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adelanto del libro de memorias del ex secretario de podem

«Los veteranos del 'lermismo' apostaban por el pacto con Ciudadanos»

Plaza publica en exclusiva el primer capítulo de «La vía valenciana para el cambio político», el libro de memorias políticas del ex secretario general de Podem Antonio Montiel

| 29/03/2019 | 13 min, 17 seg

VALÈNCIA.-Meses antes de las elecciones autonómicas de 24 de mayo de 2015, Podem ya había expresado su preferencia por un Consell presidido por Mónica Oltra, una opción que además podía facilitar el acuerdo de confluencia que en Podemos se buscaba con diversas fuerzas territoriales, para superar no solo a la derecha sino al propio PSOE en las elecciones generales que se habían de celebrar a final de año. 

Junto a la voluntad clara de impedir que el PP alcanzase gobiernos allí donde no obtuviese directamente mayoría absoluta y la disposición a dialogar para alcanzar acuerdos sobre líneas programáticas para la formación de mayorías de cambio, la expectativa de sorpasso en el ámbito estatal funcionaba a modo de leiv motiv para el rechazo genérico de Podemos a formar parte de cualquier gobierno autonómico que pudiese estar presidido por un PSOE al que pretendían superar. 

Por su parte, en el PSPV-PSOE nunca ocultaron su preferencia por presidir el Consell, pura y simplemente. De hecho Ximo Puig el día inmediato siguiente a la convocatoria pública realizada por Podemos para celebrar un primer encuentro a tres bandas de las fuerzas que podían protagonizar un acuerdo de cambio, se reunía ya con representantes de Ciudadanos en la Comunitat para pulsar su disposición respecto de una presidencia socialista. Opción que siempre estuvo también entre los escenarios barajados para España por Pedro Sánchez en su primer periodo como Secretario General del PSOE.

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La franquicia valenciana de Ciudadanos, representada en la reunión celebrada el 28 de mayo por Carolina Punset y Emilio Argüeso, le trasladó a Puig que reconocían al PSPV-PSOE como la única fuerza en condiciones de ofrecer estabilidad y le mostraron su disposición a facilitar su presidencia. Aunque esta disposición pasaba por la exclusión de alianzas con el nacionalismo, incluidos acuerdos municipales. Una condición extremadamente difícil de cumplir por los socialistas dado el resultado electoral en muchos ayuntamientos y la necesidad, en lo autonómico, de contar con una mayoría parlamentaria lo más amplia y estable posible.

A pesar de todo, el encuentro PSPV-Ciudadanos permitió abrir una línea bilateral de diálogo que reforzaba a Puig de cara al primer encuentro que había de celebrarse el 1 de junio de 2015, entre socialistas, Compromís y Podem. 

Cuánto había de pura táctica o de «plan B» real en el movimiento de Puig podía responderse con la simple aritmética. Era evidente que los trece escaños de Ciudadanos, sumados a los veintitrés de los socialistas, no daban para asegurar presidencia alguna, salvo que la jugada incluyese una improbable abstención del PP que los socialistas se negaban a descartar en la medida en la que el «terror» que un acuerdo de gobierno que incluyese a nacionalistas y podemistas podía inspirar a ciertos sectores económicos y empresariales con capacidad para influir en la decisión final del PP.

Por ello la opción Ciudadanos volvería a aparecer nuevamente a lo largo de las negociaciones entre las fuerzas progresistas, incluso con el acuerdo programático prácticamente cerrado. 

En aquellos días la utilización de los medios de comunicación a modo de balcones desde los que lanzar proclamas al diálogo, pero sin hacer ningún esfuerzo real por dialogar junto a los amagos de ruptura de negociaciones, constituyeron una forma habitual de «guerrilla psicológica» destinada a tensionar y desgastar a los interlocutores con quienes se había de negociar.

Incluso después del impulso decisivo para el diálogo nacido de aquella reunión inicial del 1 de junio convocada por Podemos y, aun a pesar, de la creación de una comisión de trabajo para avanzar en posibles ejes programáticos, la ausencia de sintonía personal entre Puig y Oltra seguía siendo una constante que no permitía augurar un desenlace claro. Los intentos del Secretario General de Podemos de celebrar nuevos encuentros a tres bandas para consolidar la vía iniciada para acordar la hoja de ruta de un gobierno de progreso chocaban con todo tipo de pretextos.

Los intentos para concertar una nueva reunión de los tres dirigentes se tornaban infructuosos y esa posibilidad se alejaba por momentos. Como si de escarceos adolescentes se tratase, los whatsapp de los tres echaban humo. Oltra se lamentaba de que Puig se negase a un nuevo encuentro, mientras Puig, que siempre fue más partidario de reuniones bilaterales al viejo estilo, se mostraba ofendido por lo que calificaba de «desqüalificació permanent».  

«Incluso después de aquella reunión inicial, la ausencia de sintonía personal entre Puig y Oltra seguía siendo una constante que no permitía augurar un desenlace claro»

El tono en los medios de comunicación también seguía elevándose, sobre todo a cuenta de los acuerdos municipales, se hablaba de Gandía y otras localidades, aunque esa no era realmente el cuestión central de fondo.

La cuestión real era obviamente la presidencia de la Generalitat y lo que en el PSPV se interpretaba como una pinza entre Podemos y Compromís para forzar una presidencia de Oltra que fortalecería a su vez a la fuerza morada que se presentaba como su principal adversario en el campo progresista en las próximas elecciones generales. 

Esta cuestión flotaba en el ambiente tiempo atrás y volvió a aflorar con fuerza nada más realizarse los primeros balances electorales, cuando la suma de los resultados de Compromís y Podemos superó a los de un PSPV-PSOE que había perdido diez escaños y más de 170.000 votos.

Pablo Iglesias había verbalizado sin tapujos sus preferencias y Puig, aprovechando el Comité Federal del PSOE celebrado en Madrid para analizar los resultados autonómicos y municipales en el conjunto de España, en tono destemplado replicaba: «Pablo Iglesias no va a poner al presidente de la Comunitat Valenciana». 

Así a través de la cuestión de las generales, prioritaria desde la estrategia global de Podemos, Madrid se «colaba» también en la agenda de las negociaciones valencianas, circunstancia que añadía más distorsión a las mismas. 

Dispuesta a ser presidenta

El martes 2 de junio, Oltra celebraba un breve encuentro con Pablo Iglesias en Madrid, saltándose a los interlocutores valencianos que eran quienes, en definitiva, tenían la capacidad de darle materialmente su voto. 

No obstante el resumen del encuentro en Madrid fue satisfactorio. «Dispuesta a ser presidenta con nuestro apoyo», transmitió Iglesias a la dirección valenciana. 

La propia Oltra lo confirmó personalmente a Antonio Montiel en un discreto encuentro la tarde del 3 de junio en un café cercano a la plaza de la Virgen. 

Aun desconociendo el contenido exacto de la reunión, el solo hecho del encuentro Iglesias-Oltra alimentó la inquietud en las filas del PSOE cuya preocupación básica en aquellos momentos era obtener la presidencia de la Generalitat. Pero también contribuyó a generar malestar en un cierto sector del Bloc que comenzaba a experimentar una incómoda sensación por las decisiones de Oltra cuya organización, Iniciativa del Poble Valencià (IPV), era minoritaria en términos de coalición, pero que a golpe de actitudes y declaraciones en los medios estaban comprometiendo al conjunto de Compromís incluso de cara a unas elecciones generales respecto de las que la coalición aún no había tenido ocasión de pronunciarse. 

El día 6 de junio tanto el PSPV como Compromís reunieron a sus órganos de dirección para debatir sobre las perspectivas postelectorales pero, sobre todo, para buscar reforzarse en sus respectivas estrategias de cara a la pelea por la presidencia del Consell. 

«Enric Morera, coportavoz de la coalición, enviaba un guiño tranquilizador al PSPV negando que la cuestión de la presidencia pudiese ser un obstáculo para llegar a un acuerdo»

Los veteranos del lermismo y la poderosa Federación de Servicios Públicos de UGT —un histórico matrimonio de conveniencia— apostaban por el pacto con Ciudadanos, a semejanza del acuerdo alcanzado en fechas recientes en Andalucía. Esta alternativa se justificaba en el temor a las complicidades Podemos-Compromís, aún a pesar de que ni los números ni las condiciones admitían comparación y de que el doble juego del PP, cuya abstención en les Corts era necesaria para alcanzar la presidencia, no resultaba en absoluto confiable, como los mismos populares harían evidente poco después.

El Comité Nacional del PSPV, por unanimidad, dio a Puig su confianza para hacer «lo que fuese necesario» para obtener la presidencia. Este cheque en blanco incluía recuperar la opción de un eventual acuerdo con Ciudadanos, una formación que había expresado su malestar con el PSPV de la ciudad de València que se había anticipado a cualquier acuerdo global ofreciendo la alcaldía de València a Joan Ribó, candidato de Compromís. 

Por su parte, la celebración del Consell General de Compromís hizo visibles las tensiones que latían por debajo de la celebración de los resultados electorales. A la entrada de la reunión del máximo órgano de la coalición, Enric Morera, coportavoz de la coalición, atendía a la prensa y, del brazo de Joan Ribó, enviaba un guiño tranquilizador al PSPV negando que la cuestión de la presidencia pudiese ser un obstáculo para llegar a un acuerdo. Negando que hubiese un «empeño personal» de Oltra por ser presidenta. 

Unas declaraciones que contrastaban con el ambiente general vivido en el interior de las instalaciones del Centro Cultural de la Petxina, donde Compromís celebraba su Consell General, con un cierre de filas en torno a Oltra a la que muchas voces, de prácticamente todas las familias de la coalición, animaban a no renunciar a la presidencia.

La resolución aprobada finalmente por el máximo órgano de la coalición se expresaba a favor de que la coalición trabajase para «liderar un gobierno de izquierdas y valencianista», lo que según voces conocedoras de los códigos internos de la coalición no significaba necesariamente ostentar la presidencia de la Generalitat. Aunque la verdad es que se le parecía mucho. 

El «empoderamiento» de Oltra fundado en su sintonía con Iglesias y el deslumbramiento que causaba en aquellos momentos entre las bases y electores de Compromís, decidió a IPV arriesgar con un nuevo órdago.  El 7 de junio cuando la comisión negociadora encargada de cerrar las líneas programáticas del acuerdo daba por concluidos sus trabajos e incluso se especulaba ya con posibles fechas para su presentación pública, el entorno de Oltra apostó por incrementar la presión para forzar un eventual acuerdo para la presidencia. 

Justo a la salida de una reunión negociadora que había discurrido con total normalidad, Pasqual Mollà, uno de los ideólogos de Iniciativa, cuestionaba públicamente la legitimidad de los socialistas para presidir el Consell al tiempo que les negaba credibilidad para liderar el cambio. Insinuando como destino para Puig un ambiguo papel de coordinador del gobierno valenciano a imagen del «conseller en cap» catalán. 

El PSPV, a través de otro veterano del núcleo duro, Alfred Boix, respondió a este nuevo movimiento sintiéndose «insultado» y declarando la suspensión unilateral de las negociaciones para la Generalitat, dejando también en suspenso el acuerdo sobre la alcaldía de València, con lo que aprovechaban para rectificar de paso el precipitado ofrecimiento del candidato municipal socialista Joan Calabuig a Joan Ribó.  

Oltra y Puig seguían evitando verse y hablarse, más allá de los desplantes a través de Whatsapp para representar mejor su respectivo papel de parte ofendida. Mientras, de nada parecían servir los llamamientos, públicos y privados, de Podemos a la responsabilidad política y a abandonar los egos personales en favor de un acuerdo de progreso que la ciudadanía había demandado con su voto. 

Montiel escribe a Puig: «Nuestro pueblo merece un nuevo esfuerzo para acercar posiciones». «La gente se merece un gobierno progresista donde los socios se respeten», contesta Puig. El bloqueo era real.

Este bloqueo expresado a menos de 48 horas de la constitución de Les Corts, prevista para el 11 de junio, abría de nuevo la duda sobre las posibilidades del acuerdo de progreso. Una situación que, después de veinte años de soberbia, despilfarro y corrupción del PP, comenzaba a levantar entre la opinión pública una oleada de intranquilidad que podía derivar en frustración.

«De nada parecían servir los llamamientos, públicos y privados, de Podemos a la responsabilidad política y a abandonar los egos personales en favor de un acuerdo»

Ante el evidente escenario de desencuentro en el campo progresista, un PP que ya había desapoderado «de facto» al derrotado Alberto Fabra, apostó por agudizar los problemas de sus adversarios. Sus iniciales ofertas de diálogo hacia los socialistas se tornaron en negativa a la posibilidad de facilitar, con su abstención en segunda vuelta, un hipotético gobierno de PSPV y Ciudadanos. 

En el maquiavélico cálculo del Partido Popular se barajaba tanto la imposibilidad de un acuerdo entre un PSPV ya sin plan «B» y un Compromís hipertrofiado por el apoyo de Podemos. Una situación que podía conducir tanto a la repetición de elecciones, como a un acuerdo tan forzado que, en unos pocos meses, derivase en una manifiesta ingobernabilidad que condujese a la disolución de les Corts y a una convocatoria de elecciones anticipadas. 

En definitiva, el PP apostaba por elecciones inmediatas a causa del fracaso de las negociaciones para un acuerdo o bien elecciones en el corto plazo por el fracaso de un gobierno minado por la desconfianza.    

La expectativa de mejores resultados para el PP chocaba con el riesgo de que el PSPV-PSOE profundizase en su declive y se reforzase la mayoría Compromís-Podemos en el campo progresista. En cualquier caso, unas nuevas elecciones eran, para todas las fuerzas en liza, un escenario lleno de incertidumbre.

Más allá del bloqueo formal, algunos actores comenzaron su labor destinada a reconducir desde la interna la estrategia de Compromís para facilitar, no sin contraprestaciones, la «opción Puig». 

Esta operación serviría, al mismo tiempo, para dejar en una situación muy complicada a Podem, que había confiado hasta el último minuto en hacer posible un Consell comprometido con un programa de cambio profundo y una presidencia ajena al PSOE. 

La fontanería «de siempre», una vez más, conseguiría imponerse. Tras la escalada de tensión se instaló un sospechoso silencio que anticipaba algunas sorpresas.  

* Este artículo se publicó originalmente en el número 53 de la revista Plaza

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