Alfonso calza unas Birkenstock. Ruzafa entera, en realidad, calza unas Birkenstock. En el mercado, en la tienda de composturas de la china, y en el Ubik, claro. Las dichosas sandalias están por todas partes. Si pasa una pareja es posible que hasta los dos lleven unas. Alfonso vive en Ruzafa. Su casa, como ocurre también en muchas otras del barrio, es también su oficina. Allí, en un cuarto un poco ‘nerd’, con doble monitor y un teclado partido en dos mitades, Alfonso Suárez monta sus tráilers para Netflix.
De allí, de ese rincón de la calle Buenos Aires, salió el avance de Clanes, la serie de narcos gallegos que protagoniza Clara Lago y que está arrasando ahora mismo en la plataforma. O el resumen de esa película hecha a mayor gloria de Aitana, ídolo de adolescentes y no tan adolescentes, llamada Pared con pared. Alfonso ve esas series o películas antes que nadie en España. Un visionado exprés en el que el montador tiene que quedarse con las escenas y las frases que le permitan resumir la obra, sin enseñar demasiado pero sí lo suficiente para enganchar al público rápidamente, en cerca de minuto y medio.
Alfonso Suárez bromea con que mucha gente se confunde y le llama Adolfo Suárez, como el presidente de la Transición. Es un tipo curioso este Alfonso, con su camisa estampada con frutas, su perilla y su (no) acento de Xàtiva. La gente de La Costera habla alargando la última sílaba de cada frase, pero Alfonso, pese a que es ‘socarrat’, no. Y tiene una explicación. “Yo me crié con mi abuela, que era castellanoparlante, y aunque hablo valenciano, tengo el acento de mi abuela”.
Este hombre de 41 años -¿ya no se es joven a los 41, o sí?- iba para músico pese a que en su casa y en su familia jamás había sonado un instrumento. A él le gustó la música a partir de los cinco años, comenzó a tocar el fagot, un instrumento de viento, y a estudiar en el conservatorio de Carcaixent. Alfonso progresó y llegó a entrar en la Música Nova, una de las dos sociedades musicales que hay en Xátiva -la otra es la Música Vella-. Hasta que llegó la hora de elegir un camino después del instituto. A Alfonso, influido por su padre, un profesor de Geografía e Historia muy aficionado a la informática, también le gustaban los ordenadores. Al final se decantó por Comunicación Audiovisual. “Pensé que podía tocar el arte, la música, la informática, algo técnico… Y me metí por eso. También porque en el instituto hice la optativa de Comunicación Audiovisual y me gustó”.
Su idea era hacerse montador. Su primer trabajo fue como becario en Canal 9 para el programa Medi Ambient. Y su primer trabajo de verdad, que se lo consiguió una amiga que hoy es su mujer, María José, fue de atrecista para una serie que se llamaba Matrimonis i Patrimonis, de la productora Trivisión. “Era una copia de una serie gallega. Después entré como a un canal local, que lo hacían en Ono, y ahí me puse a trabajar de continuidad, el que está encargado de que no se corte la emisión. Y luego ya empecé de auxiliar de montaje en L’Alqueria Blanca, donde estuve hasta que cerró la tele (28 de noviembre de 2013)”.
Sus inicios, como el de tantos, consistió en empalmar trabajos muy precarios, mal pagados, pero que sirven para ir metiendo la nariz en el mercado. Los contactos valen más que el currículo. En L’Alqueria Blanca, el gran éxito de ficción en Canal 9, empezó como ayudante y acabó como coordinador de montaje. Pero la tele cerró. Fue un duro golpe para el sector. Alfonso, cumplidos los 30, se tiró casi un año en blanco. Él y su chica lo pasaron mal. Tuvieron que pedir ayuda a las familias, familias modestas. “Aunque mi mujer trabajaba en producción y de lo último que hizo fue en Lo imposible, de (Juan Antonio) Bayona”.
Muchos tiraron hacia Madrid. En cuanto María José se colocó, él también se fue para allá. Durante seis o siete meses estuvo trabajando para un serie de adolescentes de Divinity que se llamaba Yo quisiera. “Se rodaba en un instituto abandonado al norte de Madrid. Aquel sitio es el peor en el que he trabajado en mi vida. Era muy precario. En pleno invierno, en Madrid, con las ventanas rotas, hacía un frío de muerte y tenías que trabajar con una manta encima. Hacíamos jornadas muy largas y un día que pedimos una pizza, vino el repartidor y pensaba que éramos okupas”.
No tardó mucho en emprender el camino de vuelta para ponerse a trabajar en un ‘talent’ que hacían unos suecos. “Era cutre, pero los suecos pagaban puntualmente. Se rodaba en Galaxia, unos estudios que hay en Fuente del Jarro. Querían hacer una especie de Operación Triunfo pagado por inversores suecos y teníamos que hablar en inglés. Reunía a cantantes de toda Europa. Vivían juntos, había coaches, actuaban… Se llamaba Aim 2 Fame”.
Después de eso, en 2017, ya abrió À Punt y el sector volvió a respirar. Alfonso comenzó a trabajar para la productora The Fly Hunter, con la que hizo varios documentales y una película titulada Cosas que hacer antes de morir. “Y, además, como es habitual, picoteando de otras cosas, doblando turnos… Siempre intentando montar ficción, pero en València es difícil porque se hace muy poca”.
Ahora vive de hacer los tráilers para Netflix. Por eso, al contrario que el resto de la humanidad, incluidos los que llevan unas Birkenstock, cuando llega la noche a él no le apetece ponerse a ver series y opta por sentarse delante del piano, colocarse los auriculares y ponerse a tocar. Hace cuatro o cinco años que ha retomado la afición por la música, un conocimiento que, dice, es de gran valor para alguien que se dedica a ser montador como él. “A mí me ha ayudado mucho tener formación musical. Quizá no sea imprescindible, pero te ayuda un montón. Montar, al fin y al cabo, es tener ritmo”.
A Netflix llegó gracias a los suecos de aquel ‘talent’ extraño. La plataforma de streaming buscaba gente para montar tráilers en 2019. “No tenían gente en España y necesitaban profesionales con un background de la cultura de aquí. Me interesó y contacté con ellos. Me sorprendieron dos cosas. Una es que tenía que pasar una prueba y ya te pagaban por eso. Un amigo mío decía que eso tenía que ser una estafa. Me pasaron tres capítulos ya emitidos de Élite, monté el tráiler y me dijeron que estaba dentro. He hecho ya un montón de cosas para ellos. Al principio me coordinaba con el equipo de Estados Unidos, luego desde Ámsterdam y ahora ya también con Madrid, en Tres Cantos. Soy uno de los freelances que tienen en cartera y cuando necesitan algo, te llaman. A mí me pagan por trabajo puntual. Mi primer tráiler fue la segunda temporada de una serie, creo que colombiana, que se llamaba Siempre bruja. Entonces estaba bastante verde y los primeros me costaron de sacar.”
El montador setabense ha entregado esta semana el tráiler de una serie sudafricana en la que hablan en zulú con subtítulos en inglés. Recientemente también ha hecho el avance de la segunda temporada de Machos Alfa. “Tienes que cortarte todos los planos, repartirlos por actores, por tramas, por localizaciones… Y tienes que condensar esas diez horas en un minuto y medio. La idea es que tienes que enganchar a la gente en los quince primeros segundos. En este mundo de redes sociales todo tiene que ser muy rápido. Si no, los jóvenes no lo ven. Tienes que ir a saco. Yo elijo la música, que no siempre está incluida en la serie. Para Clanes, por ejemplo, cogí la música de Baiuca, un tipo que fusiona el folclore gallego y la electrónica”.
Hasta hace un par de años, su mujer y él aprovechaban el trabajo de Alfonso para ver las series juntos. Pero entonces llegó Lola, su pequeña, y ahora el tiempo escasea. Alfonso, que firma con Netflix un contrato de confidencialidad leonino, no puede comentar la serie con nadie, porque nadie más la ha visto en toda España. No se anda con bromas. En las fotos se da cuenta que sale Clara Lago en una escena de Clanes y pide que no la saquemos. “No creo que pasara nada, pero por si acaso…”.
Los grandes éxitos, como La casa de papel, no le llegan a él. “Todo el mundo quiere hacer los grandes ‘hits’. En Inglaterra y Estados Unidos hay varias empresas que son las que se llevan las grandes producciones. Siete u ocho empresas que copan todas esas producciones”. Uno de sus referentes en esto es Caravana Trailers, de Rafa Martínez. “Es buenísimo”, dice Alfonso, que explica qué es lo que valora de un montador: “Para hacer un tráiler guay tienes que conjugar dos cosas: has de tener mucho estilo, con un ritmo muy bueno, y la capacidad de encontrar las frases exactas para que te cuenten la historia, sin pasarte, en el menor tiempo posible. Eso es complicado”.
Alfonso hace memoria para recordar un tráiler que le gustara especialmente. Al final se acuerda del de la película Hereditary (2018). “Es que las pelis de miedo siempre dan mucho juego. Un drama con muchos diálogos es mucho más difícil. En plan histórico, un tráiler mítico es el de Alien. Aunque hoy sería considerado un teaser”.
Alfonso está feliz con esta ocupación. Dice que no le molesta que le corten los tráilers en los late night y que es un trabajo que está bien pagado. “Es un curro muy intenso porque los plazos de entrega suelen ser muy cortos. Muchas veces te dan diez días o dos semanas. Son muy intensos, lo entregas, haces los cambios que te pidan… Igual estás dos semanas a tope, pero luego, a cambio, te permite tener un poco de tiempo libre”. Después de su primera propuesta viene la respuesta, a veces elogiosa y a veces crítica, de la empresa. “Si aciertas, has acertado. Se ve claro. La peor pesadilla es que te cambien la música porque es lo que te marca el ritmo, el estilo, todo”.
El montador trastea en su ordenador mientras, en el balcón de enfrente, una niña de unos ocho o nueve años recoge la ropa del tendedero mientras se come un helado. Parece una escena de película. Dejamos a este profesional valenciano enfrascado en el Adobe Premier Pro. Le damos la mano y nos despedimos.
-Adiós, Adolfo.
-¡Alfonsoooo!