Un club de fútbol es más que eso, es una entidad capaz de moldear la ciudad con su simple presencia. La avenida del Regne de València acogió durante tres décadas las oficinas de la entidad y su huella permanece, sobre todo en los bares, casi medio siglo después
VALÈNCIA.- La patología es «la rama de la medicina encargada del estudio de las enfermedades». Así lo define Wikipedia. El callejero de València padece una enfermedad crónica y hemofílica en períodos históricos de cambios de gobierno. En 1907, el arquitecto Francisco Mora Berenguer, en su plan de reformas y mejoras de la ciudad, le dio una vía de escape al río Turia desde el noble ensanche a través de una diagonal. Esta nueva avenida suprimía la línea de ferrocarril que conectaba el Grao con el centro de la ciudad y daba lugar a un nuevo barrio colindante a Ruzafa y al Ensanche. Victoria Eugenia primero, 14 de Abril después —José Antonio en un tiempo extraño, osificado y barbarizado—.
Los viejos del lugar también aportan su granito de arena a la memoria histórica del Cap i Casal: avenida del Ferrocarril y de Rusia, esta última en plena Guerra Civil. Leyendas urbanas. En democracia Antic Regne de València y, desde 1992, Regne de València. Engalanada con palmeras, el vivero no se ha inmutado ante tanto terremoto histórico. Las palmeras siguen allí reinando. El barrio fue in crescendo en las décadas de los veinte y treinta, alcanzando su época dorada en los años cincuenta. Nobles edificios construidos y orientados hacia la antigua plaza de San Francesc, hoy del Ayuntamiento. Una avenida con un claro exponente comercial.
Nadie es profeta en su tierra. El librero Paco Camarasa, recientemente fallecido, «era militante de establecimientos que hacen realidad lo que llamamos barrio». Los vecinos, comerciantes y emprendedores tejieron una vía señorial, convirtiéndola en un espacio comercial, de proximidad, destinado al ocio gastronómico y cinéfilo, sin dejar de lado los establecimientos de primera necesidad. Los cines Tyris, Avenida y Goya abrieron sus salas a principios de los años treinta. Este último hacía chaflán a las calles Burriana y Maestro Gozalbo, pero su fachada estaba orientada a la avenida. Corría el año 1933, y en el lado impar de la vía, en el número 9, se ubicaba el Bar Che Taberna Vasca o el gusto por la comida, cuyo promotor fue un emprendedor argentino, López Sainz de la Maza.
Desde 1980 lo regenta la familia Ibáñez. Para evitar confusiones, el origen del «che» que da nombre a la taberna es la popular terminología procedente del país argentino. La Taberna Vasca es un referente gastronómico en esta ciudad. Cuidan al máximo todos los detalles. Acogedor y familiar. Te hacen sentir como en casa. Pepe Ibáñez es el primero de la saga en dirigir, desde los fogones, este universo culinario que combina tradición y memoria. Hoy su hijo Carlos —acaba de ser padre y augura una tercera generación— dirige con solvencia y atención la taberna.
Dos años después, en 1935, nacía en el lado par Helados Italianos Brustolón. Un establecimiento especializado en la fabricación y venta de helados artesanales que mantiene viva la llama por el esfuerzo y trabajo diario de la tercera generación, encabezada por el nieto del fundador, Flavio Brustolón. Un local emblemático y con solera. Decoración del siglo pasado que emana calidez y el gusto por la artesanía del gelato. En la misma acera, unos metros antes, en el número 6, se sitúa el horno Vicente García, con sus variedades en integrales, que cumple 35 años y sustituyó a la antigua pastelería Moraima. En ese mismo número residía y tenía, en el entresuelo su despacho profesional don Rafael Bau García. El que fuera tesorero del Valencia CF desde 1935 a 1941 también presidía a los almacenistas de aceites comestibles a petición de José Ricardo March Bau era reconocido presidente del Valencia CF por su breve mandato al frente del club, que duró 47 días.
Su nieto Rafael, hombre generoso y risueño, recuerda cómo su abuelo abonaba las nóminas de los jugadores a principio de mes en su despacho. Algunos, como Ignacio Eizaguirre, ese mítico portero que vio al club ganar tres ligas, aparcaba en la puerta del edificio su Fiat descapotable, modelo Topolino, ante la atenta mirada de vecinos y curiosos causando un gran revuelo. La familia Bau fijó su residencia en la avenida antes de la guerra y era vecina de rellano de otra familia valencianista, los Cubells. En 1943 levantaba la persiana Casa Giménez, negocio familiar. Actualmente se dedica a la venta de maquetas, pero en su origen se entregó al comercio de la fotografía y de la óptica.
En septiembre de 1944 y en el número 30, el Valencia CF inauguraba sus oficinas y trasladaba su sede social de la calle Félix Pizcueta —que permanecía abierta desde 1931— a la avenida José Antonio. El club crecía deportivamente cosechando títulos y trofeos en plena posguerra; su masa social aumentaba diariamente. Los Casanova, Colina, Bau, Cuadrado y Ramos dotaron de nuevas infraestructuras a sus incondicionales. El Valencia de los despachos se quedaría muchos años en dicha avenida. El local contaba con nuevas distribuciones. A la entrada, las taquillas; detrás, un mostrador con la mesa del joven Vicente Peris que cumplía sus atribuciones laborales con eficacia.
Siguiendo el circuito, el visitante se encontraba con un recibidor para atender las visitas y con el despacho del secretario general Luis Colina. Todo ante la supervisión de Juan Teodoro Gómez, un todoterreno que supervisaba todas las áreas del club. En la decoración exterior, a modo de rótulo, destacaba una preciosa marquesina tallada en relieve incluyendo el escudo de la entidad y rotulada como «Oficinas Valencia CF». Solo una ilusión óptica, o trampantojo, permitiría recrear la preciosa talla que desapareció del edificio en los años noventa.
La flamante sede social del número 19 contaba con mayores dependencias, segregadas en múltiples despachos. Una ruta hacia la identidad y profesionalidad de un club que caminaba hacia sus bodas de oro. A la entrada del local había un recibidor de bienvenida y un largo pasillo en forma de L; en la primera puerta a la derecha descansaba la sala de trofeos, repleta de copas, fotos y banderines. El siguiente despacho, el de presidencia —cuyo cargo ostentaba Julio de Miguel— custodiaba la bandera fundacional.
Al finalizar el pasillo te topabas con la sala de juntas, y a su izquierda, el despacho de la gerencia, que ostentaba por aquel entonces Vicente Peris Lozar. La pared tras la mesa de madera de su despacho estaba decorada con dos fotos aéreas del campo de Mestalla; en los laterales y en la parte central, una foto en memoria de su padre y mentor, ya fallecido, Luis Colina, y en la parte superior, una imagen de la Patrona de Valencia, bendiciendo su lugar de trabajo. En una de las blancas paredes, a modo de collage y pintado sobre la misma, un dibujo de Juan Masià, una preciosa estampa rotulada de un hincha del Valencia CF. La mascota del club.
Cuando se instaló el Valenica CF, la avenida funcionaba a todo gas: nuevas construcciones, nuevos negocios... una nueva vía en expansión
Las oficinas contaban con múltiples despachos para el resto de empleados y finalizaban con la sala de la telefonista que tan bien atendía Paquita. Por ambas oficinas desfilaron muy buenos trabajadores que sirvieron al club con dedicación y cariño. Alguno se quedará en el tintero pero la memoria hace que recordemos a unos cuantos: J. Romá, Paquita Regües, José Llorca, Luis Fernández Vilanova (padre e hijo), Hurtado (padre e hijo), Rafael Mengó, Santiago Subiza, Vicente Pechuán, Ramón Peris, Pepe Rubio, Manuel Esteve, Paco Salvador, Vicente Peris, Joaquín Aracil, Vicente Navarro, Juan Teodoro, Luis Colina, Eduardo Cubells, Antonio Cotanda, Federico Blasco, Bordes...
La actividad administrativa del valencianismo de los despachos dejó huella en muchos de los negocios colindantes al número 19. Un poco antes, dirección Gran Vía, en el chaflán con Gregorio Mayans, se encontraba un garaje público, Molina, y el bar Guinea, frecuentado por empleados, directivos y jugadores. En el garaje aparcaba su Seat 1430 con motor Fiat Vicente Peris Lozar, al que un mecánico le había tuneado el claxon a ritmo del pasodoble Valencia del maestro Padilla, canción favorita de Peris. Y bajando un poco más volvíamos a aparecer en el Bar Che Taberna Vasca, santo y seña del valencianismo social y deportivo de la época. Sentarse en su terraza a conversar con Pepe Ibáñez y rescatar de la memoria, anécdotas y recuerdos es muy gratificante.
Pepe es un hombre pausado, tranquilo, de fácil conversación y con memoria de elefante. Vinculado al fútbol por el CD Acero y fundador del fútbol femenino en València, contaba cómo reformó el local para diseñar un pequeño comedor a petición del club para preservar la intimidad de los jugadores a la hora de la comida con el resto de clientes. Hasta el torero José Tomás y su cuadrilla, entre otros, han degustado los placeres elaborados en la taberna vasca en el exclusivo comedor. A unos pasos del Bar Che, en el número 7, se encontraba el Club Taurino Manuel Fernández, frecuentado por jugadores y directivos. Eran famosas las tertulias de toros y fútbol. El cine Martí fue la última sala de la avenida en abrir sus puertas allá por 1964. Una moderna multisala que albergó hasta ediciones de la Mostra de cine del Mediterráneo.
La avenida funcionaba a todo gas. Nuevas construcciones, nuevos negocios daban vida a una nueva vía en expansión. A finales de 1949 se establecía el Bar Canadá, un clásico de la hostelería que hoy ofrece buenas tapas y excelentes bocadillos gracias a la familia Domingo que regenta el local desde mitad de los sesenta. El lugar combina tradición y modernidad. Un mestizaje de veteranía y juventud se reúne diariamente a jugar las clásicas partidas de dominó. Carlos, su actual propietario, está siempre al pie del cañón. Atiende la barra, la terraza y hasta la cocina con gran polivalencia. El aroma del Canadá es puro. Huele a valencianismo.
Frente al Canadá abrió sus puertas, en 1952, la sala de cine D’Or, local que pertenece a la calle Almirante Cadarso pero cuya vinculación con la avenida es total. Se encuentra a dos pasos. Es el único cine que todavía mantiene sus puertas abiertas ante la criba cinematográfica que sufrieron las salas que reinaron durante décadas en la avenida. Pasados los años, el Valencia CF reabrió, enfrente de sus oficinas del número 30, otra sede de mayor amplitud. Las primeras quedaron obsoletas y se mantuvieron como taquillas.
El romanticismo también ha formado parte de la historia de la avenida. Arancha y Cristina, hijas de Bernardino Pérez, más conocido como Pasieguito, jugador, entrenador y secretario técnico del Valencia CF, contaban cómo se conocieron sus padres. Una preciosa historia de amor surgió en la avenida, donde residía Carmen Albiol y donde Pasieguito se quedó prendado de aquella bella mujer que caminaba por allí, a cuyo paso decía: «esa morena ha de ser para mí». Y así fue: en 1952 la conoció, y dos años más tarde se casaron. Del enlace matrional nacieron también dos varones: Juan y Berna. El matrimonio fijó su residencia, cómo no, en la avenida.
Las oficinas del Valencia CF permanecieron abiertas hasta principios de los setenta. El proyecto del pabellón social de Aragón, que diseñó Peris dando pie a las nuevas oficinas en la manzana del Mestalla, puso fin al idilio oficial entre el Valencia CF y su avenida. En 1972 se inauguraba la nueva sede social.
Salvador Gomar Asturiano, gerente del club entre 1973 y 1986, ya en las nuevas oficinas, residía también en la avenida. Se le solía ver por el Canadá. Carlos, propietario del bar, contaba que organizaron un equipo de fútbol para jugar una de esas ligas de entre semana y que, gracias a la intermediación del conserje del Garaje Montó —Gomar aparcaba allí su vehículo—, el gerente del Valencia les obsequió con un par de balones para echar a rodar. O cómo Pasieguito recogía diariamente la comida para llevar de la Taberna Vasca. O el revuelo generalizado que causaba la «destartalada» furgoneta del que fuera el utillero del Valencia, Españeta, cuando aparcaba siempre en la puerta del establecimiento cada vez que iba a comer. Su llegada causaba una gran expectación; sentían admiración por aquel hombre.
En 1983, la Cervecería Maipi se ubica en la calle Maestro Serrano, a un solo paso de la avenida. La dirige Gabi Serrano y es el mayor escaparate del valencianismo contemporáneo. Un valor seguro. Una barra de altura con excelentes materias primas. El último reducto de la galia che. Gabi es un xoto irreductible, así lo describió la pluma de J.V Aleixandre en una de sus sabrosas crónicas. Y no se puede dejar de citar tres locales de solera con aires renovados: el Bar Goya, Los Madriles y el Congo.
Aún hoy, en las matutinas sesiones del Canadá puedes encontrar a veteranos como Salvador Aliaga, extremo derecho que debutó a mediados los cincuenta de la mano de Carlos Iturraspe, o peculiares aficionados como Pepe Orient, socio desde esa década que no se pierde ni un solo partido. En el histórico número 19 se encuentra el despacho profesional de Ruiz-Huerta-Crespo abogados, especialistas en derecho deportivo. Como curiosidad, allí vivió Berna, hijo de Pasiego. Además, cualquiera puede cruzarse un lunes al exentrenador Unai Emery, o cualquier día de la semana ver pasear a Francisco Gómez ‘Paquito’, o ver degustando esas fantásticas croquetas en la Taberna Che a veteranos jugadores de la talla de Pedro Alcañiz o José Manuel Ochotorena, entre otros, sin olvidarnos de la estampa familiar en Helados Brustolón de la familia Carboni. La huella valencianista ha perdurado con el paso del tiempo, presente en una avenida de cine, donde todavía se rueda la película El reino del Valencia CF.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 43 de la revista Plaza