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Asimetría, sofisticación y sublimación de las 'fake news': el averno que se avecina

17/11/2018 - 

¿Cuántos dinosaurios han visto? Ya sé que una isla entera llena de ellos, pero hoy no vamos a hablar de Jurassic Park. Piénselo: ¿cuántos dinosaurios han visto? Ya, ya sé que han estado en el hall del Museo de Historia Natural de Londres y que han ido con sus sobrinos a Dinópolis, pero tampoco vamos a hablar de eso hoy. Les diré: yo no he visto ningún dinosaurio. No he pisado la Antártida ni he comprobado la temperatura en superficie de Marte. Aun así, sé que los dinousarios existieron, que la Antártida ahí sigue (de momento) y que las condiciones de vida en Marte no dan como para plantearse una mudanza. La razón es que 'la cadena de frío' que va desde su existencia hasta nuestros días no ha sido interrumpida por el totalitarismo de la falacia. O, mejor dicho, si la mentira ha hecho acto de presencia, las civilizaciones hasta la fecha se han encargado de desprestigiar y corregir a quien tergiversa sin evidencias frente a quien sí las posee.

Esto que les acabo de decir va camino de convertirse en el principal legado de nuestro tiempo. Las fake news ya no son un lugar común más ni un meme en la tertulia matinal. La mentira en público ha sufrido en lo que va de siglo un vertiginoso cambio hacia la sublimación. Se sublima porque funciona. Se sofistica porque, como sucede con la tortura, por lejos que se llegue, casi por una cuestión de superación personal o aburrimiento –incluso en la decadencia– se tiende a la 'mejora' de la fórmula. Y, sin embargo, quizá lo más relevante de todo ello es su asimetría: esa fue la principal enseñanza que nos dejó el estupendo programa Scoop hace unos días. El periodista Julio Montes, de Maldita Hemeroteca, nos explicaba lo siguiente:

Por si alguien todavía no se había desayunado, buena parte de la información online es negocio. Es uno de los principales objetos de consumo. Al alza pese al paso de los años. Pero el mercado tiene sus normas. También tiene sus brechas. La principal: que las y los lectores no adquieren la menor fidelidad con quién dice qué. Las grandes cabeceras editoriales del siglo XX, empeñadas desde que tienen una web (y hasta nuestros días) en publicar basura sin ligar nunca el desprestigio diario de su marca, apenas suponen una diferencia de valor para la comunidad online. Es más, pueden suponer un desprestigio evidente por el acumulado de basura en sus redes (que es donde la gente les consume, y no en los quioscos, que es lo que piensan sus directores).

Por eso, en esa filtración a un mercado que había sido restringido hasta antes de ayer (el de los medios de comunicación), se puede dar la paradoja de que una empresa en una pequeña ciudad de Georgia (Europa) sea una de las principales autoras de fake news durante la campaña Trump vs. Hillary. Sin haber puesto un pie en Estados Unidos ni tener la menor intención de informar, sino de hacer dinero. Nada personal, solo negocios, vaya. Y aquí es donde va a sucederse el gran conflicto: el consumo de noticias falsas es exponencialmente superior en contra de según quienes. Lo diré de otra forma: el consumo de noticias falsas es exponencialmente más rentable a favor de los seguidores de Trump.

Esa es la asimetría. El mundo, frenético e híperconectado, exige altos consumos de información. Sin embargo, esa alta exigencia y nuestra limitación de tiempo –quizá, también, cognitiva; lo desconozco, pero quizá...– nos hacen consumir titulares como si de fast food se tratara. No es que no nos interese el tema: es que nos han convencido de que nos estamos perdiendo el mundo entero a cada minuto. Todos los periódicos del mundo a nuestro alcance, todos los viajes internacionales a golpe de tarjeta, todos los restaurantes en Instagram. Todo todo. Pero, asimétricos en lo comercial. Porque hay filones que funcionan mejor que otros. Imperios que se sobreponen mejor a otros. Por eso, porque la mentira es mucho más incisiva en discursos radicales y emocionales, las fake news son uno de nuestros principales problema aunque el CIS (tampoco) lo pregunte.

El otro problema es creer que hablar de fake news es hablar de Trump y Hillary o de su campaña en 2016. Las noticias falsas, más allá de su etiqueta e inglés que casi la convierte en algo chic a lo que aferrarse, más allá de Forocoches, Periodista Digital, Alerta Digital y demás infiernos cotidianos, más allá de todo esto, cercan nuestra libertad porque son asimétricas, porque se han sofisticado y porque la sociedad las sublima. Las premia y, hasta que se demuestre lo contrario, ha aceptado la no disculpa. Y para muestra un botón en mitad de la camisa planchada del plausible candidato a la Generalitat por parte del grupo Ciudadanos:

Toni Cantó acusó al Ayuntamiento de València de impulsar una campaña contra el Flamenco (aunque él lo escribiera en minúscula. Serán las prisas...). La campaña pertenece a la Fundación Premis Jaume I, la campaña es de Aftershare València y las partes implicadas han tenido que pedir disculpas por algo demasiado humano: tener buena intención y equivocarse en el intento. La implicación del Ayuntamiento en la campaña es más o menos la misma que en unas cartelas de Inditex o McDonald's, lo que se tergiversa es el contenido por la foto: se sitúa en una marquesina de la EMT con un escudo de la ciudad... como cualquier otra campaña de una empresa privada. 

Cantó emitió su juicio. A los pocos minutos ya le estaban rectificando, pero eso no tiene la menor importancia: a las horas ya le estaban dando la razón otros sin tenerla. Mucho después de que se la dieran y le intentaran hacer comprender el asunto, suponiendo que el error no era intencionado –ya quedó demostrado que no era el caso– su jefe vino a darle la aprobación final. Eso es lo verdaderamente importante. El artista Arcángel, que pasó con su arte como un ciclón hace tan solo unos días por el Espai Rambleta, fue quien criticó inicialmente la campaña por el género musical. Mencionó al Gobierno local, este le contestó y, con bastante más altura intelectual (y ninguna voluntad usar la mentira como encofrado moral), el cantaor respondió e instó al propio Ayuntamiento a tomar cartas en el asunto por dar cancha indirectamente a la campaña (posibilidad, como poco, planteable. No llegó a tiempo ya que al día siguiente de la polémica se acababa la campaña...). 

La sucesión de los hechos es muy distinta a la de Cantó porque, para sorpresa del renglón político, el diálogo sucedió. Sin embargo, en el caso del futurible candidato valenciano residente en Madrid (quien sabe si hasta la campaña electoral), el mensaje sirve de arma arrojadiza. Se dice lo que se pretende difundir. Cantó siguió tuiteando el resto del día, ajeno a la rectificación. Y hasta hoy. Ni un paso atrás, pese a que la campaña no es del Ayuntamiento, no la paga el Ayuntamiento, pero, oiga, qué más da si el tuit cumple con su misión de enaltecer la mentira. Y si por el camino se genera odio, no existe causa civil ni penal contra quien sea irresponsable con sus ideas. Vaya mimbres.

Asimetría en los impactos, sofisticación en las fórmulas y sublimación de la mentira. Incluso, cuestionamiento de la mentira. Porque verdad y mentira son aglutinadoras en detalles y matices, pero no transmutables en su naturaleza. Aristóteles ya nos lo explicó hace muchísimos muertos: ¿qué es verdad?, "decir de lo que es que es". Eso es lo verdadero". Cojan el tuit de Cantó y repasen la fórmula y les dará como resultado la segunda parte del axioma aristotélico: lo falso es "decir de lo que no es que es". En esa última frase parece concentrarse toda la estrategia de comunicación de algunos. Moral a la cuneta, lo importante es que funciona. Tampoco tiene peaje. 

Por último, no menos preocupante es la implicación de los medios al respecto. Interesada también o reblandecida ante la oportunidad de tener que explicar lo obvio, la inquietud s va reduciendo a guetos de presión como Maldita Hemeroteca. Intuyendo la que se avecina, de vuelta a Aristóteles, no descarten que a este paso la información de cierto interés vuelva a residir en exclusiva en ese objeto cada día más importante y peligroso: los libros.



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