VALÈNCIA. Casi lo único que sabemos con certeza del universo es su naturaleza oscilante y vibratoria. Ya sea la luz o la gravedad, la superficie del mar o el ir y venir de las estaciones, todos los fenómenos conocidos son cíclicos y se manifiestan por ondas, como explican la física y la astronomía.
Las ondulaciones se producen también a escala humana, en su fisiología y en sus manifestaciones externas, como la economía, que analiza la actividad cíclica de la producción y el consumo. Y así se ha venido registrando desde los tiempos de José en Egipto, advirtiendo de los años de prosperidad y escasez. El estudio del ciclo económico es el núcleo de la Teoría Económica, ya que no hay variable ni medición en economía que no esté sujeta a la oscilación en subidas y bajadas.
Usualmente se han clasificado los ciclos económicos en cortos, con períodos de hasta dos años; medios, hasta doce, y largos para periodos superiores. Cada periodo suele denominarse por el nombre del economista que lo estudió, como el caso de los ciclos cortos de Kitchin o los largos de Kondratiev, de alrededor de cincuenta años. Pero el más conocido y estudiado es el ciclo de once años, conocido como ciclo solar, porque coincide con los ciclos de actividad del sol.
El ciclo solar fue descrito en el siglo XIX y fue muy popular porque tenía relación directa con la producción agrícola —a través de periodos de sequía y lluvias—, en una época en que la producción primaria era la base de la actividad económica. El ciclo Kondratiev se asociaba con la industria, con períodos largos debidos al impacto de cambios tecnológicos y la transformación del sistema productivo, pero con una exactitud predictiva inversa a su extensión.
La causa incidental de los ciclos económicos es una alteración externa, como una guerra, un descubrimiento, una pandemia o algún hecho equivalente. Las variables económicas reflejan el impacto de dicho suceso, tras el cual las fuerzas sociales en juego tienden a un nuevo equilibrio.
Pero resulta más relevante considerar que el ciclo es la esencia misma de la economía, algo inherente y sustancial a la propia naturaleza del capitalismo. Los mercados bursátiles y financieros, por ejemplo, son cíclicos per se. La búsqueda de equilibrio de los mercados es oscilante y nunca lineal, como describió Schumpeter en su modelo de ciclo económico, basado en la actividad de los emprendedores que invierten en innovaciones y acaban obteniendo un beneficio para sus inversiones y para la economía en general.
Está claro que la economía fluctúa y que el papel básico de las instituciones encargadas del bienestar económico es el de diseñar y aplicar medidas anticíclicas que suavicen los quebrantos de crisis demasiado intensas y faciliten el retorno a una fase de crecimiento y prosperidad.
Y por eso, no es posible dejar de mencionar el sorprendente éxito económico que están experimentando los antes calumniados PIGS (Portugal, Italia, Grecia, eSpaña), tanto en crecimiento del PIB como en reducción de la inflación y la deuda. Hace una década, las cosas eran diferentes, pero ahora la OCDE acaba de subir la previsión de crecimiento del PIB español para 2024 al 2,8%, igual que los Estados Unidos y a solo 2,2 puntos del de China.
Al margen de la causas —en gran medida internas— que explican que los países del sur lideren ahora el crecimiento, mientras los del norte y centro de Europa languidecen en un estancamiento a la japonesa, hay que recordar que los remedios que ellos dictaban entonces nos hubieran condenado a un largo invierno. Hoy, con la tortilla del revés, hay que desear que los países del norte recuperen pronto su ritmo y contribuyan, como clientes y socios, a un futuro ciclo económico más suave y provechoso.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 121 (noviembre 2024) de la revista Plaza