VALÈNCIA. “No tiene un gran argumento ni tampoco es un buen dibujo, pero su mitología no solo es genial: es única”, decía convencido el Bill de Kill Bill. Volumen 2 al que daba vida David Carradine. Mientras retenía a Beatrix Kiddo, Bill reflexionaba sobre un hecho que suele pasar desapercibido y que, sin embargo, describe por qué la naturaleza del personaje creado por Jerry Siegel y Joe Shuster para Action Comics es distinto a todos los demás.
“Algo básico en la mitología de los cómics es que cada superhéroe tiene su álter ego. Batman no es otro que Bruce Wayne. Spider-man se llama Peter Parker. Cuando el personaje se despierta por las mañanas solo es Peter Parker. Tiene que ponerse un traje para convertirse en Spider-Man”, contaba Bill en una escena que, por otro lado, podría ser vista como la definición ideal de mansplainning.
Es entonces cuando descubre su idea sobre el extraterrestre con apariencia de bonachón de Texas: “Superman no se convirtió en Superman, nació como Superman. Cuando se despierta cada mañana, es Superman. Su álter ego es Clark Kent y su traje, el que lleva esa enorme S, es la prenda en la que estaba envuelto cuando le encontraron siendo un bebé. Esa es su ropa. Lo demás, las gafas, el traje de oficina, es su disfraz. Es un disfraz que Superman se pone para ser uno más de nosotros”.
En las diferentes aproximaciones al personaje, la visión de quién es y qué hace especial a un ente tan poderoso en lo narrativo como el del kryptoniano, ha mutado irremediablemente. Y la característica que le hacía especial era precisamente lo que impedía una conexión emocional con el mismo: se solía considerar a Superman un Dios en la tierra, un símbolo mesiánico cuya S en el pecho despertaba tanta esperanza como temor. Su última adaptación de la mano de James Gunn, recién estrenada, ofrece una vuelta de tuerca interesante al preguntarse qué es lo que hace humano a Kal-El.
Un cambio de perspectiva
James Gunn es un tipo listo que lleva reflexionando sobre la mitología superheroica desde incluso antes de dirigir películas para Marvel o DC. Así lo hizo detrás de las cámaras en Super allá por 2010, e incluso lo hizo en torno a la figura del kryptoniano con Brightburn, película de 2019 que el director de la actual Superman produjo a partir de un guion de su hermano y su primo, Brian Gunn y Mark Gunn.
En la primera, un pringao se ponía un traje con la intención de recuperar a su novia, recibiendo un montón de palos por el camino al más puro estilo Kick-Ass. En la segunda, un niño de otro mundo aterrizaba en la Tierra pero en lugar de estar lleno de la bondad y amabilidad que caracterizan a un héroe, el crío era un psicópata de aúpa. Curiosamente, la aproximación que Gunn plantea para su kyptoniano es una mezcla de ambas.
La primera vez que le vemos en la nueva película, Superman acaba de ser derrotado. Le duele todo, sangra como el que más y es incapaz de moverse. Tan hecho polvo está que tiene que recurrir a un perro para salvarlo. El Dios en la tierra de otras películas es presentado aquí en su momento de mayor vulnerabilidad, es decir, en su momento de mayor humanidad. Alguien que no puede valerse por sí mismo, que sufre y falla como todos los demás.
Es, desde luego, un cambio de perspectiva incluso en el lenguaje formal: la cámara se acerca a él no en igualdad de condiciones, sino por encima del joven que yace en la nieve. Lo vemos a nuestros pies. Los humanos no tienen que mirar hacia arriba para ver su aura crística flotar, como ocurría en El hombre de acero de Zack Snyder. Más bien parece el protagonista de Super interpretado por Rainn Wilson, sin nada especial más allá de haberse puesto un traje de colores llamativos.

- Frente al Dios encarnado de Zack Snyder, James Gunn nos muestra a un humano con capa
Es más, el principal conflicto ético al que se enfrenta el nuevo hombre de acero es preguntarse si podría acabar siendo como el niño repelente de Brightburn. En la película actual, los padres kryptonianos de Kal-El le dejaron un mensaje que el malvado Lex Luthor no duda en usar como arma arrojadiza contra él: sus padres concibieron su llegada a la tierra no solo como una forma de sobrevivir a la extinción de Krypton, sino de imponerse ante la humanidad y reinar sobre el planeta.
Snyder planteó cómo reaccionaría la humanidad al conocer a un Dios en El hombre de acero, incluso si ese Dios podía regirse por las leyes humanas en Batman v. Superman: El amanecer de la Justicia, idea muy interesante políticamente hablando, que Gunn rescata en su película. Incluso exploró la nietzscheana idea de su muerte y la ausencia de símbolos de fe en Liga de la Justicia –y en lo que fuera que fuese el monstruoso montaje de 242 minutos que se estrenó en 2021–.
Gunn opta por un superhéroe que decide inmiscuirse en asuntos políticos internacionales incapaz de hacer como si nada ante las injusticias. Decide mostrar un superhéroe muy humano, tan humano que debe hacer frente desde el minuto uno a las consecuencias de su torpeza, su grandeza, sus actos. Tan humano que es incapaz de controlar a su perro –casi cualquier figurante en este film tiene mascota, fíjense en ese detalle no menor–, y con tantas inseguridades como cualquier adulto supuestamente funcional, además de un saco de dudas sobre lo que significa para sí mismo ser Superman.

- Superman intenta, sin demasiada suerte, que un perro con poderes le haga caso
No más ‘American way’
En la Superman del 78, el personaje de Lois Lane al que daba vida Margot Kidder entrevistaba al mismísimo hombre de acero en la gigantesca terraza de un piso de Metrópolis que nadie sabía cómo se había podido pagar con su sueldo de periodista. Entre coqueteos e incluso alguna broma subida de tono, Lois le preguntaba por qué había venido a la tierra. En la versión original el personaje al que daba vida Christopher Reeve contestaba: “Truth, Justice, and the American Way”, si bien en la versión doblada decía “defender la verdad, la justicia y el modo de vida de los hombres”.
El matiz no debe pasar desapercibido: el Superman de la era Carter seguía siendo íntegramente norteamericano, y su mirada era la de la potencia mundial imperialista. Defendía el modo de vida norteamericano, se regía moralmente por esas normas y por tanto, en base a ellas juzgaba la realidad. Incapaz de ver más allá de ello, incluso si el director Richard Donner incluyó esa frase como guiño al fan clásico del personaje.
“Truth, Justice, and the American Way”, en el fondo, era un lema propagandístico que acompañaba a Superman desde 1942, cuando en plena Segunda Guerra Mundial la serie radiofónica del personaje quería animar a las tropas estadounidenses. También en los cincuenta de Eisenhower, donde el lema era repetido en la serie Adventures of Superman de George Reeves.
Sin renunciar a cierta candidez del personaje de Christopher Reeve en las películas de Richard Donner, pero sin caer en lo naíf, James Gunn se acerca al personaje con una mirada mucho menos arraigada en la identidad estadounidense que sus anteriores encarnaciones. A través de las redes sociales y de Internet, el Superman de 2025 tiene la responsabilidad aunque sea involuntaria de ser un icono global. Pues hasta el de Henry Cavill miraba constantemente con nostalgia su Texas natal, mientras Snyder posicionaba estratégicamente en el encuadre banderas de barras y estrellas por doquier.
Tanto en términos de puesta en escena, como desde el guion que él mismo ha escrito, James Gunn nos plantea un icono humano y global, que inspira una idea de esperanza y fe en la justicia, en un mundo corrupto, decadente, polarizado, violento e inhumano. Y despierta en quienes le admiran, la simple idea de creer que pueden ser mejores personas, más solidarias, más amables.
Contradiciendo así la última parte del discursito de Bill en Kill Bill. Volumen 2. “Clark Kent es su visión de nosotros. ¿Y cuáles son las características de Clark Kent? Es débil, no confía en sí mismo, es un cobarde. Superman critica así a toda la raza humana”, terminaba Bill. Nada más lejos ahora que tenemos una película que dice todo lo contrario. Superman cree en nosotros. Ese es su superpoder. Tal vez lo que más le distingue de los humanos.

- El Superman que interpreta David Corenswet cree en nosotros, y ese es su superpoder