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Carlos Marzal: “Mi labor como poeta es celebrar las cosas buenas de la vida”

3/04/2023 - 

VALÈNCIA. Carlos Marzal vuelve por la puerta grande. Su nuevo poemario, Euforia, rompe un silencio editorial de 13 años en poesía. Lo hace con un extenso libro en el que despliega su capacidad para identificar el elevar el hedonismo, el placer en las pequeñas cosas, el jugo de la vida. El valenciano ha construido un mundo en el que claro que caben los problemas, pero cuyas gafas le permiten entrar en el detalle para descubrir qué nos puede hacer feliz.

- Escribes en La visita: “Después de muchos años sin escribir ninguno, ayer logré acabar otro poema”. ¿Por que estos 13 años de silencio? ¿Cuál fue el germen de este poemario, además, tan amplio?
- La verdad es que no hay una razón auténtica. La poesía no se escribe cuando uno quiere, sino cuando a la propia poesía le da la gana. Yo puedo escribir un artículo, puedo avanzar en un capítulo de un ensayo que tenga en marcha, de una novela…  Pero no sé escribir un poema solo con voluntad, solo con oficio. Necesito otra cosa además de la idea, de la música.

Necesito un clima del espíritu, por así decir. Y no lo encontraba. No vino, escribía otras cosas, y con eso mataba el gusanillo de la escritura. Pero tenía muy mala conciencia porque, bueno, a un poeta lo que de verdad le gusta es escribir poemas. 

Yo tampoco quiero caer en la grandilocuencia ni en ponerme estupendo. No es ningún drama, no es ninguna crisis espiritual. Pero desde luego cuando uno escribe poemas, y escribe los poemas  que cree que debe escribir y como los debe escribir, está mucho más contento. 

Ese clima llegó hace cosa de un par de años. Desde entonces he escrito muchos. No solamente los ciento y pico que hay en el libro, sino treinta o cuarenta poemas que he descartado y que no se publicarán. Y bueno, estoy contento con el resultado. Creo que es el libro que contiene mayor número de poemas de los que estoy más satisfecho. 

- La euforia, la felicidad o el hedonismo atraviesa toda tu obra poética, aunque aquí está más presente que nunca en este. Reivindicas la capacidad, que muchas veces no tenemos por ser un poco agoreros, de saborear aquello que la vida ofrece y que es un regalo.  
- Yo creo que el hedonismo es un concepto que viene muy a cuento, que está muy bien traído. Los mediterráneos tenemos el orgullo, la tradición y casi la necesidad de celebrar el universo de los sentidos. El sol, el mar, el clima que tenemos, la alimentación de la que disfrutamos… son los fundamentos de una visión del mundo, de una manera de estar en la vida que es procurar gozar de ella. Esto no quiere decir que yo viva, por supuesto, en un completo estado de felicidad y de amor, sino que trato de reflejar en mis poemas esos momentos en los que sí.

Yo no me pongo ya a cantar para llorar. O si lloro, lloro de una forma que mezcle también el llanto con la sonrisa. Me parece que mi labor (no digo la labor del poeta, sino la mía como poeta) está en festejar lo mejor del mundo. Esa parte diurna, satisfactoria de la vida, que por supuesto es solo una parte. Hay otra cara de negrura, de tragedia. Habrá más lugares en la Tierra donde la vida es más un desastre que un producto de belleza., pero somos muy afortunados de pertenecer a un lugar donde no es difícil encontrar esa felicidad si uno se lo propone.

- Con cierta ironía planteas -en otro poema- que, en un mundo que tendemos a ver de manera oscura, saborearlo es símbolo de inmadurez. Por eso te consideras inmaduro.  
- El contrapunto de la felicidad es siempre la desdicha y la desgracia, igual que el contrapunto de la vida es la muerte. Estamos obligados a gozar de los instantes de intensidad porque se pasan.  Estamos obligados a festejar el mundo porque el mundo nos abandonará y nosotros abandonaremos al mundo (no porque queramos, sino porque nos expulsarán de él). 

La cita que abre el libro es una cita de Rubén Darío que dice “a saludar me ofrezco y a celebrar me obligo”. Yo creo que es una declaración de principios que deja bastante claro cuál es el propósito del poeta. 

Y luego con respecto a la madurez o la inmadurez, yo es que todavía no he logrado entender en qué consiste. Cuando era pequeño me hablaban de ella y luego, bueno, he visto que los supuestos individuos maduros no lo eran tanto como ellos se creen; y que, desde luego, yo esa madurez, si por ella entendemos saber en qué consiste el mundo, en qué consiste la vida, para qué estamos aquí, y ese tipo de cosas, yo creo que ni la he conseguido ni la conseguiré nunca porque la vida es un misterio y es un enigma perpetuo. 

- Hay veces que tus poemas son grandes reflexiones, incluso casi existenciales, y se cruzan con otros que hablan de pequeños objetos o momentos concretos: de una lista de la compra, de Moussel… Y ni siquiera hace falta dentro del poema una gran frase que resuma el mundo. Háblame de esos poemas que nacen en ti, supongo que eso, de abstraer o de ensalzar algo que se supone que está pensado para pasar desapercibido por nuestra vida. 
- Claro, es que la labor del poeta es precisamente esa: poner una lupa de aumento sobre lo minúsculo, ensalzar lo que parece que no tiene gloria, lo que parece que no tiene belleza, lo que parece que sea insignificante. Me parece que los escritores en general deben decantar aquello que no es evidente. Si observamos bien el mundo, hay belleza y hay asombro en casi todo: desde una botella de cristal hasta un pájaro; desde cualquier máquina con la que trabajamos,  que son de una complejidad y una perfección asombrosa, hasta un aeropuerto. En cualquier cosa, el poeta debe hacer eso, dar su momento de maravilla a lo que le da.

La historia con mayúscula no se dedica a los individuos insignificantes, a los individuos sin historia. Eso lo hacen los novelistas. Los poetas creo que hacemos lo mismo, pero con los objetos, cuando lo utilizamos para hacer lo pequeño.

- En ese sentido, pensando otra vez en el poema sobre Moussel, pienso en esa nostalgia que empleas, pero en positivo. Es una nostalgia que ni condena un presente ni desatiende un futuro, sino que reivindica un pasado que celebrar.
- La memoria es siempre un mecanismo de fabulación, un artificio literario perfecto. Pero yo no soy un individuo demasiado nostálgico. No pienso que cualquier tiempo pasado fue mejor y no pienso que deseara eternamente volver al pasado. Pero sí me gusta recrearlo y me gusta bucear en el individuo que yo fui para exaltar aquellos momentos, sin amargura contra el tiempo presente. Está claro que el tiempo pasa y que el tiempo nos va condenando, pero bueno, forma parte también de todo el juego de la vida. 

- Hay muchos poemas dedicados a compañeros y compañeras tuyas de la literatura y da la sensación, cuando lees varios seguidos, de que tienes que estar muy bien rodeado de buena gente que seguro que te inspira con aquello que lees de ellos y de ellas, pero también de lo que hablas con esas mismas personas.  
- A mí la literatura me ha dado mucho. Primero me ha dado la propia literatura, la intensidad del lector. Sin los libros que he leído yo no sería como soy, no pensaría las cosas que pienso, no me enfrentaría a la realidad de la forma en que me enfrento. Y además, me ha dado la suerte de conocer a algunos grandes amigos que a la vez son extraordinarios escritores. Hay homenajes a Joan Margarit, a Miguel Ángel Velasco, a Fernando Marías, a César Simón, a Francisco Brines. Son algunos de mis autores favoritos, de mis grandes amigos a los que echo de menos y por eso escribo esos homenajes y por eso dedico también poemas a autores y amigos del mundo de la literatura que están vivos. Es una forma de decirles que me importan, que los admiro y que los quiero. 

-¿Tú crees que leyendo este libro, de alguna manera, el lector o la lectora puede aprender a ver las cosas con un poco más de entusiasmo, sin un optimismo barato pero sí que de alguna manera vea las cosas con algo más de euforia?

- Bueno, ese es mi propósito, esa sería una de mis intenciones como escritor. Primero, trasladar la emoción estética. Y en segundo lugar, transmitir un gozo por la vida, transmitir el placer de la existencia, lo que se llama la epifanía de las pequeñas cosas. La celebración de la realidad en todo, desde lo más grande a lo más pequeño, desde lo que llamamos el universo hasta lo microscópico. Me da la impresión de que eso es, en definitiva, la tarea de los poetas.

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