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LA NAVE DE LOS LOCOS / OPINIÓN

Benidorm ya no es lo que era

Cuando rememoro aquella noche mágica en Benidorm pienso que todo aquel buen rollo se ha malogrado por culpa de unos políticos oportunistas. Entre mis amigos ingleses y yo se ha abierto un foso de incomprensión y recelo. Lo noto. Me empiezan a ver como si yo fuera un holgazán de la Europa del sur, un pedigüeño que vive de la sopa boba. Y eso sí que no

11/07/2016 - 

Soy muy de Benidorm. De hecho mis padres tienen un apartamento en la avenida de Europa. No falto un año a mi cita con Benidorm, y creo que ya son más de veinte. Sé que hay lugares más sofisticados y elegantes, pero ninguno posee el secreto de esta ciudad de proporciones fálicas, parque temático de distintos ambientes, al gusto de cada uno, que es capaz de atraer a turistas de enero a diciembre. Para entender mi predilección por Benidorm, no conviene olvidar que pertenezco a la working class, esa clase que busca ante todo sol, ocio barato y sexo de garrafón, siempre al por mayor. Por eso, cuando diviso los rascacielos viniendo de Valencia por la A-7, me siento un hombre extrañamente feliz.

Después de una temporada sin pisarlo, este fin de semana me acerqué por Benidorm. Fue una decisión difícil que estuve meditando varios días. Intuía que lo que me iba a encontrar no me gustaría, como así fue. Nada será igual después del Brexit. Es como cuando quedas con una antigua amante y no la reconoces porque se ha transformado en una mujer envejecida, fofa y sin encanto. Ella también pensará lo mismo de ti, que además te estás quedando calvo.

En la noche del viernes me acerqué por la zona de pubs ingleses. Quería comprobar cómo mis amigos del Reino Unido llevaban lo de dejar de ser europeos. En el Union Jack, el tugurio que suelo frecuentar, me los encontré. Allí estaban, en una esquina de la barra, Jimmy el pelirrojo, con un aire al jugador Rooney; Paul y William. Charles, el más intelectual, se había quedado en casa. Nadie me supo explicar el porqué. Sus caras hablaban por sí solas: estaban desolados por el resultado del referéndum, y eso que todos son ingleses. Se sentían traicionados por esos políticos que, después de forzar la salida de la UE, habían huido para no cargar con el desastre. Así me lo explicaba Jimmy, el más locuaz.

Quitándole hierro al asunto, les intenté hacer ver que no tener gobierno ni oposición no era tan malo; es más, para muchos es el estado ideal de un país. Yo pienso así, pero no me entendieron o no quisieron entenderme. Para animar el ambiente, que era más propio de un tanatorio que del que se vive en un pub la noche de un viernes, les invité a unas pintas pero ni por esas. Con la mirada perdida, sin mostrar interés por lo que les comentaba de mis líos en Valencia, me respondían con monosílabos. Yes or no. Si el Brexit había borrado la sonrisa a mis tres amigos, ¡qué no estaría pasando al otro lado del Canal de la Mancha!

"Mis amigos ingleses se sentían traicionados por unos políticos que, después de forzar la salida de la UE, habían huido para no cargar con TODO el desastre"

Se canta lo que se pierde, escribió el poeta. Es decir, sólo nos damos cuenta de lo que teníamos cuando lo hemos perdido. La camaradería entre mis compinches ingleses y yo se ha esfumado. Dudo de que esos lazos de fraternidad rabiosamente masculina se recompongan. Pero ¡lo felices que fuimos! Con eso me quedo, con las noches en las que compartimos literatura, alcohol barato y sexo con extrañas. Recuerdo aquellas veladas literarias al estilo Bloomsbury en las que ellos, intentándose hacer oír por encima de la música de los Village People, me recitaban los sonetos de Shakespeare y me leían la prosa elegante de Virginia Woolf. Yo hacía lo propio con la Ilíada de Homero y el Quijote de Cervantes. Era nuestra manera de tender puentes entre el Viejo Continente y las islas, hoy definitivamente dinamitados.

Pocas veces he disfrutado tanto como cuando celebramos la Premier League para el Leicester una tarde en que estábamos rodeados por un grupo de turistas de Liverpool, hombres y mujeres a partes iguales, igual de borrachos que nosotros pero sin nuestra sensibilidad cultural. Fue a Jimmy al que se le ocurrió invitar a tres de las chicas a un show lésbico en un club de la calle Gerona. La idea me pareció arriesgada porque de antemano suponía una inversión sin tener claras las ganancias. Ellas aceptaron y allá fuimos.

El número sáfico acabó mal

El numerito sáfico entre las chicas comenzó bien pero acabó de la peor manera posible porque un taxista de La Nucía, también ebrio y al parecer abandonado por su mujer cubana, quería montar un trío con las dos actrices, naturales de Gales y por consiguiente tan poco agraciadas como el jugador Gareth Bale. Las lesbianas circunstanciales se opusieron a la pretensión del taxista y se armó la de Trafalgar. Llamaron a la policía, que llegó enseguida porque está acostumbrada a estos tristes episodios, pero antes volaron varias sillas sobre nuestras cabezas. Por suerte ninguna nos impactó.

Al final de la noche acabamos con las tres chicas de Liverpool en un hotelucho de la playa de Poniente. Como había bebido demasiado —vomité varias veces— y soy el de mayor edad, apenas participé de las escenas de sexo en grupo que luego mis amigos grabaron y subieron a internet. Yo aparecía completamente dormido, para tranquilidad de mi familia.

Cuando rememoro aquella noche mágica en Benidorm pienso que todo aquel buen rollo se ha malogrado por culpa de unos políticos oportunistas. Entre mis amigos y yo se ha abierto un foso de incomprensión y recelo. Lo noto. Me empiezan a ver como si fuera un ser inferior, un holgazán de la Europa del sur, un pedigüeño que vive de la sopa boba. Y eso sí que no.

De regreso a casa camino cabizbajo, sorteando las innumerables cagaditas de perros. Con esta noche ya he tenido suficiente. Nunca más volveré al teatro de mis sueños. Siendo sinceros, lo que más me duele es haber perdido a compañeros con los que practicaba el inglés. Había adquirido un acento de Eton, muy a lo clasista, lo que me daba cierto prestigio. Ahora debo empezar otra vez de cero. Todo por culpa del Brexit y de ese primer ministro cenizo llamado David Cameron.

David, ¿nunca te enseñaron que los referéndums sólo se convocan si tienes la certeza de ganarlos?

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