La recuperación de la confianza en el proyecto europeo dependerá de que la UE muestre una postura firme y unida
A estas alturas hemos superado con éxito tan sólo el primero de los tres obstáculos a la estabilidad económica de la UE que esta septimana horribilis nos deparaba (valga la licencia de parafrasear el término annus horribilis usado por Isabel II para designar el año 1992). El pasado martes el Tribunal Constitucional alemán dio por bueno el programa OMT de compra de deuda del Banco Central Europeo ante posibles rescates futuros. Sin embargo, el jueves los británicos decidieron abandonar la Unión Europea. No voy a negar que el resultado me ha sorprendido pues, a pesar de todo, me parecía casi imposible de concebir que realmente se decantaran por la salida, quizá por mi propio punto de vista y por pensar que parte de las quejas y reticencias aducidas eran más “postureo” que convicciones reales.
La primera “enseñanza” que podría derivarse de lo ocurrido es que los referendos son muy peligrosos cuando se quieren utilizar políticamente no siendo necesarios. Es evidente lo temeraria de la actitud de los políticos británicos y, en concreto, de David Cameron, al anteponer su candidatura en el Partido Conservador y los intereses de su partido a los de su país. Pero lo peor es que ha sido la segunda vez que utiliza la estratagema del referéndum: en la primera, la de Escocia, situó a su país al borde de la ruptura, que ahora con el Brexit vuelve a reabrirse debido al clarísimo resultado a favor de quedarse (más del 62%) en Escocia. Habría que retrotraerse a 1992 para para recordar algo parecido. Tras el “no” danés en el referéndum sobre Maastricht, Francia, que no requería dicha consulta para entrar, creyó que reforzaría la confianza en el proyecto al realizar el referéndum en un país claramente partidario. Sin embargo, una vez convocado, la opinión pública empezó a decantarse por el rechazo y la pírrica victoria lograda no hizo sino aumentar la desconfianza.
La segunda consecuencia ha sido que ha obligado a todos los partidarios de la permanencia a devanarse los sesos para enumerar una lista completa de las innumerables ventajas que la pertenencia del Reino Unido a la UE les ha supuesto, así como para poner de manifiesto la situación claramente privilegiada que ocupan. Esto se ha mostrado, no obstante, claramente insuficiente para que esta postura triunfara. Ha sido muy notable el cúmulo de declaraciones de primer ministros británicos en contra del Brexit: desde el “lead not leave” (liderar en lugar de abandonar) del laborista Gordon Brown hasta el tándem formado por el conservador John Major y el laborista Tony Blair que coincidieron en el riesgo de que la salida de la UE provoque la ruptura del país. Algo parecido ha ocurrido entre los medios de comunicación y, en particular, el Financial Times. Este prestigioso periódico ha realizado un importantísimo despliegue informativo (abierto a no suscriptores) cargado de argumentos en contra de salir de la UE. Uno de los más recientes va más allá de lo estrictamente económico y habla de la pérdida de oportunidades para los jóvenes británicos, tanto formativas como de trabajo. En el resultado ha pesado, en efecto, el componente generacional, pudiéndose afirmar que los recalcitrantes abuelos se han impuesto a sus nietos, más abiertos al resto del mundo: los más jóvenes (entre 18 y 25 años) han sido, con un 75% de votos favorables, claramente partidarios de quedarse, porcentaje que se iba reduciendo casi de manera proporcional con la edad.
"Da la impresión de que se ha transigido en demasiados aspectos a cambio de que los británicos se sintieran cómodos en la UE pero siempre, a pesar de los esfuerzos, han sido la nota discordante"
La tercera “enseñanza” que podríamos derivar de esta experiencia es de índole interna europea. En cualquiera de los dos casos, Brexit o no, este episodio lamentable debilita el proceso de integración europeo. La postura británica como socio en la UE ha sido, frecuentemente, difícil y no siempre positiva para la integración. Admitiendo las peculiaridades de este país y sus diferencias cíclicas con el resto de países “continentales”, cabría realizar una cierta introspección sobre si la forma de gestionar las relaciones entre los restantes miembros de la UE y Gran Bretaña ha sido acertada. Da la impresión de que se ha transigido en demasiados aspectos a cambio de que los británicos se sintieran cómodos en la UE pero siempre, a pesar de los esfuerzos, han sido la nota discordante y, en ocasiones, un obstáculo a la integración. Aunque, a primera vista, pueda parecer una noticia muy negativa, su impacto sobre los 27 va a depender de cómo se gestione.
Paul de Grauwe, siempre polémico desde su profundo conocimiento de la integración europea, se plantea hasta qué punto no es mejor para los demás países de la UE que Gran Bretaña finalmente se vaya. En primer lugar, puesto que aún habiéndose quedado, nada garantizaba que los partidarios del Brexit se hubieran conformado con el resultado del referéndum y, además, habrían sido un nuevo obstáculo para la unión política, que cada vez se considera más necesaria, en especial para los países de la eurozona. No obstante, todos perdemos con la salida de un país fundamental en la construcción europea. Fue Churchil el primero en hablar de los “Estados Unidos de Europa” y la participación británica en las decisiones europeas no siempre ha sido una cortapisa a la integración. Además, el Reino Unido suponía un contrapunto liberalizador a las posturas más partidarias de la regulación de países como Francia o, en ocasiones, Alemania. La UE se queda un poco coja sin ellos.
Tal y como han manifestado Juncker y Tusk, lo que restaría es realizar una rápida negociación para la salida ordenada del Reino Unido de la UE. Los diversos pasos a dar han sido ya estudiados, tanto en la UE como por parte de organismos internacionales y podrían prolongarse incluso más de dos años. Quizá la revisión más interesante sobre el papel del Reino Unido en la UE y las consecuencias económicas de su salida, para ambas partes, la ha realizado el Fondo Monetario Internacional. En este informe se concluye que el mayor perdedor de la salida, tanto a largo como a corto plazo, va a ser el Reino Unido. Los menos afectados, las otras cuatro grandes economías: Francia, Alemania, Italia y España. Pequeños países vinculados estrechamente a Gran Bretaña se verán más perjudicados, como Irlanda, Chipre y Malta. También en dicho informe se describen los pasos a seguir. Esperemos que, tal y como han afirmado las principales autoridades, el proceso sea rápido y las instituciones sean capaces de transmitir unidad entre los que nos quedamos. La volatilidad e incertidumbre que nos espera durante este verano son inevitables. La recuperación de la confianza en el proyecto europeo dependerá de que la UE muestre una postura firme y unida.
Pero, un momento, aún faltamos nosotros y nuestras segundas elecciones. Por favor, que me despierten cuando acabe junio (o quizá septiembre, como cantaba Greenday).