Parterre, pero allí, en uno de los pocos bancos que quedan con sombra, te encuentras a una mujer subida a un cortacésped haciendo un ruido ensordecedor. No queda otra que huir al claustro de la Nau, un remanso de paz. Aunque justo este día hay un hombre dándole al martillo… A Alfonso Méndez, que es ciego y en teoría tiene el oído más desarrollado, no le molesta. Él está acostumbrado después de pasar treinta años vendiendo cupones en las calles del cogollo de la ciudad.

Alfonso vende cupones y desde 2009 está en un lugar privilegiado: la puerta principal de El Corte Inglés de Pintor Sorolla. Allí, durante estos catorce años, muchos transeúntes se han familiarizado con esa voz que, de vez en cuando, repite: “¿Quién lo quiere para esta noche? ¿Quién quiere un cuponcito?”. A este veterano vendedor de 63 años le gusta cantar sus productos para atraer, y lo consigue, a los viandantes.

Su vida pegó un vuelco a los 27 años. Alfonso iba un día al volante de su Dyane 6 cuando notó que había pinchado una rueda. Salió del coche, abrió el capó y cuando estaba con medio cuerpo ahí metido, le cayó la plancha de metal sobre la cabeza. “Me di un golpe tremendo en la nuca y tuve desprendimiento de retinas. En un ojo sólo veía luz y bultos, pero en el otro quedé bastante bien. Siete años después, cuando ingresé en la Once, perdí el ojo que no veía bien después de varias operaciones, y el otro fue degenerando. Llegó un momento que incluso necesité un perro-guía. Pero hace siete años me operé del ojo que me queda y recuperé el 10% de visión, que puede parecer poco, pero es una pasada… Pude ver, por primera vez en 16 años, la cara de mis hijas. Ahora ya no puedo distinguir el rostro de nadie. Yo estoy hablando contigo y no te reconozco, no sé cómo eres”.

Alfonso, que tiene un bonito timbre de voz que recuerda a Carlos Sobera, tuvo que masticar esta desgracia. Perder la vista no es algo que se asuma de la noche a la mañana. “Al principio estás lleno de inseguridades, miedos y vergüenzas. Luego vas dominándolo y vas adaptándote a la situación, que no es mala, es diferente. El día que lo asumes, aprendes a vivir”. Ahora, encima, la tecnología se ha desarrollado mucho y un invidente lo tiene más fácil que en el siglo pasado.

Un cambio traumático

Antes de ese accidente, Alfonso Méndez trabajaba como contable en Joyería Montiel. La empresa le ayudó todo lo que pudo cuando perdió la visión, pero llegó un momento, pasados diez años, que tuvo que dejar su trabajo. De eso hace 29 años. Entonces, perdido y necesitado, se afilió a la Once y solicitó la venta del cupón. “El cambio en mi vida fue muy traumático. Mucho. Al principio no aceptas tu nueva situación porque el pánico te invade. Esto me pasó a los tres meses de casarme y llegas a pensar cosas muy extrañas. Pero el día que lo aceptas, te cambia la vida. Es automático, como un interruptor”.

Su cambio llegó el día que acudió a la sede de la Once y pudo ver lo que hacían los afiliados, los niños ciegos, la gente que estaba igual o peor que él. Como el día que vio a un ciego total trabajar con dos ordenadores a la vez. “Cuando ves que toda esa gente desarrolla una vida plena, sin carencias, dices: ¿Y yo por qué no? En ese momento cambias el chip y tu vida cambia para bien”.

Su mujer, Teresa, siguió a su lado. No todas las parejas tienen la capacidad de soportar que la persona con la que se han casado ha perdido la vista de repente y se convierte en dependiente. Pero ellos resistieron y, juntos, han tenido a dos hijas: María Teresa, que ya tiene 29 años, y Marta, de 25. Dos chicas que han crecido viendo normal la singularidad de su padre.

El hombre del martillo se ha ido con la escalera de tijera debajo del brazo y durante unos minutos reina la calma en el claustro de la Nau. Alfonso habla con naturalidad de todos sus problemas, aunque a veces se intuya que pase de puntillas por algunos asuntos. Una de sus hijas le puso la noche anterior una cinta en la muñeca a modo de pulsera. Justo encima, en la parte interior del brazo, se descubre un curioso tatuaje con dos ramitas de lavanda que simbolizan a sus dos hijas. Dos ramas por las que sigue creciendo una familia que hunde sus raíces, por parte paterna, en Irún y Canyamelar. “Mi madre siempre contaba que su abuelo tenía una barraca en la calle de la Barraca. Se conocieron en València después de que la familia de mi padre se viniera durante la guerra”.

Alfonso, que es el menor de cinco hermanos, es feliz vendiendo sus cupones. Su primera ubicación fue en la esquina del Paseo de Ruzafa con Convento Santa Clara. Luego se cambió a la plaza del Ayuntamiento, en la esquina con la calle de las Barcas. Y el tercero, de donde tendrían que sacar los tanques para moverle, es en la entrada de El Corte Inglés, un sitio por donde pasa muchísima gente y que, encima, está cubierto. “Yo, antes de venir aquí, he estado en el desierto. En los otros dos sitios no se vendía nada. Pero aquí, adonde llegué en 2009, es otra cosa. Esta ubicación es muy buena”.

Mejor vendedor de 2014

Esta nueva posición ayudó a que Alfonso Méndez fuera elegido mejor vendedor de cupones de toda la Comunitat Valenciana en 2014. “Me dieron una placa en Madrid en un acto muy bonito y, para mí, fue como recibir el Balón de Oro. Es mi mayor mérito y mi mayor satisfacción, haber sido el mejor vendedor. Por eso, me mandaban a los nuevos para que les enseñara”. Él tiene claro su secreto: “Hay que hacer una buena exposición del producto, conocer bien todos los productos y tener ganas de vender. Hay vendedores que están todo el día sentados y esperan que les vaya la gente. Y otros, como yo, estamos todo el día de pie, vendiendo y cantando los productos. Lo único que te puede pasar es que te digan que no. La vergüenza ya hace mucho que la perdí. Yo lo canto. Y digo ¿Quién lo quiere?, ¿Quién quiere el cuponcito de la Once? El cuponcito con premios por delante y por detrás. Extra, extra, extra… Cantas los números que sabes que le gustan a la gente. Ahora, con la TPV, puedes sacar cupones del 13, del 69, de cualquier número”. Alfonso cree que, además del gusto por un oficio, tiene que existir un compromiso con una institución que sostiene la vida de miles de invidentes. “Yo no sólo vendo por sacarme un sueldo: también vendes para ayudar a toda esa gente y seguir manteniendo todo eso. A ellos no les puedes fallar, ellos te lo han dado todo. Porque yo soy lo que soy gracias a ellos”.

Este vendedor de cupones camina por la calle de manera independiente. No suele aventurarse por zonas que no conoce. Cada día sube al metro, permanece atento para escuchar la parada (Colón) donde se tiene que bajar, y, cuando acaba de trabajar, recorre el camino inverso y ya está. Cuando quiere ir a otro sitio, sale acompañado por su mujer o sus hijas. De día distingue bultos y ya tiene mucha experiencia para subir y bajar escalones, para salvar obstáculos, pero en cuanto cae la intensidad de la luz, está perdido. De hecho, el ojo con el que recuperó un diez por ciento de capacidad va perdiendo capacidad y sabe que no tardará mucho el día que tenga que rescatar el bastón blanco. Lo llevó un tiempo. Aunque se resistió. Cuando llegaba a su barrio, plegaba el bastón y avanzaba casi de memoria. Hasta que un día se estampó contra el saliente de un edificio y comprendió que estaba haciendo una estupidez.

La pena por ‘Angel’

Antes de recuperar ese 10% también contó con la ayuda de un perro-guía. Era una hembra y se llamaba ‘Angel’. Este lazarillo fue amaestrado en Rochester (Michigan). El vínculo que se crea entre un invidente y un perro es muy fuerte. Tanto que el día que murió, no quiso reemplazarlo por otro. “Necesitaba pasar el duelo”, confiesa mientras se sube una pernera del pantalón para mostrar las huellas caninas que se tatuó en la pierna izquierda. Alfonso y ‘Angel’ estuvieron juntos desde 2009 hasta 2020. “Se hizo famosa y aún hoy me siguen preguntando por ella”.

No le gusta dar información de los premios que ha dado, sólo que ha habido alguno gordo. Él prefiere ser discreto y no hacer como otros que cuelgan carteles con los premios que han dado. Jamás olvidará la conversación que tuvo con un veterano cuando empezó en la venta del cupón. “Que no se te olvide, Alfonso, no hay nadie más mentiroso que un vendedor de cupones”, le dijo. Lo que sí cuenta es que el agraciado con un premio potente no vuelve a dar las gracias. El vendedor, a veces, también es comprador. “Juego, pero no mucho, sólo de los cupones que devuelvo. Una vez me tocaron 60 euros porque una clienta compró dos cupones y me regaló uno. Pero nunca me he dado un premio más allá de una devolución”.

Alfonso Méndez no se piensa jubilar. Muchos jóvenes están expectantes para ver si libera esa esquina tan codiciada, pero él no piensa moverse de ahí. “Este sitio es un tesoro, así que, mientras esté bien física y mentalmente, no pienso irme de aquí. Que sigan esperando los jóvenes…”. Mientras se encuentre bien seguirá trabajando de martes a sábado, cantando sus números, hablando a los clientes con su voz de actor. “La joya de la corona es el Cuponazo, que sigue siendo la estrella con sus seis millones de euros y premios por delante y por detrás. En diciembre, a pesar de la Lotería, se vende un montón. Es el mejor mes del año. Y el peor, febrero. Porque la gente viene de Navidad y de las rebajas y ya no tiene un duro. Antiguamente, con las rebajas que empezaban el 7 de enero y duraban un mes, vendía mucho. Venía mucha gente de los pueblos y se notaba en la venta. Pero ahora se ha diluido porque adelantan las rebajas y hay muchos centros comerciales alrededor de la ciudad y ya no viene tanta gente de fuera”.

Este verano, como todos los años, trabajará hasta el 15 de agosto. Alfonso intentará apurar el tirón del Extra de Verano de la Once y luego se irá de vacaciones. Su pasión es viajar. Llama la atención que alguien que sólo distingue bultos y sombras adore visitar nuevas ciudades, pero Alfonso aporta una perspectiva que sorprende. “Hay otras cosas para disfrutar en un viaje más allá de lo que ves. El año pasado estuve en Roma y mi mujer me iba contando lo que estábamos visitando, pero, además, vas escuchando otros idiomas, pruebas otra gastronomía, te mueves en un ambiente distinto… A mí me encanta”.

Un helicóptero pasa por encima de la Nau y arrasa otra vez con el silencio. Nadie parece darse cuenta de lo difícil que es huir del ruido en la ciudad. Como nadie, tampoco, es consciente del privilegio que supone tener los ojos bien y enfrentarte a la vida con todas tus capacidades.

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