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análisis postelectoral

Casi todas las fuerzas del cambio se hunden

Foto: ESTRELLA JOVER
27/05/2019 - 

VALÈNCIA. Las elecciones de ayer, como es normal, admiten múltiples lecturas. Son unos resultados, si analizamos los bloques electorales, bastante similares a los de 2015. Tan sólo cambian de manos -previsiblemente- dos comunidades autónomas: Aragón pasa de izquierda a derecha y La Rioja de derecha a izquierda (habrá que ver qué sucede en Navarra). Hay más cambios en alcaldías, sobre todo en las dos más importantes: en Madrid gobernará la derecha de nuevo (como casi siempre) y en Barcelona muy probablemente lo haga ERC por un puñado de votos (por primera vez). En la Comunidad Valenciana, como veremos, las cosas se han mantenido con notable estabilidad, con dos únicos cambios de importancia: la Diputación de Castellón pasará a la izquierda y la alcaldía de Alicante a la derecha. 

En realidad, esta última alcaldía ya estaba gobernada por el PP desde hace unos meses, merced a una tránsfuga de Podemos. Y de Podemos hay que hablar, precisamente. De Podemos y de las fuerzas del "cambio", fundamentalmente de izquierdas, pero no sólo. El "cambio", que irrumpió con fuerza en el ciclo electoral 2014-2016, se ha desinflado en estas elecciones. Podemos se ha hundido en la mayoría de comunidades autónomas y ayuntamientos, y en algunos, de hecho, no ha logrado ni entrar. El caso del ayuntamiento de València es muy claro; Unidas Podemos ha obtenido un pésimo resultado: 4,17% de los votos, muy lejos del 5% necesario para obtener representación. Para que nos hagamos una idea, es menos aún de lo que obtuvo Esquerra Unida en solitario en 2015 (4,7%, al borde de entrar). Y entonces, en 2015, Podemos (València en Comú) obtuvo un 9% de los votos. Del 14% al 4% en sólo cuatro años es una debacle en toda regla.

Debacle que provoca que Podemos y sus confluencias pierdan absolutamente todos los ayuntamientos que ganaron en 2015, salvo Cádiz (donde "Kichi" logra una gran victoria). Pierden Madrid y Barcelona, sus joyas de la corona, en ambos casos por muy poco. Pero también pierden Zaragoza, A Coruña, ... Sin duda, la fuerza electoral del PSOE no les beneficia, porque muchos votantes han vuelto a la "casa común" de la izquierda, que vive sus mejores momentos desde hace más de una década. Pero esa explicación, por sí misma, resulta insuficiente. 

Foto: ESTRELLA JOVER

La izquierda alternativa al PSOE ha demostrado estos años sus limitaciones, desde muchos puntos de vista, pero sobre todo en dos aspectos: la desunión y perpetuas luchas intestinas, por un lado, y su incapacidad para gestionar satisfactoriamente las administraciones en las que han gobernado, por otra. El caso de la ciudad de València es, de nuevo, muy ilustrativo de estos dos problemas. Y el caso de "Kichi" en Cádiz (o del alcalde de Zamora, Francisco Guarido, de IU, que ha logrado revalidar su mandato con una brillante mayoría absoluta) demuestra que es posible revalidar victorias y conseguir mayorías si los ciudadanos perciben que se han hecho las cosas bien, con independencia del partido político en el que uno se encuadre y aunque algunos partidos faciliten más la cosa que otros. Que los fracasos corresponden, en definitiva, de los dirigentes de Podemos e Izquierda Unida, por mucho que se consuelen aduciendo todo tipo de teorías conspiratorias y argumentos victimistas.

Precisamente el hundimiento de Podemos y sus confluencias es lo que permite salvar los muebles a la derecha. Sobre todo, a quienes han vuelto a liderar la derecha: el PP, indiscutible vencedor en su campo. No tanto como el PSOE en el suyo, es cierto. Pero el PP ha obtenido una nítida superioridad frente a sus enemigos íntimos de Ciudadanos tanto en las elecciones europeas (ocho puntos de ventaja, del 20% al 12%) como en el ayuntamiento y la comunidad de Madrid y, por supuesto, en las demás comunidades autónomas y ayuntamientos. Pablo Casado puede intentar mantenerse estos cuatro años, apoyado en sus inverosímiles apuestas electorales, que se han hundido en Madrid y Comunidad de Madrid... pero gobernarán. 

Ciudadanos, que se postulaba para ocupar el espacio del PP, va a ser la muletilla del PP. Un claro fracaso de la apuesta de Albert Rivera, que ahora tiene por delante cuatro largos años en los que seguirá luchando contra el voto útil. Y lo mismo cabe decir de Vox, socio indispensable para que la derecha gobierne en prácticamente todas las comunidades autónomas y capitales de provincia en las que va a gobernar (como, sin ir más lejos, en Alicante). Vox se ha desinflado significativamente en sólo un mes, aunque hay que decir que menos de lo que algunos augurábamos. Por ejemplo, ha entrado holgadamente en el ayuntamiento de València, mientras Unidas Podemos se quedaba fuera.

En líneas generales, estas elecciones, al igual que las de abril, suponen una clara recuperación del bipartidismo. Dicha recuperación es más evidente en el campo de la izquierda, donde el PSOE se ha erigido en indiscutible referente, arrinconando a Podemos en el espacio electoral tradicional de Izquierda Unida. Pero también el PP ha mejorado significativamente su posición en el espacio conservador. Y no es sólo gracias a la Comunidad y el ayuntamiento de Madrid (aunque recuperar esta última institución y conservar la comunidad de Madrid fueron los iconos que le permitieron disfrutar de algún triunfo en la noche electoral). Sino, sobre todo, merced a la distancia que en todos los casos ha obtenido frente a Ciudadanos, que quizás haya perdido en estos dos meses su gran oportunidad para liderar la derecha. En las próximas semanas habrá que ver qué hace este partido, y si pacta con el PSOE en alguna comunidad o ayuntamiento (spoiler: pactará con PP y Vox por doquier).

En la Comunidad Valenciana, los resultados no han sido muy diferentes a los que hemos visto en España. Con una excepción: la relativa solidez demostrada por Compromís, que frente al tsunami socialista y la polarización en torno a la política nacional vuelve a salvar los muebles y, de hecho, mantiene su joya de la corona, la ciudad de València. Es verdad que pierde posiciones, a veces de forma alarmante, en otros ayuntamientos, pero el brillo de València compensa. Ribó es, junto con "Kichi", el único alcalde del cambio que mejora posiciones y que mantiene la alcaldía. Además, esta vez ha logrado ser el más votado, con dos concejales de diferencia frente al PP. Queda claro, definitivamente, que el ruido con el carril bici y las ocurrencias (reales o imaginadas por sus adversarios) de Giuseppe Grezzi no son motivo suficiente para descabalgar al alcalde. 

Foto: EVA MÁÑEZ

La oposición tendrá que buscar mejores argumentos para recuperar València en 2023. Su mejor opción será, sin duda, María José Catalá, que ha logrado un meritorio resultado y será, previsiblemente, mucho más dura y correosa en su labor de oposición de lo que ha sido Fernando Giner estos años. El candidato de Ciudadanos vuelve a mostrar sus limitaciones, con un resultado realmente pobre, que repite los seis concejales de 2015. 

En realidad, si nos fijamos, los resultados de la ciudad de València son muy parecidos a los de entonces: derecha e izquierda consiguen los mismos concejales que en 2015, sólo que el PP le cede dos a Vox y PSPV y Compromís se reparten los tres de València en Comú. Unidas Podemos queda fuera del ayuntamiento como quedó fuera EUPV en 2015. Igual que entonces, la izquierda ha mostrado su fortaleza venciendo por la mínima, pero en un contexto en el que la derecha maximizaba sus apoyos, convirtiéndolos en concejales, mientras que la izquierda se dejaba más de un 4% de los votos por el camino. En 2023 asistiremos a una batalla que se aventura muy interesante, la de la sucesión de Ribó. Tres candidaturas: María José Catalá en el PP, Sandra Gómez (que no cumple sus mejores expectativas, pero mejora nítidamente resultados y certifica la reedición de La Nau) en el PSPV y quien quiera que suceda a Ribó en Compromís (aquellos que sigan temerosos del carril bici del terror, que no se preocupen: no creo que sea Grezzi).

La candidata socialista, Sandra Gómez, celebra su resultado anoche. Foto: KIKE TABERNER

En la Comunidad Valenciana en su conjunto, el PSPV vuelve a ganar unas elecciones municipales (no ocurría desde hace 28 años) y consolida posiciones en prácticamente todos los ayuntamientos. El cinturón rojo de València, que ya era rojo en 2015, se mantiene igual de rojo. La principal ciudad que ostentan los conservadores en la provincia de València sigue siendo, como en 2015, Alfafar. Además, la izquierda consigue, por primera vez desde... ni me acuerdo, la Diputación de Castellón, histórico bastión conservador donde Carlos Fabra hizo tantas tropelías durante tanto tiempo, y mantiene la Diputación de Valencia. Al PP le queda el consuelo de recuperar la ciudad de Alicante y mantener la diputación provincial. Un efecto colateral de esto es que la oposición al Botànic y a la izquierda se va a concentrar mucho más claramente en Alicante, potenciando el discurso de confrontación y la defensa de una identidad diferenciada para dicha provincia, clara marca de fábrica de la política y la sociedad alicantinas.

Hay muchas cosas más que analizar, y tiempo tendremos para ello. Pero una está clara, y lo estaba desde hace al menos un mes, con la clara victoria de Pedro Sánchez: ahora se inician cuatro años de estabilidad, con gobiernos con mayorías suficientes tanto en la Comunidad Valenciana como en el Gobierno central. Como, además, dichas mayorías son del mismo signo, y como es evidente que el gobierno de Pedro Sánchez no puede pasarse cuatro años (como hizo Rajoy) ignorando el conflicto en Cataluña, cabe esperar que esta legislatura sirva para enmendar, por mucho tiempo, el desastroso modelo de financiación. También hay tiempo por delante para abordar otra sucesión que se aventura complicada: la de Ximo Puig. 

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