VALÈNCIA. La realidad no entiende de marcos, los desborda. Una narración compleja que, sencillamente, no podría ser de otra manera. Con el deseo de poner sobre las tablas no una sino muchas realidades aterriza en La Rambleta (14 y 15 de noviembre) la exitosa Prostitución, del Premio Nacional de Teatro Andrés Lima. La autoría, sin embargo, es compartida. El espectáculo se basa en testimonios reales a partir de una profunda investigación sobre la prostitución en España, palabras que llegan crudas al escenario de la mano de Carmen Machi, Nathalie Poza y Carolina Yuste. Durante al menos dos años han entrevistado a prostitutas cuyas palabras se suben este fin de semana al escenario, con un espectáculo teatral, musical y documental que no pretende dar respuestas, aunque sí no dejar indiferente. Sobre esto, actuar en pandemia y el frustrado estreno de Nieva en Benidorm hablamos con Carmen Machi.
-Siempre andamos buscando respuestas, pero el teatro muchas veces lo que plantea son preguntas, ¿qué cuestiones pone sobre la mesa Prostitución?
-Hemos llevado a cabo un gran trabajo de investigación, sello de la casa de Andrés Lima. Hemos estado documentándonos, entrevistando prostitutas, hemos estado en prostíbulos, en la calle... Con todo ese material damos vida a Prostitución. Todo lo que se dice en la obra son testimonios de prostitutas que han hablado con nosotras, transcrito literalmente. La función está basada en la verdad más absoluta la función. Aunque sin encontrar respuestas, probablemente uno sale de esta función con un concepto muy diferente al que tenía al entrar. Ese es el mérito que tiene el teatro. A nosotras mismas como actrices nos ocurría. Yo por la mañana me levantaba abolicionista y por la noche todo lo contrario [ríe] Lo bueno que tiene esta función es que da voz a mujeres que normalmente se ha silenciado. La prostitución es la más silenciada de las profesiones, de una manera injusta. Luego, cuando investigas, te das cuenta del porqué. Muchas de las prostitutas a las que hemos puesto cara y cuerpo han venido a ver el espectáculo y ha sido muy emocionante para ellas. Nadie sabe lo que piensan, les importa muy poco.
Curiosamente, además, es el espectáculo en el que he visto a más políticos en el patio de butacas, y eso que llevo haciendo teatro desde que tengo uso de razón. No es que les hiciera cambiar de opinión, pero te das cuenta [con la obra] de que debes ser más flexible mentalmente. Cada prostituta es un individuo y debes respetar eso. Como colectivo se tienen que unir para tener fuerza, evidentemente, pero sobre todo estamos hablando de mujeres, más allá de que sean prostitutas, con problemas como cualquier otra persona. Hay una gran ignorancia en torno a la prostitución, esa ha sido la mayor bofetada que yo he recibido. Y no interesa que se sepa más.
-¿Hay una intención de desmontar prejuicios o tópicos?
-La intención en sí es exponer. Las entrevistas que nosotras hicimos eran muy básicas. Fuimos al polígono Marconi de Madrid, el polígono con más prostitución de Europa, y es tremendo lo que te encuentras allí. Lo que preguntábamos era muy básico: A qué hora vienes, cuáles son las tarifas, qué música escuchas, etc. Sin más. Lo que empieza a ocurrir cuando esa persona se relaja es lo extraordinario. No es que empatices, es mucho más que eso. El concepto de la puta para mí se ha transformado, lo veo de otra manera. Sí que es verdad que la obra quita prejuicios cuando la ves. He visto a la mujer que hay detrás -o dentro- de la prostituta.
-No es la primera vez que trabaja sobre este colectivo, también dio vida a una prostituta, por ejemplo, en La puerta abierta, pero parece que esta experiencia ha sido muy distinta.
-En esta ocasión hay muchas voces. He hecho de prostituta varias veces y te fijas más en la energía, en lo que proyectan, incluso en el plano físico: esa mirada de callar tanto. Pero aquí había algo más. Más que el proceso, lo que me ha transformado es lo que ha sucedido con la función. No me posiciono, pero sí es cierto que lo veo de otra manera. Más claro.
"Ahora debajo de la mascarilla se puede esconder mucho prejuicio"
-En este caso hay un trabajo por poner muchas caras a un colectivo que normalmente se simplifica.
-Hay una manipulación absoluta de todo, una obsesión por mostrar la forma sórdida, porque es mucho más espectacular al ojo del espectador. Es más confortable ver cuánto sufre esa gente y yo no. Es completamente manipulado. Es también muy curioso el prejuicio desde las propias mujeres o el hecho de que los hombres no tengan ni idea de lo que las putas opinan de ellos. Te mearías de risa. Nunca se paran a pensar en eso. Todo eso te cambia. La función es incómoda, sobre todo para los hombres, pero en general suelen ser los primeros que se levantan a aplaudir. Las distancias por la covid-19 nos ha afectado en algo que era muy esencial en la función, pues tiene alma de cabaret, y es que bajábamos y se tenía un contacto físico con el público que era muy incómodo. Todo eso no podemos hacerlo. Ahora debajo de la mascarilla se puede esconder mucho prejuicio.
-Cuando uno habla de un colectivo como este, infrarrepresentado en la vida pública, muchas veces la exigencia por cómo se representa es mayor, ¿ha sentido que trabaja con una cierta lupa?
-El texto al final es de ellas. Nosotras somos testigos privilegiados. No hay literatura. Claro que hay dramaturgia, para que fluya, pero es absolutamente literal. No hay nada inventado ni hecho para que quede más bonito. Incluso verás una cierta falta de calidad literaria, pero es que fue así. Como actriz la responsabilidad es infinitamente mayor cuando estás dando vida a alguien que existe, es muy diferente. Después tiene un envoltorio muy espectacular, muy brillante, pero tu ojo no puede deformar lo que es real.
-A veces parece que hemos avanzado mucho y otras muy poco a la hora de plantear ciertos temas, ¿cómo lo percibe usted?
-Creo que sí. Antes justo decía que había muchos políticos, entre ellos la ministra de Igualdad. Ella, que es profundamente abolicionista, curiosamente nos comentaba cómo le había girado la cabeza. A partir de ahí podemos hablar, aunque tengas tu pensamiento único. Cuando te acercas más a la calle, cuando te hablan en primera persona, se te caen los palos del sombrajo. Cuando la gente sale del teatro avanzamos en la conversación.
-Habla de diálogo y confrontación de ideas, algo que hoy en día es casi la excepción.
-Exactamente. Y esa es la propuesta del espectáculo. Hay mucha diversidad y así es como tienes que verlo.
-¿Cómo se siente al volver a subirse al escenario en un contexto convulso como el que estamos viviendo?
-El actor tiene por naturaleza esa capacidad de transformarse de manera rápida. Cuando estoy en el escenario no tengo ninguna sensación diferente a la que tenía antes, curiosamente. Aunque nosotros somos libres en el escenario sí es verdad que hay muchos protocolos nuevos, con lo que varía el comportamiento de la gente. Son muy responsables, pero cuando llegan hay una cierta timidez que no estaba antes. En València vamos al 50 por cien de aforo, pero hay sitios donde el máximo eran 30 personas, sin nadie al lado. Eso ya cambia. En el teatro se genera una energía brutal, sea la obra que sea, y con esto de repente la energía puede irse entre esos huecos. Es una cosa muy particular. Pero quitando eso, que parece mucho, es cuestión de adaptarse. Ahora lo poco que podamos tener se recibe con alegría. La pena ahora es que ahora nos las vemos putas, con perdón, para ir a cenar después de la función con el toque de queda [ríe].
"Estábamos en medio de la promoción [de 'Nieva en Benidorm'] y ahora no se puede estrenar. Ahí te da una patada en el estómago, francamente"
-Precisamente en estos días de estreno de La voz humana, Pedro Almodóvar defendía la necesidad de esa experiencia en común del público, la experiencia compartida, frente a la pequeña pantalla.
-Es que no tiene nada que ver y es una pena. Pedro, además, tenía esa función [La voz humana de Cocteau] siempre en su mente, la tiene teatralizada, sabe cuál es la experiencia en el teatro. También se iba a estrenar Nieva en Benidorm, de Isabel Coixet… estábamos en medio de la promoción y ahora no se puede estrenar. Ahí te da una patada en el estómago, francamente. En el teatro siempre te queda el bolo siguiente, pero con lo que cuesta hacer una película, lo que cuesta estrenarla, y cuando estás a punto de hacerlo se cierran los cines... en fin. Me da una pena tremenda.
-Precisamente dijo Coixet en la pasada edición de la Seminci: “Abajo el sofá y viva el cine”.
-Ella, además, es que es cine puro. Se pasa muy mal, especialmente en cuando, como en el caso de Isabel, eres todo, hasta operadora de cámara. Es tanto lo que se pone ahí... Ahora decimos: Bueno, ya lo veremos por las plataformas, pero no. Si no parece que el cine desaparece.
-¿Cómo ha sido volver a trabajar con ella?
-Rodar con Isabel Coixet es la cosa más gratificante del mundo. Ella lo hace todo muy fácil. Tiene una capacidad de la tranquilidad absoluta, quizá de las personas más relajadas con las que he trabajado. La conozco, pero no deja de sorprenderme. Cuando dirige, además, todo lo que genera es de una gran sencillez. Hace muy pocas tomas, cosa que se agradece y que es síntoma de seguridad. La experiencia de rodar con ella es maravillosa. Me gusta mucho su cine, la suavidad y profundidad con la que cuenta. Nieva en Benidorm es una película maravillosa, para el que sea fan de Isabel Coixet imperdible.