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el callejero

Anabel, la emperatriz de la cerveza en València

22/09/2024 - 

El Mercado de Colón tiene ese punto pijo que a unos les encanta y a otros les repele. Parece increíble que hace unas décadas, cuatro, tampoco tantas, aquello oliera a pescado y fritanga. Que fuera un mercado de verdad, vaya. Y solo 30 o 40 años más tarde sea el lugar donde se reúne la burguesía valenciana a tomar el aperitivo. Abajo, el lugar al que se llega, tan pijo es, en escaleras mecánicas, hay cuatro puestos que simulan un mercado: una pescadería, una verdulería, una charcutería y una carnicería. Lo mejor de lo mejor. Al lado, bares y restaurantes. Allí, en uno de ellos, Las Cervezas del Mercado, está Anabel Navas, una de esas personas que parece estar permanentemente atareada.

Anabel hace un alto en su camino para comer y contar su historia. Los platos bajan desde MiCub, otro negocio suyo en la planta superior, y aunque vamos a hablar de cervezas, todos acabamos bebiendo agua y una sin alcohol. Cosas de la edad. Aunque antes, como aperitivo, probamos algunas. Como una Ray River, una rubia irlandesa para paladares poco complicados. Dentro, en una barra centrada, hay 16 grifos por los que van rotando diferentes variedades. Además de eso, Anabel y su marido, Christian Jardel, tienen una empresa de distribución de cervezas del mundo, Bierwinkel, con un al almacén donde tienen más de 700 referencias.

La cervecera es hija de militar. Un coronel del Ejército español que pasó por diferentes destinos y que vivió de cerca la marcha verde, la invasión del Sáhara español por parte de Marruecos en 1975. Una época convulsa en la que vivieron en Melilla y en la que el padre, que trabajaba en transmisiones, tenía que revisar los bajos del coche cada mañana. El hombre se hartó de vivir con miedo y acabó pidiendo el traslado a València, la ciudad que les acogió cuando Anabel tenía diez años. La niña creció con sus hermanos en edificios para militares, como el Paseo de la Ciudadela -la antigua Casa de Armas de la ciudad-.

Los veranos los pasaban en El Perelló. Hasta que el coronel, en plena adolescencia de sus hijas, quién sabe si precisamente por eso, decidió que, a partir de entonces, en verano se marchaban a Petrés (un municipio del Camp Morvedre). “Un pueblo perdido en el culo del mundo”, recuerda Anabel. Un trauma para una adolescente que cambiaba la efervescencia del Perelló, con playa y muchos jóvenes de su edad, por un retiro mucho más árido. Pero la vida se reserva sorpresas increíbles. Y allí, en Petrés, en ese pueblo perdido, Anabel encontró al hombre de su vida. Un francés, un año mayor, que vivía en Costa de Marfil y que en el verano del 86 se fue de vacaciones con un amigo que tenía familia en Sagunto.

Escape, un pub de Cánovas

La joven empezó a estudiar Filosofía y Ciencias de la Educación, y mientras avivaba como podía una relación puramente epistolar. Antes de acabar la carrera, Christian, harto de amar a distancia, se plantó en València y le pidió matrimonio. Ella dijo que sí, para desesperación de unos padres que estaban convencidos de que su hija iba a echar a perder su vida. Anabel les prometió que acabaría la carrera. Y lo hizo. Aunque no le sirvió para nada. Ni falta que le hizo. La pareja decidió abrir un pub en Cánovas, en el número 38 de Conde de Altea. Una de esas calles que cada viernes y sábado por la tarde congregaba a cientos de jóvenes valencianos que llenaban los garitos y las calles, donde se apoyaban en los coches aparcados mientras compartían una litrona.

Escape, conocido como el pub del camión, fue su medio de vida. A los dos, jóvenes con ganas de vivir, les gustaba el jolgorio, pero buscaban en la vida mucho más que noches frenéticas. Los dos albergaban un espíritu emprendedor que encauzaron gracias a un accidente. Después de abrir otros Escape en El Perelló y Canet, decidieron irse en coche a Irlanda y Escocia para probar y conocer whisky y otros destilados. De paso por Francia, en un pueblo de cuyo nombre no quiere acordarse, un conductor que volvía de un partido de rugby y varias pintas, les embistió con su vehículo. Sin coche ni nada, tuvieron que buscar alojamiento por allí y marcharse a ahogar sus penas en un bar del pueblo.

El lugar les fascinó. Abrieron la puerta y se encontraron una barra con 12 grifos de cerveza. Pusieron los ojos como platos y empezaron a hacerle preguntas al dueño. “Era un hombre muy amable que no le importó ensañarnos cómo funcionaba todo”. Y así, no hay que olvidar que eran los 80, descubrieron también que de algunos tiradores salían cervezas mucho más oscuras que las que conocían y servían en Escape. El sol asomaba por el horizonte de un nuevo mundo cervecero. De repente, perdieron todo el interés por el whisky y se obsesionaron con las cervezas.

Christian y Anabel regresaron a València convencidos de que eso era una oportunidad de negocio y, en unos meses, abrieron una cervecería especializada en la calle Guardia Civil que inauguraron como Beer House y que, al poco tiempo, cambiaron por Bierwinkel -en alemán, el rincón de la cerveza-. Los numerosos estudiantes que vivían por allí se lanzaron a descubrir nuevos matices de la cerveza desde los ocho grifos y una carta con un centenar de referencias. Abrieron en una época en la que no era sencillo conseguir productos del extranjero. Las bebidas belgas llegaban con cierta facilidad, pero era más difícil conseguir mercancía de otras procedencias.

El matrimonio, un par de entusiastas, se puso a viajar por toda Europa en busca de nuevas cervezas. Bélgica, Alemania, Irlanda… Otros hosteleros empezaron a visitarles para averiguar cómo conseguir cervezas de fuera de España. Hasta que un año, allá por 1996, Christian decidió que lo mejor, o al menos lo más rentable, iba a ser convertirse en el distribuidor de todos ellos desde un pequeño almacén en Benimaclet.

La primera ‘Chevalier D’Honneur’

Bierwinkel creció como distribuidora y como cervecería. Hicieron franquicias y llegaron a los 20 establecimientos. Nacieron los niños y llegó un momento en el que Anabel y Christian tuvieron que jugar al descarte. No podían con todo. Con un bebé llorando en la cuna entendieron que Escape ya no tenía mucho sentido. Se lo traspasaron a Chente, uno de sus primeros camareros, que mantuvo, en el mismo sitio, el negocio, hoy convertido en un clásico como es el Robin Hood.

Sus hijos, Alejandro y Patricia, ya son mayores. El primogénito, de 32 años, ha seguido el rastro de la cerveza y hace unas semanas fue nombrado ‘Chevalier D’Honneur’ por la cofradía de cerveceros belgas. Anabel fue condecorada con el mismo privilegio en 2018. Entonces fue la primera mujer en España en alcanzar ese honor. El día que se lo anunciaron desde Bélgica se emocionó. “Me puse a dar saltos en mi despacho”.

Luego vino la aventura del Mercado de Colón. Las Cervezas del Mercado, en el Central y después en el de Colón. Y una apuesta por el producto de esos cuatro puestos que recordaban el origen del edificio modernista. “Casi todo lo compro aquí y ahora ya somos una familia”. Es su pasión. Como los viajes cerveceros. El último, hace unos días, a Bruselas, donde Anabel recodó la ceremonia en la que fue aceptada como ‘Chevalier D’Honneur’ de la ‘Cavalerie de Phoque du Brasseur’ (La caballería de la pala de cervecero). Uno de sus padrinos fue el dueño del Delirium Café, una de las cervecería más famosas de Bruselas y del mundo, con una carta de cervezas tan gruesa como El Quijote -2.004 referencias en 2004, todo un récord Guinness-.

“Ser caballero era la ilusión de mi vida”, rememora Anabel, que jamás olvidará aquel día de 2018. La llegada de los caballeros de un gremio histórico. “Se formó en la Edad Media y, en el siglo XVII, compraron un edificio maravilloso en la Grand Place que bautizaron como ‘Maison des Brasseurs’, la casa de los cerveceros. Allí celebran cada año la ceremonia para nombrar a los nuevos caballeros. A mi marido se lo concedieron en 2002 y a mí en 2018. La ceremonia es preciosa. El Gran Maestro hace un discurso elogiando la cerveza belga. Todos van vestidos con una túnicas. Luego te nombran, hablan de tus méritos y haces un juramento en flamenco para el que me tiré toda una noche practicando. Después te nombran caballero mientras te colocan la pala de cervecero en los dos hombros. Luego te imponen una medalla y después te entregan un diploma. Un momento inolvidable”.

Anabel Navas, que se atropella hablando para ocultar su timidez, está casi convencida de que sus hijos seguirán con el negocio. Solo con Bierwinkel distribuyen casi dos millones de cerveza al año. Alejandro ya es todo un ‘chevalier’ de la cerveza y su hermana, Patricia, está formándose en París, donde trabaja como directora de un restaurante. “Parece claro que ella se encargará de la parte de hostelería y él de la distribución”. Ellos serán los encargados de continuar la historia que, en realidad, comenzó un verano cualquiera en un pueblo perdido.

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