SILLÓN OREJERO

Ancianos brigadistas internacionales reunidos para combatir el terrorismo fascista, una ficción muy real

Enki Bilal y Pierre Christin dedicaron varios álbumes de cómic a especular sobre los entresijos del poder en los años 70 y 80. Sobre las democracias occidentales, salió Las falanges del orden negro, que estaba inspirado en los sucesos acontecidos en Europa, especialmente en Italia, relacionados con la Operación Gladio para sembrar el terror en la opinión pública y obstaculizar al comunismo democrático. Con Partida de caza, hizo lo mismo, pero con los países socialistas, donde la ortodoxia impedía con conspiraciones y represión cualquier apertura y renovación 

25/02/2018 - 

VALÈNCIA. Los treintañeros y cuarenteños son muy dados a corregir su adolescencia veinte años después. Se adecúan a los gustos que les gustaría haber tenido de jóvenes, cuando estaban a merced del torrente vital, sin poder estudiar mucho sus posturas e imposturas. Se maquean y viven un momento dulce de postureo. Así aparecen muchos rockers, pin-ups, punks a la neoyorquina de los setenta e incluso mods en tipos que en su día fueron heavys, grunges o meros fans de Extremoduro.

Un fenómeno inofensivo si tenemos en cuenta que las tribus urbanas de los años treinta del pasado siglo eran los anarquistas, falangistas y comunistas, cuando no requetés, que tenían a bien atentar y matarse entre ellos. En un momento se produjo una traslación, quizá a finales de los setenta, de un modelo al otro. Sin embargo, en la crisis del mundo global, estamos viviendo la traslación contraria. Por ejemplo, con indies que se convierten en combativos concienciados y, el fenómeno más admirable, hombres en edad de jubilación que regresan al pasado edénico de las manifestaciones de la Transición y abrazan y alimentan las causas actuales con verdadero fervor.

Digámoslo sin meandros, es el componente revitalizante de la pitopausia. A veces de la propia senectud. Y mola. Es incluso un género de ficción, el de la vieja gloria que regresa a los escenarios donde brilló, o fue derrotado, pero combatió y ahora echa de menos más que otra cosa en la vida volver a pelear. Matiz arriba, matiz abajo, este fenómeno tan contemporáneo en un contexto social que nos fuerza a definirnos cada vez más, era el tema con el que jugaron Enki Bilal y Pierre Christin en el inolvidable Las falanges del orden negro, publicado en 1979 y reeditado recientemente en España por la editorial Norma.

 

Cuarenta años después de la guerra civil, volvía a repetirse una masacre en un pueblo aragonés. En las primeras elecciones democráticas, los locales habían vuelto a votar a la izquierda. Por eso, un día, en una dura nevada, se personan en el lugar un grupo de ancianos armados que asesinan a todo el mundo y le prenden fuego al municipio. Eran todos viejas glorias del fascismo que habían hecho la guerra civil. Estaban de vuelta.

Cuando las noticias llegan a los medios, al all star fascista se le enfrentará un all star antifascista. Una unidad de las Brigadas Internacionales se vuelve a reunir. Están todos ancianos, achacosos, con reúmas, pero aceptan volver a combatir y cruzar a pie los Pirineos. Todos menos uno, el que triunfa en Hollywood como guionista de cine. Al encontrarse se definen por ideologías. "Maldito sionista", "Hijo de puta estalinista"...

Cuando llegan a Barcelona y se preparan para la batalla, surgen conversaciones divertidas. Como cuando discuten sobre terrorismo. Uno exclama que la violencia revolucionaria es la respuesta a la violencia del orden establecido. Otro le contesta que lo sabe, pero que el terrorismo de izquierda nunca ha resuelto nada. Es una vieja cuestión también. Como cuando el escritor rumano Panait Istrati, de visita en la URSS, cuando preguntó a un político por el estado de las prisiones soviéticas, este le contestó el famoso lema de que para hacer una tortilla hay que romper los huevos, a lo que le replicó: "Podría estar de acuerdo con esta explicación, pero, desafortunadamente, veo más huevos rotos que tortillas".

La cuestión es que la conspiración fascista a la que se enfrentan es de alcance internacional e implica a las capas más altas de la sociedad. Sin embargo, lo que en un principio es una intriga o un thriller con persecuciones y tiros, no está exento de reflexiones sobre la vejez y la crisis inevitable que sufre cada persona al ver que el fin biológico está cerca.

La reflexión sobre el sentido de la violencia es lo que marca estas páginas y su conclusión final. Llega un momento en que se desconoce la causa por la que se mata, sugieren los autores. Hay que entender el momento en el que se dibujó esta obra. Desde 1969, en Italia estaba en plena strategia della tensione Una serie de ataques violentos y atentados para atemorizar a la opinión pública que fue descubierta por un juez, Felice Casson, en 1990. La Operación Gladio. No se conoce exactamente su finalidad específica, pero sí que estuvo vinculada a la popularidad creciente del Partido Comunista Italiano.

 

Lo tristemente curioso es que el cómic apareció un año antes de la Matanza de Bolonia, un atentado en el que murieron 80 personas y fueron heridas 200. Nunca se supo el verdadero objetivo de las bombas, pero se encarceló a dos terroristas neofascistas.

Junto con Pierre Christin, Bilal también dibujó en 1983 Partida de Caza, sobre una reunión de viejos comunistas con la peor reputación. Estalinistas, miembros de los servicios secretos, junto con algunos cuadros del partido represaliados en sus respectivos países. Acababa de producirse el golpe de estado en Polonia, que pudo ser la tercera intervención soviética en los países satélites tras Hungría y Checoslovaquia, en la URSS gobernaba la gerontocracia en la que tres ancianos, Breznev, Andropov y Chernenko se sucedieron en el poder en pocos años, una época llamada "La de los grandes funerales". Guionista y dibujante se adentraron en las procelosas aguas del poder en los estados del socialismo real para especular sobre las viejas cuentas pendientes en sistemas de poder monolíticos donde todo lo importante sucedía en la sombra. Es decir, lo mismo que en otro comic, pero al otro lado del telón de acero.

Bilal es un autor complejo. Para muchos, sus obras son crípticas y aburridas, para otros, de culto. Dio el salto al cine y dirigió tres películas. Bunker Palace Hotel (1989), Tykho Moon (1996) e Immortal (2004). En todas está presente su inconfundible estilo plástico y estética, pero ninguna se podía calificar siquiera de entretenida. Tal vez, como ocurre con sus viñetas más personales, como la Trilogía de Nikopol, sean necesaria darles varias pasadas hasta empezar a encontrarle el atractivo.

Solo como dibujante ya logra transmitir los matices de su especialidad, la corrupción y declive del poder. Sistemas decadentes sostenidos por ambiciones sin límite. Algo a lo que siempre se ha mostrado atento al provenir de un régimen comunista, el yugoslavo, y residir en París desde que solo tenía 10 años. En los 90, sin embargo, quizá motivado por la guerra civil en los Balcanes, orientó su ciencia ficción a las guerras de religión que, y ahora sí que hizo de pitoniso, han explotado en el siglo XXI. Tiene a gala, de hecho, haber anticipado en 1998 el 11-S en el primero libro de su Tetralogía del Monstruo.

No obstante, lo más llamativo es que es un autor de cómics cuyo valor artístico ha sido reconocido oficialmente. Es decir, en el Louvre. Se desató una pasión por él y es uno de los pintores vivos franceses que más vende en este momento dentro de la burbuja del arte de vanguardia que, tratándose del cómic, no lo es tanto.

 

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