No inventan ellos. Inventan los españoles, pero lo hacen en otros países porque aquí la mayoría no tiene futuro. Un dato: un investigador en España no se estabiliza hasta los cincuenta años. Así es imposible destacar en ciencia
VALÈNCIA.-El futuro está en sus manos. Diseñarán los fármacos del mañana, explorarán el espacio profundo y programarán las aplicaciones digitales que harán ganar millones de euros a los gurús tecnológicos que están por venir. Pero, sin embargo, viven en condiciones precarias. En muchos casos trabajan en ambientes miserables, incluso sin recibir un sueldo a cambio de su tiempo, y a la larga se ven forzados a abandonar su país en busca de otros a quienes hacer ganar dinero y fama. Son los científicos españoles, y poco a poco se están rebelando.
Los testimonios que siguen, por petición expresa de los investigadores, utilizan nombres ficticios para mantener su anonimato. Aurora es investigadora en biología molecular de un importante centro madrileño. «En mi caso, el contrato que iba a estar destinado para mí se partió en dos por decisión de un cargo de la universidad. Me quedó un tercio del sueldo, pero tenía que trabajar muchas más horas de las que ponía mi contrato». A Sergio, físico en un centro de València, tampoco le fue bien en su grupo de investigación. «Todo comenzó cuando me pidieron empezar mi tesis sin la beca concedida. Ellos sabían que era muy difícil que me la dieran, pero no me lo dijeron. Cuando ya llevaba varios meses trabajando gratis llegó la noticia. Pero entonces me prometieron que en poco tiempo podrían conseguir un contrato. Un año y medio después aún no había llegado.
Ahí te planteas qué hacer, pero cuando comentaba mis dudas al director venían las malas caras y los recordatorios de que, si terminaba la tesis y me recomendaban desde el departamento, podría conseguir trabajo. ¿Cómo quedas mal con la persona de quien depende tu futuro? Ellos tienen los contactos y tú no tienes nada. Acabé mi tesis en cinco años, de los cuales, solo cobre uno y medio».
Los jóvenes investigadores, al ser el eslabón más débil de la cadena, denuncian que no tienen mecanismos efectivos para protestar ante estas condiciones. De hecho, el miedo de alzar la voz es tan grande que es difícil encontrar gente que quiera contar su situación. A Marcos, investigador en un centro de biotecnología, su jefe le pidió expresamente que no contara su experiencia para la realización de este artículo: «me dijo que cuidado con lo que pudiera decir, que mi futuro estaba en juego. No sé a qué se refería, pero tampoco pregunté. Cuando tienes poco que ganar pero puedes perder lo poco que tienes, no hay opción».
Marcos añade, además, que durante su tesis de investigación se está viendo forzado a realizar tareas que están fuera de su contrato. «En su mayoría son experimentos que irán a investigaciones de otras personas. Yo ni siquiera apareceré en la lista de autores, pero más de la mitad de los experimentos los he realizado yo. Es algo generalizado que no solo ocurre en mi centro de investigación; todos mis amigos pasan por situaciones parecidas. Los jefes de grupo te fuerzan de manera más o menos directa a realizar trabajo que no es para tu tesis, que no deberías hacer según tu contrato y por el que, además, no recibirás ningún reconocimiento. El trabajo ideal», ironiza Marcos.
La Federación de Jóvenes Investigadores Precarios (FJI) se fundó en 2000 para luchar por los derechos de los investigadores, sobre todo de aquellos que se encuentran aún en las primeras fases de su carrera. Desde entonces, han intentado visibilizar y cambiar la situación de muchos jóvenes que trabajan en condiciones precarias como las de Aurora, Sergio o Marcos. Recientemente, han logrado que se apruebe el Real Decreto 103/2019, más conocido como el primer Estatuto del Personal Investigador en Formación, que se aplicará sobre los doctorandos; es decir, los investigadores que comienzan su carrera investigadora y que, en el ámbito científico, se conocen como predoctorales.
Pablo Giménez, doctorando en la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid y actual presidente de la FJI, opina que «este estatuto es lo mejor que le ha pasado a la ciencia española en los últimos años, ya que hasta ahora el colectivo de doctorandos no tenía una normativa clara a la que acogerse». Entre otras cosas, la nueva ley, que deberá ser implementada a partir de ahora, recoge un mínimo salarial que dignificará la carrera investigadora de los más jóvenes. En concreto, para el primer y el segundo año, un investigador predoctoral debería cobrar 1.130 euros, en el tercero 1.215 euros y en el cuatro 1.560 euros.
Pablo Giménez (presidente de la FJI) «La temporalidad y la falta de salario son los principales problemas y pasa porque no hay una carrera investigadora bien diseñada»
Pero esto, al mismo tiempo, es un problema. Giménez expone que el nuevo estatuto «supone salir de la precariedad, ya que antes había convocatorias que llegaban a pagar menos de 800 euros al mes. Pero ahora, cuando los investigadores continúen su carrera como posdoctorales, cobrarán menos que en su último año como predoctorales. Desde la federación entendemos que este estatuto debe ser una palanca de cambio para que los posdoctorales también se movilicen para conseguir mejores condiciones y poder seguir una carrera investigadora digna».
Muchos jóvenes científicos ven este estatuto con escepticismo y no confían en que llegue a aplicarse en sus universidades. Ante esto, Giménez relata que «por ahora esto se ha aplicado en pocas universidades y centros de investigación, pero estamos teniendo reuniones con rectores y los directores de los centros. Pero vamos a ser francos: con cualquier cosa que no cumpla la ley, iremos a los tribunales. Las universidades deben adaptarse, solo les pedimos que cumplan la ley, como hacemos todos».
Más allá de las condiciones salariales, la salud general de la ciencia española tampoco es buena. Según el Informe sobre la Ciencia y la Tecnología en España de 2018, la disminución de artículos científicos de calidad, patentes y potencial humano ha sido constante. De hecho, el número de investigadores científicos que hay por habitante está por debajo de la media europea. La explicación ha sido, tradicionalmente, culpar a la crisis económica. Sin embargo, tal cual ha indicado la Comisión Europea en su R&I Observatory country report, cuando el PIB español ha crecido, no se ha visto acompañado de un aumento significativo de la inversión en investigación.
De hecho, mientras que en España se ha reducido en un 6% la inversión real en ciencia, la respuesta general de los países de su entorno ha sido invertir hasta un 22% más que en épocas previas a la crisis. Los científicos, y ante todo los más jóvenes de ellos, están en medio de un fuego cruzado administrativo que genera situaciones de precariedad y miedo.
Giménez explica que «la temporalidad es el otro gran problema junto a la falta de salario, y esto sucede porque no existe una carrera investigadora bien diseñada. Sobre el papel se supone que primero eres predoctoral, luego posdoctoral y finalmente te estabilizas, es decir, que tardas unos diez años. Pero lo que ocurre es que se empieza como predoctoral, si tienes suerte con sueldo, y a partir de ahí se abre un vacío en el cual tienes que irte al extranjero para conseguir méritos y aspirar a conseguir una de las escasas plazas que salen. Cada año se forman entre 2.000 o 3.000 doctores, pero solo se estabiliza a unas 200 personas».
En España, un científico consigue de media una estabilidad laboral en torno a los cincuenta años. Esto significa que no sabe dónde va a vivir, trabajar y poder asentarse con su familia hasta que le faltan diecisiete años para jubilarse.
Uno de los centros de investigación que más atención mediática ha recibido por la alta temporalidad de sus trabajadores ha sido el Instituto de Investigación Sanitaria La Fe de Valencia, que desde hace meses concentra en sus puertas, todos los miércoles, a la gran mayoría de sus trabajadores. ¿El motivo? Que solo cuatro trabajadores del centro son estables, de un total de 331. Es decir, el 98,8% no sabe por cuánto tiempo seguirá trabajando allí.
Javier Burgos, doctor en Biología por la Universidad Autónoma de Madrid y director desde hace un año de la Fundación para la Investigación de La Fe, explica que la situación que vive el Instituto de Investigación Sanitaria La Fe es más extrema que la de otros centros, pero en esencia no muy diferente. «Hay dos tipos de contratos, los temporales y los estructurales. Estos últimos están financiados por la conselleria de Hacienda y son puestos indefinidos. En València somos tres fundaciones, y por alguna razón previa a mi llegada al centro, somos la fundación que menos puestos estructurales tiene, mientras que otras fundaciones tienen decenas. Es decir, nuestro instituto está infradotado».
A pesar de la situación particular de este instituto de investigación, la realidad es que la temporalidad en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), que es el mayor organismo público de investigación del país, es de 43,2%, lo que significa que un científico promedio que se dedica a la investigación en centros públicos no sabe si en un año podrá pagar su hipoteca o si vivirá en la misma ciudad —o incluso país— que sus hijos, al verse obligado a emigrar para poder seguir trabajando. Esto supone que muchos científicos dejen la carrera investigadora y se dediquen a profesiones más estables. Pero ¿cuál es la solución?
Burgos tiene claro que «todos los cambios estructurales llevan un tiempo. De un día para otro no nos van a dar noventa plazas. Primero debes solicitar una bolsa salarial y después solicitar puestos concretos que cubran las necesidades, y eso está ligado a los presupuestos. Al final, hemos conseguido entre todos, tanto los investigadores con sus manifestaciones como por nuestro lado desde la dirección del centro, que se triplique la bolsa salarial, lo que nos va a permitir sacar once plazas más. ¿Es suficiente? Todavía no, pero es un cambio significativo, y en los años que vienen habrá que continuar luchando para solucionarlo».
Pedro Duque (ministro de ciencia): El exastronauta ha conseguido implantar el primer estatuto para los investigadores en formación. Falta que se cumpla
¿No habría un camino más fácil para solucionar el problema de la temporalidad? Muchos investigadores se preguntan si hay que pelear hasta el último puesto para dejar de vivir en condiciones precarias. El principal problema es que, debido a las leyes actuales, los organismos de investigación no pueden hacer indefinidos a su personal salvo por sentencia judicial, ni aunque esos contratos se paguen con fondos propios. Pero, como indica Burgos, «si esas normas cambiaran y se pudiera justificar con tus propios presupuestos las contrataciones, sería el inicio de la solución. Una parte importante del problema lo origina una coletilla en la Ley de Presupuestos Generales del Estado para 2017, y la otra está en la Ley de Contratos con el Sector Público. Trabajando esos puntos es donde se pueden mejorar las cosas».
El químico y divulgador Arturo Quirantes dijo una vez que Santiago Ramón y Cajal consiguió el Premio Nobel de Medicina no por ser español, sino a pesar de ser español. Y es que, el problema de España en cuanto a la ciencia es que se la trata como si fuera un sector productivo más. Como remarca Burgos, «la ciencia es muy excepcional en lo que requiere y lo que ofrece, porque para estar entre las mejores economías tenemos que invertir en ciencia, aunque el retorno pueda ser en veinte años. Por ejemplo, yo leí la tesina en La Fe en 1996, y he vuelto en el 2019, es decir, han pasado veintitrés años. Cuando me fui, la genética era solo investigación básica, y ahora el diagnóstico en el hospital se hace principalmente mediante genética. Se diagnostica a la gente con los equipos que hace veinte años solo servían para hacer investigación».
El ministerio de Ciencia tiene delante de sí un reto histórico para definir qué clase de país será España dentro de veinte años. Entre medias, una generación de científicos e ingenieros ya se ha instalado fuera de sus fronteras y mira con recelo los intentos de mejorar su situación para poder regresar algún día a casa. Otros, en cambio, han renunciado a esa idea, ya sea por convicción o hartazgo. Y los que aún no han empezado su carrera investigadora miran al frente sin saber qué encontrarán. Tal vez ahora más que nunca, y como decía el escritor Arthur C. Clarke, el futuro ya no es lo que solía ser. Aunque muchos esperan que, al menos esta vez, sea para mejor.
* Este artículo se publicó originalmente en el número de 59 de la revista Plaza