Recuerdo como si fuera ayer esos veranos eternos. Esos veranos que nunca acababan. Recuerdo como si fuera ayer el olor de esos veranos, sus sonidos, su brisa, sus días, sus noches, sus estrellas, su calor, sus lluvias... Esos veranos de la niñez. Esos veranos tan deseados, tan esperados. Esos veranos donde cambiabas de entorno, cambiabas de casa y cambiabas hasta de amigos y amigas
Recuerdo como si fuera ayer ese 127 que nos llevaba cada mes de junio desde Valencia hasta la Albufera, cargado hasta los topes con jaula y periquito incluidos. Recuerdo como si fuera ayer ese coche, ese trayecto, a mí madre conduciendo a sus tres hijos hacia ese camping que se convertía en nuestro hogar cada verano. Mi padre se marchaba por la mañana a trabajar y volvía por la tarde. Me parecía que se iba a la China y solo se iba a Valencia. Pero es que a esas edades todo se magnifica. A día de hoy siempre que respiro el aire de L' Albufera, me traslado a esos veranos, me traslado a mi niñez.
Un camping donde fui feliz. Donde fui niña sin ser consciente de lo que eso suponía. Un camping con mi pandilla, mis amigos y amigas del verano. Un lugar donde no nos podía pasar nada. Donde vivíamos protegidas. Donde creábamos nuestro mundo. Donde solo jugábamos, reíamos y pedaleábamos. Un lugar donde convivíamos con esa inocencia que se pierde con el paso de los años . Un lugar donde jugábamos a ser mayores. Un lugar y un tiempo donde nos esperaba toda una vida por delante. Empezábamos a vivir.
Aún recuerdo como si fuera ayer esa caravana donde dormíamos los cinco y donde nada era de nadie, donde compartíamos todo, principalmente el espacio, y donde no había intimidad, tampoco la necesitábamos. En el camping había varios tipos de clientes, los fieles, los del verano y los de paso. Nosotros éramos de los veraneantes con plaza de camping todo el año, así aprovechábamos fines de semana, Semana Santa , verano y fiestas de guardar. Alguna vez salimos con la caravana de viaje por Europa pero nuestra rutina era generalmente la misma. Una rutina a la que volvería una y mil veces.
Aún recuerdo como si fuera ayer cuando nos fuimos de ese camping. Empezábamos a hacernos mayores y la curiosidad y ansias de libertad empezaron a invadirnos y a matar esa vida fácil y feliz dentro del camping, esa vida subidas a una bici, pedaleando. Porque dar paseos en bici era nuestro mayor aliciente por delante de jugar a tenis o montar a caballo, que eran otras opciones a contemplar. Mi pandilla era del pedaleo.
Nos fuimos cuando nos hicimos mayores, y necesitábamos explorar que había allí fuera de aquellos arrozales que envolvían el recinto donde acampábamos. Fuera del embarcadero. Fuera del minizoo, de la piscina, de las cuadras, de los columpios, de las pistas de tenis. Queríamos saber qué había fuera del recinto cerrado donde habíamos pasado nuestros veranos. Donde la vida pasaba y ni nos preocupaba. Donde hacíamos los deberes de verano, donde quedábamos en la calle del medio, donde nos duchábamos todas a la vez, donde pasábamos el día en bañador, donde cenábamos los mejores bocatas de tortilla. En definitiva, donde fuimos felices como nunca. Y lo digo totalmente consciente de lo que digo. La felicidad de la niñez es única.
Y no es que ahora no lo seamos, porque sería injusto decir lo contrario. Pero es distinto. Ya somos más mayores. Ya sentimos nostalgia, ya tenemos pasado, ha pasado el tiempo. Y seguro que no me equivoco ahora si hablo en nombre de la gran mayoría y afirmo que volveríamos a ojos cerrados a pedalear por esas calles, a ensayar nuestros playbacks para las fiestas, a escondernos en los lavaderos, a hacer los deberes de verano, a cenar de bocata, a descubrir ese primer amor de verano. Volvería atrás solo para disfrutar de esos veranos haciendo "nada" , viendo la vida pasar , con una monotonía de aburre pero que no cansa, comiendo pipas, devorando helados o bebiendo horchata.
Pero eso ya no puede ser. Hemos crecido, hemos vivido y, lo más importante, ya sabemos que hay fuera de ese camping. Por mucho que volviéramos a repetir las rutinas de uno de esos veranos de la niñez, nunca volverían a ser iguales. Ese camping fue especial para mí. Pero no importa el lugar. Un camping, un apartamento en la playa o una casa en el pueblo... ¡No importa! Todos los lugares de veraneo tienen un denominador común: esa inocencia, esa niñez, esa felicidad que nunca volverá. Esa felicidad única y exclusiva de la niñez.
Los veranos de hoy en día no tienen nada que ver con los de entonces. Los campings, los apartamentos de playa o las casas del pueblo siguen en el mismo lugar pero la vida cambia y ya no somos los mismos ni las mismas. Conseguir un mes seguido de vacaciones es para algunos misión imposible. Quizá sea un tema de edad pero también de contexto. La vida de hoy ya no es como la de antes y cada vez el concepto de veraneo y veraneante pierde sentido. De hecho cada vez hay menos veraneantes en este mundo. El concepto de veraneante como yo lo viví de cambio de casa, contexto y amigos durante todo el verano está en peligro de extinción. Podríamos decir que también se ha globalizado.
"En España hasta hace poco el veraneo se centraba en el mes de vacaciones sagrado por excelencia. Un mes que solía cAER EN agosto"
Y eso que en España en ese aspecto todavía nos lo montamos bastante bien. El sistema capitalista en que vivimos dista mucho de la semana o diez días que los americanos, por ejemplo, suelen tener de vacaciones en EEUU en todo un año. En España hasta hace poco el veraneo se centraba en el mes de vacaciones sagrado por excelencia. Un mes que solía caer en agosto. Hoy en día el ritmo de vida y la crisis ha paralizado esa tendencia. Hoy en día muchas personas prefieren no tener vacaciones y poder trabajar, no pueden permitirse el lujo de parar el ritmo de trabajo ni de irse de vacaciones. Las ciudades ya no se vacían como entonces. Los turistas que vienen de fuera a disfrutar de la ciudad y de los encantos de la Comunitat Valenciana hacen que las ciudades no paren ni en verano. De hecho el objetivo principal es dar vida a la ciudad para que capte ese turismo y eso genere puestos de trabajo.
Las vacaciones en los pueblos ya no son como antes tampoco. Yo tengo la suerte ese haber compartido mis veranos eternos en calidad de veraneante entre L' Albufera y el Alto Palancia ( entre Viver , Montán y Montanejos) , un destino donde sigo pasando mi tiempo libre cuando no estoy viajando por la vida. Pueblos que se llenaban de veraneantes los casi tres meses de verano y que hoy a duras penas captan gente en agosto. Montanejos es la excepción en la zona pues trabajan de manera excepcional para captar a veraneantes y turistas que eligen su belleza natural durante todo el año. Pero el resto de pueblos de esa zona solo tiene vida cuando llegan las fiestas patronales de su pueblo. El resto del perdido estival y del año cuentan con muy poca gente que puede permitirse el lujo de tener vacaciones.
Un lujo que no todos pueden disfrutar y un lujo que debería convertirse en derecho y no perderse por todos los beneficios que supone para las personas de manera individual, para sus relaciones sociales y para sus relaciones familiares, aunque las estadísticas de los últimos años destacan las vacaciones en familia como el detonante de incremento de las separaciones en el mes de septiembre. ¡Pequeño detalle sin importancia!
Las vacaciones deberían ser mucho más que un destino. Porque las vacaciones de verano se pueden llegar a convertir en una necesidad para algunos, la necesidad de parar ciertas rutinas que no nos dejan disfrutar del día a día y , lo que es peor, no nos dejan tiempo ni para pensar ni analizar aspectos de nuestra vida. Esa es la diferencia muchas veces entre las vacaciones de nuestra niñez y las de ahora. Vacaciones donde ni pensábamos y vacaciones que necesitamos para pensar. Pero además del paso del tiempo tengo la sensación que algo más ha cambiado también.Quizá estemos perdiendo el hábito de pasar tiempo en familia.
Cada persona entiende las vacaciones de una manera, disfruta de las vacaciones de una manera y necesita organizar las vacaciones y sus veranos a su manera. Si antes los veranos se reducían al mes de agosto en la casa familiar comprada o alquilada en la playa o la montaña hoy se abre un mundo de posibilidades que van desde intercambio de casas hasta viajes de todo tipo, siempre que el bolsillo lo permita.
No importa la manera, pero gustaría reivindicar con este artículo el concepto de veranear y el de veraneante para que no se pierda. Este fin de semana de reflexión, de elecciones y con el verano oficialmente inaugurado he querido viajar al pasado y recordar... aquellos maravillosos veranos.
La semana que viene... ¡Más!