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Bigotes, peinados afro, gabardinas de cuero: la leyenda de los Knicks setenteros en la NBA

Un documental relata la historia del mítico equipo de la NBA de los años 70

24/10/2015 - 

VALENCIA. Sufrimos invasión de documentales deportivos y por ahora hay que decir que es para bien. Ya lo comentamos hace unas semanas a propósito de Red Army Cuando se introduzcan en el negocio quienes usted y yo sabemos y se nos vendan tontunas del Real Madrid y el FC Barcelona con música indie habrá que decir que basta ya de documentales deportivos. Pero por ahora nos están llegando trabajos realmente edificantes.

El último que ha aparecido por los canales de pago es La época dorada del Madison (Michael Rapaport, 2014) sobre los Knicks de Nueva York de principios de los setenta. Deportivamente serían muy buenos, pero el vídeo no sería tan interesante si no ocurriera en Nueva York en aquellos años. A finales de los 60 la ciudad estaba llena de droga, los barrios obreros afrontaban una terrible decadencia y la delincuencia no hacía más que crecer. Ya saben, las cosas que nos gustan.

También había agitación política derivada del genocidio que cometió Estados Unidos en Vietnam y tensión racial, que es el eufemismo que se utiliza para describir las reivindicaciones de igualdad de los negros. Al mismo tiempo se editaba la música popular de mayor calidad de todo el siglo XX y surgían modas cada dos años que han determinado la forma de vestir durante décadas.

Por su parte, el equipo de baloncesto de la ciudad era una castaña pilonga de mucho cuidado. No debe ser muy distinto actualmente, que me corrijan los expertos en este deporte, cuando en las series y películas siempre se bromea con ello, pero hubo, como siempre le ocurre a todos los equipos, una época triunfal. Para muchos, dicen, el mejor que han visto en su vida.

Cuenta el documental que era una humillación que te regalaran una entrada para ir a ver a los Knicks, llevaban siete años sin llegar a los playoffs. Tan mala era la situación que la gente que iba a los partidos apostaba en contra de su equipo. De hecho, cuando alguien lo hacía bien y no perdían por muchos puntos, le tiraban cosas y le escupían desde la grada. Y qué gradas, todas las menciones que se hacen son de un estadio lleno de humo, con niebla, porque estaba todo el mundo fumando puros.

Por otro lado, por la guerra de Vietnam, había gente que no se levantaba cuando ponían el himno. El ambiente era maravilloso. Sobre todo porque la mayoría de los jugadores por lo de la estatura hacían el servicio militar en la guardia nacional y se encontraban más de una vez pegando como antidisturbios a su propio público en las manifestaciones.

Y del desempeño de la plantilla daba buena cuenta que los jugadores fumasen en el banquillo. Así hasta que llegó el entrenador Red Holzman. Un técnico del que se puede decir que era eso que ahora llaman mourinhista. Su máxima era, literalmente, que se limpiaba el culo con las tácticas y que los jugadores lo que tenían que hacer era defender y punto.

De este modo llegaron las victorias. El público, como los aficionados de la selección italiana que en la década anterior asistían a los encuentros de su equipo con pancartas en las que ponía catenaccio, cantaba “defensa, defensa, defensa”. Dicen que la gente aplaudía más al que daba la asistencia que al que metía la canasta.

Al mismo tiempo, además de admirar un bello espectáculo defensivo, cuando el equipo entró en racha al estadio empezaron a ir celebrities. Robert Redford, Woody Allen… los aficionados podían ir a ver los partidos con sus mujeres porque en la grada había glamour. Suena machista, pero así lo explican y eso es lo que había en aquellos tiempos, para qué nos vamos a engañar.

Incidentes racistas no faltaban, en cualquier caso. A uno de los jugadores, Cazzie Russel, le sacaron de un coche a punta de pistola en un desplazamiento. Se había fugado alguien de una cárcel y la policía le tuvo retenido pensando que era él. Un negro conduciendo un coche siempre era sospechoso.

Luciendo hermosas patillas y pelo a lo afro, ganaron su primer título de liga. El impacto fue de tal magnitud que todos los jugadores terminaron escribiendo libros sobre la experiencia y todos ellos fueron best sellers.

Con la fama llegó la vanidad. Pero en este caso, no podemos criticarla porque se trata de una época entrañable. Todos competían a ver quién llevaba el mejor abrigo de cuero, los gemelos de perlas más lujosos, iban con sombreros de ala... Aquello era otro espectáculo fuera del campo.

Uno de ellos confiesa que la ansiedad por no jugar buen nivel se la quitaba yéndose de compras. Se miraba al espejo al llegar a casa y se decía: “no juego bien, pero tengo buena pinta”. Solo con eso ya había logrado varios objetivos en su vida. También se inventaron un idioma propio para jugar. Parecía que hablaban en chino.

Al final ganaron dos finales de la NBA y ahí queda eso. El club no ha vuelto a repetirlo, pero lograron ser la generación con la que se ha medido todo lo que ha pasado desde ese momento. Esta forma de narrar leyendas deportivas es sumamente interesante y las posibilidades son infinitas. Cuánto gana el deporte profesional fuera de la prensa del día a día. Especialmente si cuenta con una banda sonora tan espectacular como la de la del Nueva York del cambio de década entre los 60 y 70 como la que adorna majestuosamente este documental.

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