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VALÈNCIA A TOTA VIROLLA

Arquitectura para 'haters': cuando València quiso que el Espai Verd desapareciera

Cómo la llegada de “edificios raros” a la ciudad a inicios de los 90 provocó la reacción airada de una elite arquitectónica dispuesta a denunciar aquellos nuevos dislates

18/05/2024 - 

VALÈNCIA. Si hay un edificio que en la última década y media ha recabado interés, una curiosidad renovada, ese ha sido el Espai Verd, en el extremo norte de València. Visto como ese objeto arquitectónico no del todo identificado, a medio camino entre el afán utópico del observador que se ve viviendo en su interior, hasta la excentricidad frondosa que lleva a emprender un cierto viaje sin apenas salirse de los confines de Benimaclet.

Pero no siempre fue así. Es más, la recepción que cierta parte del establishment arquitectónico le brindó a Espai Verd fue más propia de quien se encuentra en la fiesta con un invitado a quien considera impropio. 

Del edificio, extraño como un platillo volante, ocurrente como una estructura brutalista cubierta de lianas, nos acabó atrayendo su capacidad para encapsular toda una época: ese despuntar noventero que el estudio CSPT y su patriarca Antonio Cortés interpretaron con habilidad. Se estrenaba un tiempo nuevo y el ‘Verd’ transmite justo esa idea. Hormigón armado y vegetación por bandera, estratos y estratos para conformar una verticalidad que contrasta con un entorno de huerta que hace imposible verlo como parte de un complejo más amplio. Es la ciudad pero al mismo tiempo toma distancia de ella. 

Su adhesión a referentes propios como el Hábitat 67 de Montreal o los trabajos de GO-DB (donde se formaron, y de donde quedaron influidos Cortés y buena parte de su equipo) conformaron el proyecto, en consonancia -explica el arquitecto Manuel Calleja en su tesis sobre el Espai Verd- con una València donde el cooperativismo cotizaba al alza y comenzaban a penetrar ideas lejanas como el brutalismo, las megaestructuras o la arquitectura modular. 

Foto: KIKE TABERNER

Los preceptos de Espai Verd han acabado ganando, no tanto porque contagiaron al resto de arquitecturas, sino más por su capacidad para concitar admiración. Si un edificio puede tener la virtud de denotar el alma de una época, buena parte de las intenciones que tenía el complejo verde pueden explicar nuestro momento social. 

Pero no, no siempre fue igual. Justo cuando el pebetero de los Juegos Olímpicos de Barcelona ‘92 estaba a punto de encenderse, y con él esa apabullante sensación de país de estreno, Espai Verd recibía golpes por razón de su supuesto planteamiento egoísta, desconectado, artificioso y raro, muy raro. Al punto de que algunos arquitectos del momento, como Juan Luis Piñón expresaban su deseo de que “se haga realidad el sueño de Monty Python” y pronto pudiera verse al Espai Verd “abandonar la ciudad y perderse en el horizonte”.

‘Arquitectura rara. Del ingenio a la chapuza’, titulaba su furibunda misiva el arquitecto Piñón cuando el edificio estaba ultimándose. En las páginas del Levante-EMV lo recibía  acusándolo de enturbiar el proceso iniciado para que València consiguiera “despertar de su letargo”. A las armas contra un espejismo, un deslumbramiento. 

Las críticas a Espai Verd al inicio de los noventa lo eran por extensión hacia aquellas experiencias que rompían con los cánones de una arquitectura plenamente integrada en la ciudad. Se denunciaba “su distanciamiento de lo que se espera que sea un edificio”, en palabras de Piñón, quien consideraba que el Espai formaba parte de proyectos en busca del espectáculo. 

Si Espai Verd era la promesa de una nueva era, golpear a Espai Verd era una buena manera de cuestionar las bienaventuranzas. “A los políticos -seguía el arquitecto Piñón- se les llena la boca anunciando el nuevo milenio. Se habla del mítico 2000. La mano invisible cabalga de nuevo”, una treta, consideraba el arquitecto Piñón, para que el individualismo tomara cuerpo. También en la arquitectura. Y aquí, nuestro edificio, se llevaría la palma. “Deseos y disfraces, nostalgias y realidades se mezclan en irritante algarabía aludiendo a los felices sesenta, citando a Levi-Strauss o las consignas del mayo del 68: «la imaginación al poder», pero pensamos que no conducen a ninguna parte”.

Para Piñón y la corriente de opinión coincidente, el principal debe de Espai Verd era su voluntad privada: una comunidad, sí, pero contra el resto de comunidades. “Es difícil -continuaba- sustraerse a la idea de orfandad que parece acompañar a este tipo de edificios. En efecto, se trata de edificios huérfanos marcados por la automarginación y la extraterritorialidad”. La ocupación de un sector extenso, con una mirada que parecía evitar los ojos de la urbe, era vista como un “absoluto rechazo de la idea de ciudad” plenamente “consubstancial con el ideario de los nuevos apóstoles de la arquitectura que con gesto heroico pretenden transmutar todos los valores (…) El desprecio sistemático y la negación de cualquier tipo de ciudad pensada, adobada con buenas dosis de personalismo, derivará hacia situaciones paradójicas y contradictorias, traducidas en paisajes distorsionados y apócrifos sin otra seña de identidad”.

Hay todavía más: en las páginas del Levante, en ese 1992, consideraba que novedades como ésta “suelen recluirse en la anécdota y en gestos, unas veces importados, no importa de dónde; otras, fruto de la extravagancia del ‘genio’”. En referencia a Cortés, Piñón explicaba que “los padres de los edificios raros parecen ser los portavoces de la nueva religión, los intérpretes críticos de un futuro que intuyen desquiciado”. Una consideración apurada en cuanto a que Cortés hizo de su edificio un culto gigante a la integración religiosa. Para culminar, reconocía lo difícil que le resultaba “sustraerse a la idea de horterada”.  

Foto: KIKE TABERNER

La búsqueda de su propia personalidad, sin envolverse de la urbe ya existente, es finalmente motivo esencial de la crítica. Como cuenta Manuel Calleja en su tesis, su “orientación supuso desvincularse de la trama urbanística existente, que se encontraba dispuesta hacia el sur-norte. Este giro en la trama, tan necesario para garantizar la calidad medioambiental del proyecto, junto a las demás peculiaridades que lo hacen diferente de la mayoría de construcciones, fue duramente criticado en la época, incluso llegando a publicarse en la prensa local artículos en contra, en los que se abogaba por que este tipo de edificaciones desaparecieran de la ciudad”.

La evolución en las consideraciones sobre el Espai Verd son una buena muestra de cómo el tiempo ajusta cuentas con la arquitectura, cómo a veces las irrupciones más “raras” son en realidad aportaciones transformadoras. Y desde luego, también provoca cierta añoranza de una crítica popular y lo suficiente airada como para crear debates sobre los lugares donde vivimos.

“Sólo cabe esperar que se haga realidad el sueño de los Monty Python y algun dia podamos ver algunos de estos edificios levar anclas, abandonar la ciudad y perderse en el horizonte”, concluía un Piñón airado por completo. Lejos de perderse en los mares, Espai Verd ha resultado ser un faro. 

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