Le sucede a miles de personas todos los días. Un hombre acude a un centro de especialidades para conocer los resultados de una biopsia. La noche anterior ha dormido mal. Se siente muy poquita cosa cuando entra en la consulta. Su vida está en manos de lo que le diga el médico
Tengo un amigo, un amigo muy íntimo, que me conoce mejor que nadie. Me ha contado una historia y yo os la transcribo por si fuera de vuestro interés.
Mi amigo tenía cita con el especialista en Torrent la semana pasada. Iba a conocer los resultados de unas pruebas que le habían practicado en el hospital General dos meses antes. Como no las tenía todas consigo, y al tratarse de un católico anacrónico, fue a misa el día anterior. La celebración fue oficiada por un sacerdote argentino que en la homilía tuvo el buen gusto de citar a los gauchos. Mi amigo es un fan fatal de Borges. En la iglesia de San Jorge sólo había feligresas, y algún hombre despistado. Pidió por él y por los suyos, pero sobre todo por él porque es egoísta y deseaba que todo saliese bien.
A mediodía de una mañana lluviosa se subió al metro en dirección a Torrent. El vagón iba casi vacío. Mi amigo ojeaba las páginas del periódico. Farfolla informativa. La banca criminal suelta más lastre. Don Ximo suavizará las restricciones de su tiranía dulce. Putin le echa el ojo a Ucrania. Vox y su polémico anuncio contra los menas. Vox es acusado de racista por las chicas del Gobierno. El gatillazo de Florentino con su Superliga. Autorizada la vacuna de Janssen pese a que provoca trombos. La señora Oltra llora por la leche derramada (en el castigo lleva la penitencia). En fin.
Mi amigo se da cuenta de que todas estas noticias son un juego de naipes irrelevante, comparado con lo que le espera en Torrent. Deja de mirar el periódico. Mi amigo se cansa de leer el mismo diario todos los días: la derecha y la izquierda, la extrema derecha y la extrema izquierda le provocan hastío o asco según si sale o se pone el sol. Las ve como comediantes de un régimen fantasmagórico al que habría que volar. Bien mirado, mi amigo es un radical de maneras suaves.
“A mi amigo le gustaría vivir unos años más. No pide tanto. Se le hace eterno el minuto en que el médico mantiene fija la mirada en la pantalla del ordenador”
Mi amigo llega a Torrent con tiempo suficiente para pasear por la ciudad. La conoce bien. Hace años acudía a sellar la tarjeta del paro en la oficina de la calle Sagra. Hoy, al pasar por la puerta, se reconoce en los parados que aguardan para entrar.
Torrent está deprimido, como el resto del país. La terraza del bar Avelina, donde acostumbraba a desayunar, tiene sólo una mesa ocupada. La plaza Colón está desierta. La torre árabe, imponente, llora por España como un gigante desconsolado. Mi amigo entra en el mercado municipal: tiene la mitad de sus puestos cerrados. Apenas hay clientes. A mi amigo le embarga la tristeza ante tanta desolación.
En el centro de especialidades hace cola para entrar. Explica el motivo de su visita en el control de información. Pasa. Sube a la primera planta. El edificio es viejo y oscuro. Sale la enfermera, que ya conoce de otras veces, y le facilita su nombre y apellidos. Enseguida lo llaman. La consulta es pequeña. Tiene enfrente al médico, que no es el mismo de otras veces, y a la enfermera, a su derecha. Se saludan. Mi amigo se sienta pegado a la pared guardando una prudente distancia. El doctor es un cuarentón alto y con pelo escaso y castaño. Es agradable, o al menos intenta serlo. Dice que la gastroscopia está igual que en otras ocasiones. Ahora le falta consultar los resultados de la biopsia. Es el momento que mi amigo más teme, el que le ha hecho perder el sueño días atrás, en el que sabrá si tiene o no cáncer. A mi amigo le gustaría vivir unos años más. No pide tanto. Se le hace eterno el minuto en que el médico mantiene fija la mirada en la pantalla del ordenador. Trata de descifrar sus gestos para anticipar la respuesta. Entretanto, la enfermera, una rubia de melena larga y rizada, delgada, de ojos azules y muy sexi, rellena el justificante para el trabajo.
El médico gira la cabeza y le dice: “Todo está bien”.
En ese momento mi amigo se acuerda del denostado Woody Allen y de su película Match Point, y recuerda la escena en que una pelota de tenis llora antes de caer en un lado de la pista. En este caso, la pelota ha caído en el lado correcto, en el lado de la vida. Mi amigo ha salvado otro match ball (y ya van cinco).
El médico le firma el talonario de las recetas, le aconseja seguir tomando la misma medicación y lo cita para dentro de un año. Mi amigo da las gracias y, al salir de la consulta, respira hondo pero no llora.
De camino a casa, entre Torrent y Picanya piensa que la vida es una tómbola, una cosa sin sentido y un poco absurda, en la que la voluntad no cuenta para nada. Estamos vendidos. Por eso a veces le da por rezar: porque estamos vendidos, porque no somos nada. Mi amigo no tiene cáncer, de momento. Se acuerda de todos los que lo tienen y se solidariza con ellos. Y les manda un abrazo sincero.
Al llegar a su domicilio celebra la noticia escuchando, por enésima vez, la canción Ya no siento nada de Alizzz.
Mi amigo es un moderno incorregible.
Aunque es una intervención poco invasiva, requiere la experiencia de un médico especializado para evitar complicaciones