VALÈNCIA. Corría el año 1989 y la serie norteamericana más famosa que veíamos en las pantallas españolas era Cheers. Ese mismo año, la cadena estadounidense NBC estrenaba una de sus apuestas fuertes, Los vigilantes de la playa, las aventuras de un grupo de experimentados socorristas que corrían de una orilla a otra de sus dominios para rescatar a cualquier bañista despistado capitaneados por el intrépido Mitch Buchannan (David Hasselhoff).
Los inicios de la serie no fueron fáciles. Los costes eran elevados y la audiencia no fue lo que la cadena esperaba, así que decidieron cancelarla después de una triste temporada. En aquellos momentos, David Hasselhoff acababa de dejar atrás su etapa como Michael Knight en El coche fantástico, y no estaba dispuesto a consentir que se carrera se fuera al garete tras un fracaso televisivo. Así que apostó fuerte, invirtió su propio dinero, se convirtió en productor ejecutivo y consiguió que la cadena volviera a reemitir la serie con una segunda temporada que, esta vez sí, iría poco a poco calando en el público.
¿Qué cambios incorporó que fueron tan decisivos como para enganchar a los espectadores de la época? Unas tramas que se preocupaban en involucrar a los protagonistas con diversos asuntos personales y sobre todo una celebración de la carne y el espíritu hortera californiano repleto de cuerpos esculturales, pieles morenas, muchos litros de silicona y tiempo libre para descansar y hacer horas y horas de deporte al aire libre.
La incorporación de Pamela Anderson en la tercera temporada también fue crucial. La conejita Playboy inundó de lubricidad y erotismo la serie, convirtiéndose en uno de los mayores iconos sexuales de los años noventa. Sus carreras por la playa a ritmo de la mítica sintonía de cabecera se convirtieron en historia de la televisión, y quizás sean las únicas imágenes de la serie que de verdad se hayan quedado grabadas en el subconsciente colectivo.
En España no pudimos ver Los vigilantes de la playa hasta 1991, momento en el que comenzó a emitirse y doblarse en televisiones de todo el mundo, hasta llegar a 140 países. Aquí con la introducción de las nuevas cadenas privadas se produjo un boom de las series de televisión con un marcado espíritu popular y familiar. Así, además de Los vigilantes de la playa, se pudieron ver en las parrillas de programación de las diferentes cadenas entre otras Alf, Los Simpson, Cosas de casa, Salvados por la campana, Sensación de vivir o El príncipe de Bel-Air. Todas ellas, series que terminaron por marcar a una generación.
Vista con retrospectiva, Los vigilantes de la playa podía tener su encanto, pero seguramente no mantendría la aceptación popular que alcanzó en su momento si se proyectara en la actualidad. Fue un producto de la época y quizás por eso su reboot cinematográfico resulte un tanto anacrónico y lleve implícitas tantas suspicacias, a pesar del aliento nostálgico que pueda desprender y que pueda servir de gancho a los espectadores que crecieron viéndola.
La superficialidad que al fin y al cabo la serie se encargaba de trasmitir era en el fondo bastante peligroso. La importancia del físico aquí lo era todo, y por suerte ese tipo de mensajes son ahora condenados.
¿Qué nos espera en esta nueva versión cinematográfica de Los vigilantes de la playa? La crítica en Estados Unidos ha sido despiadada, en España la distribuidora ni siquiera ha querido enseñarla a los periodistas. Saben que cualquier comentario que se haga de ella va a ser destructivo porque la película es realmente zafia y grosera, está repleta de chistes inmundos sobre las delanteras de las señoritas que van en bikini y los efectos que tienen en los heterosexuales salidos que las contemplan. En definitiva, un auténtico espanto.
La trama tampoco es lo que se dice para tirar cohetes. Nos trasladamos, cómo no, a las playas de Santa Mónica, donde un grupo de socorristas veteranos recluta a una nueva hornada para el verano. Ellos son la élite, y para entrar en su equipo se deben pasar pruebas durísimas para valorar la resistencia y el nivel de compromiso en un puesto de tanta responsabilidad. Tres serán los elegidos: Un atleta olímpico un poco creído y bastante rebelde (Mitch Buchannan (David Hasselhoff, una joven entregada a la causa (Alexandra Daddario) y para compensar tanto abdominal de escándalo, un chico menos dotado para la natación, pero muy perspicaz y rápido a la hora de visualizar un problema (John Bass).
Lo que no saben estos héroes de la corriente marina es que además de realizar su trabajo diario socorriendo posibles ahogos o picaduras de medusa, tendrán que enfrentarse a una trama criminal en la que hay por medio drogas y asesinatos y cuya misión es acabar con la bahía para especular con ella.
Sin duda, una de las mayores bazas de la película es el enfrentamiento entre dos actores de comedia mucho mejores de lo que pueda parecer a simple vista: Zac Effron (que ya demostró sus habilidades en películas como Malditos vecinos o Dirty Grandpa) y Dwyane Johnson (estupendo en Dos espías y medio). Su tête à tête en la pantalla es sin duda lo mejor de la función, aunque tampoco se puede decir que en esta ocasión ninguno de los dos haga la interpretación de sus carreras. La culpa, de nuevo, la tiene un guion torpe y lleno de gags trasnochados y un regusto tan hortera como impregnado de una vulgaridad supina.