Ayer el Parque Ribalta de Castelló brillaba con esa plenitud y calma de las primeras horas de la mañana. Pancho correteó sin gracia, sin ganas, lleva demasiado tiempo detenido al compás de mi rehabilitación postoperatoria. Pero, al fin, ayer llegamos al gran parque, en un paseo corto pero muy bello. La primavera ha estallado a lo bestia entre los sinuosos recorridos de esta zona verde urbana. Hacía calor, el sol abrasaba, solamente una pequeña brisa aliviaba esas sensaciones que anuncian otro verano denso.
Y sientes el paso de una leve sombra, una ráfaga que eriza la piel, cierras los ojos, inspiras y expiras, contraes el sistema muscular y, sentada en esos bellísimos bancos de cerámica castellonense, de principios del pasado siglo, comprendes que la vida pasa vertiginosamente, sin darnos cuenta. Pancho no entendía nada, porque saltamos del banco que nos acogió por unos instantes. Sensaciones especiales que suelen producirse en medio de los infinitos silencios, de la soledad absoluta, y de unas notas musicales al azar.
El único sonido, a las siete de la mañana, era el tema Aquellas pequeñas
cosas, de Joan Manuel Serrat, recién proclamado Premio Princesa de
Asturias, y se desplegaba por el Parque Ribalta. Una pareja joven compartía esta maravillosa canción desde un teléfono móvil. Abrazados, somnolientos, regalaron la estampa más bella. Sentados en uno de los bancos de cerámica nos dedicaron el mejor comienzo del día. Qué maravilla.
Pero la intensiva colonia de palomas urbanas agresivas rompió todo encanto y conjuro. En mi barrio sufrimos el exceso de estas aves que vienen generando un problema de salud pública. Hace unos días, en la Plaza Tetuán, comiendo con mi familia, era insufrible e impotente ver a las palomas tirándose en picado sobre las personas que servían comida en las mesas de las terrazas. Además, la invasión masiva caía de lleno sobre tus manos, sobre el bocadillo que te llevabas a la boca. No era normal. Las empresas que tienen servicio de restauración en esa plaza están cansadas del problema. (Bueno, yo aporté dos nietos que se organizaron como brigada espantapalomas de todas las terrazas). Es un problema que depende del Ayuntamiento y deben controlar y solucionar.
Arranca otra semana en este panorama social tan incierto, con la resaca a cuestas de tantas interpretaciones de la verdad, y de los bulos, momentos graves e incómodos si en este país no sabemos gestionar el derecho a la información libre, veraz y digna. Algo habrá qué hacer desde las instituciones públicas, y de los colegios profesionales del periodismo. No sirve denunciar el barro que cubre la actualidad política y periodística. Hay quepasar a la acción.
Cada día que pasa es más insoportable el exceso de ruido, el humo que surca demasiadas informaciones, la arrogancia de quienes no pudieron gobernar este país. La expansión de la ultraderecha, arropada por la derecha de siempre, sin complejos, sin problemas. La democracia sigue en peligro, sigue siendo víctima de una estrategia global de un fascismo que ha sembrado territorio, que campea a sus anchas, arrastrando a una derecha que se la esperaba demócrata.
No voy a entrar en nombres, cargos institucionales, declaraciones y actitudes, porque todo se discute a la contra, porque la razón no es prioridad en los debates, porque el sentido común ha desaparecido de los canales de comunicación al uso, porque te humillan e insultan, porque te amenazan. Las redes sociales han declarado la guerra a la verdad, a la dignidad y a la honestidad. Ya no merece la pena compartir una reflexión o un buen análisis de la realidad. Es imposible.
Mientras, Israel sigue asesinando al pueblo civil palestino en Gaza. El genocidio que no cesa bajo la descarada intervención de los EEUU donde, por cierto, ha resucitado el espíritu de aquel cambio decisivo de 1968 contra la guerra de Vietnam, contra todo colonialismo e injusticia mundial. Quizá estemos viviendo una nueva transformación de este planeta podrido, desde las universidades, desde la gente joven que defiende la vida de los inocentes, de los más vulnerables, que defienden un mundo mejor, que defienden el futuro que está colapsando desde la ‘comunidad internacional’. Ojalá se produzca el milagro de un mundo mejor.
Ayer, domingo, comí, una vez más, con mi vecina Carmen, que seguía feliz por vivir tan de cerca el acto del Centenario de la Coronación de la Verge de Lledó, patrona de Castelló, un acto que en nuestro barrio se siguió en primera fila, a los pies de La Farola. Con tal motivo, Carmen cocinó ayer una paella de Castelló con pilotes y todos los ingredientes que convierte este guiso en un plato celestial. Era un homenaje a la “Nostra Mareta” como bien dijo Carmen.
Yo aporté una pasta que aprendí de mi querida amiga y colega periodista
Marisa Zaera, sardinas en conserva con aceite de oliva y otra lata de buenos mejillones en escabeche, todo mezclado con un tenedor y bien acompañado por nuestras buenas Papas García, compradas en el colmado de nuestro estimado paquistaní. No quisimos postre, pero sí brindamos con lo poco que nos queda de absenta Segarra, pensando que un día de estos tendremos que viajar a Xert para rellenar el mueble bar de mi vecina Carmen.
Despedimos la semana pasada y mi vecina, que es muy sabia, planteó que lo que estamos sufriendo asemeja en algo a la canción de Serrat, porque seguimos viajando por la vida en trenes propios que venden boletos de ida y vuelta.
Buen lunes. Buena Semana. Buena suerte.