Qué mejor sitio para escribir mi último artículo que Benidorm, fuente de inspiración de tantas columnas estos años. Estoy en la cafetería Les Dunes, en la playa de Levante, con la isla en el horizonte. Dios me ha regalado un día maravilloso, soleado, con nubes de algodón que enmoquetan un cielo de azul azoriniano.
Miguel Bosé es el protagonista de estas líneas definitivas. Para mi generación, nacida entre los años sesenta y setenta, Bosé ha sido más que un artista: es parte de nuestra educación sentimental. Hemos crecido con él desde su primera aparición en TVE, en el programa Esta noche… fiesta, interpretando Linda y Mi libertad delante de sus padres Luis Miguel Dominguín y Lucía Bosé, y su amiga Raffaella Carrà. La noche del 26 de abril de 1977 Bosé se metió a España en el bolsillo.
Él se ha hecho viejo y nosotros también. Nadie escapa al curso del tiempo, a la devastación de los años. Pero ahí sigue, refugiado en su casa de Ciudad de México, al cuidado de sus dos hijos Diego y Tadeo. Ha perdido la voz pero le brilla la cabeza. Dice cosas que muy pocos famosos se atreven a mencionar. Desde el encierro de 2020, cuando se opuso a la dictadura implantada con el pretexto de la pandemia, Bosé ha pagado cara su osadía. El Sistema del que formó parte lo ha repudiado. Se ha escrito que Bosé ha enloquecido, que se ha vuelto un paranoico, que ya no tiene nada que decir como artista. A él, que está más allá del bien y del mal, estas críticas deben de importarle un comino. Es mucho Bosé: si no lograron tumbarlo cuando difundieron que había muerto de sida, no lo harán ahora por menos.
Adiós a la época de las fans adolescentes
Todo creador tiene un cénit en su carrera. En su caso, este momento álgido fue el año 1984, cuando Bosé publicó Bandido, su séptimo álbum. El anterior disco Made in Spain había sido un fracaso. Entró en una crisis personal y creativa. Se planteó dejar la música. El Bosé que encandilaba a las adolescentes de medio mundo con temas como Linda, Mía y Te amaré; el que compartía portadas de Súper Pop con Leif Garrett, Iván, Pedro Marín y los Pecos, había muerto. Se dio cuenta de su vacío como músico y dio un golpe de timón en su carrera. Renació, como otras veces. Para ello contó con la ayuda del productor italiano Roberto Colombo. CBS, su compañía discografía, se desentendió del proyecto. Bosé hizo cien copias del álbum y lo promocionó en radios de México. Enseguida fue un éxito que cruzó el charco, camino de vuelta a España.
Ocho de las diez canciones del disco son suyas. El primer single fue Sevilla; luego le siguió Amante bandido, lanzado al mercado el 7 de enero de 1985. Los fans comprobaron la transformación del artista. Su físico era distinto. Se había cortado el pelo dejándose una coleta como la del cantante pelirrojo de Thompson Twins. Estrenó la falda pantalón, para escándalo de los pocos escandalizables que quedaban en España. El tono de su voz pasó a ser grave. Estética y música cambiaron a la par, abriendo una etapa en la obra del cantante.
No ha habido un disco tan certero y completo como Bandido. Su autor reconoce que no puede escucharlo. “No he vuelto a hacer nada tan brillante, tan inspirado”, dice.
Un cruce entre David Bowie y Bryan Ferry
Si hubiera que escoger una canción de su larga discografía, esa sería Amante bandido. Para su promoción Bosé grabó un video en la biblioteca Angelica de Roma, cerca de la plaza Navona, donde representa el papel de un atildado investigador que lee cómics hasta acabar transformado en un Indiana Jones. Había nacido el mito del Bowie latino, con unas gotas de la elegancia de Bryan Ferry, el cantante de Roxy Music.
Yo seré el viento que va / navegaré por tu oscuridad / tú, rocío, beso frío / que me quemará / Yo seré tormento y amor / Tú, la marea que arrastra a los dos…
Qué difícil resulta no dejarse llevar por la letra de esta canción memorable.
Yo también quise ser un amante bandido; ahora me conformo con ser sólo un bandido. En la España de la eterna picaresca, en el país de Rinconete Sánchez y Cortadillo Bolaños, no compensa ser una persona formal, cumplidora y respetuosa con los reglamentos y las leyes. Más se prospera siendo un bandido, un pirata y un granuja, lo que también puede tener su lado extravagante y hasta romántico. Ser el bandido adolescente que no fui; disparar a la multitud con versos de Rimbaud y lanzar ramos de flores con bombas de juguete sobre los culos sonrosados de los ricos (¿a qué huele el culo rosáceo de un poderoso?) son mis buenos propósitos para el Año Nuevo. Nada del otro mundo, como puede verse.