El mítico local donde la familia Seguí vendía vinos a granel a principios del siglo XX inicia ahora una nueva etapa de la mano de cuatro jóvenes hosteleros valencianos. Cocina de mercado y tapas de expositor. Puchero y gildas. Menos cestas de mimbre y más barras de zinc ¡Un hurra por los bares con solera!
“Recuerdo cuando yo era niño, y mi abuelo me enviaba aquí con una botella vacía de vidrio para comprarle vino tinto a granel para la comida”. Han pasado más de treinta años, pero Miguel Ángel Ganchero, vecino de Ruzafa desde la cuna, describe con precisión el suelo de la antigua bodega, surcado de canaletas que desembocaban en un sumidero al que iban a parar los caldos derramados en los procesos de trasvase. Un letrero original de espejo nos indica que estamos en el mismo local fundado por la familia Seguí en 1915. Ahora se llama Amor Amargo.
Javi Serrano y Vicent Martínez, conocidos en el sector hostelero por su buena labor en el restaurante El Garatge, han unido fuerzas con Luna Arguijo y David Cleries para llevar adelante este nuevo proyecto, que cumple muchos requisitos para convertirse en el bar con mayúsculas que todos echábamos de menos en el barrio de Ruzafa: alegre, con jaleo, siempre abierto. Con buena música, menú diario con comida casera y expositor de tapas. Para disfrutar tanto sentada como de pie. Cuenta con terraza con vistas al mercado de Ruzafa y un tranquilo salón interior, pero su mayor valor diferencial reside en la “vida la barra”.
Amor Amargo toma el nombre de aquella famosa canción de Bruno Lomas, y reivindica el encanto castizo de los bares de solera, que lamentablemente están en serio peligro de extinción en València. Las obras de adecuación del local han respetado la estructura y el mobiliario original; todavía se conservan elementos muy interesantes, como la barra con encimera de mármol, la cabina de madera donde se cobraba a los clientes o la báscula donde antaño se pesaban los recipientes de aceite, vino, mistela y vermú. Entre las adiciones modernas: una cocina nueva abierta a la sala, las lámparas colgantes del taller de Bigot Enrrollat y un precioso fresco de inspiración modernista diseñado por Don Rogelio J, y ejecutado por las artistas Julia Prat y Miranda Díez.
En el sótano, otro valioso cachito del pasado. Un espacio de más de 150 metros cuadros revestido de ladrillo caravista, donde se almacenaban grandes silos cargados con vino, aceite, mistela y moscatel. Cuentan algunos vecinos -no hemos podido confirmar este extremo- que también sirvió alguna vez como refugio antiaéreo durante la Guerra Civil. “Los Seguí tenían bodegas repartidas por toda la ciudad, y este era el almacén central desde el que se distribuía a las demás”, explica Javi Serrano. Nos confiesa además que, en el futuro, y si las ordenanzas municipales lo permiten, les gustaría aprovechar este espacio para realizar actividades culturales. En cualquier caso, Amor Amargo es un lugar que se debe a la música; los sábados a mediodía habrá conciertos acústicos de rock and roll, blues soul y flamenco.
Una vez pasemos el Rubicón de las Fallas, Amor Amargo iniciará su horario habitual; abrirá todos los días -excepto domingos por la tarde y lunes- desde las 12 hasta la una y media de la madrugada. El tapeo convivirá, por tanto, con las comidas de menú y las cenas a la carta. Las dimensiones del local lo permiten.
En este nuevo proyecto, Vicente Martínez deja de lado la fusión mediterránea y asiática de El Garatge para ofrecer lo que se espera de un local como este: cocina de mercado, con especial atención al recetario tradicional valenciano. Sencilla, bien hecha y con productos frescos. El día que hacemos la visita, el menú de mediodía incluye entrantes como salmorejo con crujiente de jamón; principales como el arroz meloso de chipirón y ajos tiernos y un abanico de ibérico con salsa de mistela y jengibre y postres como tarta de la abuela y torrija con helado de leche merengada. Precio total, sin bebida: 12 euros. Más adelante -cuando afloje el calor, suponemos- Tono, el autor de los cocidos en Café Museu del que nos hablaba Gloria Gallo hace un par de años en Guía Hedonista, nos deleitará una vez a la semana con su destreza con los putxeros. Él es uno de los cerca de quince trabajadores que componen la plantilla joven pero experimentada de Amor Amargo.
Si los encurtidos, las gildas, las tostas de sardina ahumada, las croquetas de puchero y las marineras murcianas -ya saben, ensaladilla sobre rosquilla de pan, y coronada con una anchoa- son las reinas del tapeo en la barra, en la mesa podemos explayarnos con platos para compartir: ensalada de tomate valenciano con burrata; buñuelos tigre (buenísimos); una bandeja de gambitas alistadas y alcachofas fritas con gracia (y sin balsas de aceite innecesarias); un sabroso pulpo con romesco y parmentier de patata o figatells de sepia con base de tomate seco y cacahuete.
Por último: los vinos. Luna Arguijo ha sido la encargada de reunir el medio de centenar de referencias que componen en estos momentos la carta de vinos. “He querido que haya en ella una serie de etiquetas reconocibles para el cliente, pero al mismo tiempo he metido otras menos conocidas, para el que se fíe de nosotros y se quiera dejar sorprender. Entre las conocidas, por ejemplo, no puede faltar El Seque (DO Alicante), Venta del Puerto (DO Alicante) o Legaris (Ribera del Duero), pero he querido introducir también un Ribera del Duero menos conocido pero buenísimo como Bosque de Matasnos y en blancos muchos godellos, que van a pegar muy fuerte en el futuro próximo”.
Desde que abrió sus puertas hace apenas una semana, Amor Amargo no ha dejado de atender mesas a todas horas. El barrio esperaba su apertura. Porque a Ruzafa -y a València en general- le sobran bares con decoración de Ikea y le hacen falta más barras castizas.