Cine

UNPOPULAR OPINIONS 

¡Pues esa película tan importante no me gusta, hala, ya lo he dicho!

VALÈNCIA. “¿Cómo puedes no amar ese libro, si es una obra maestra?”. “¡Es imposible que esa película te parezca aburrida, eso es que no la has entendido!”. “Es un autor brillante, lo dicen todos los expertos”. La cantinela resultará familiar a aquellos que se hayan atrevido a admitir en público que cierta obra icónica o cierta creadora célebre les resulta completamente indiferente. Que esa novela les pareció mediocre. Que ese filme aclamado por la crítica les dejó fríos. Cuestionar a aquellas figuras o producciones consideradas referentes suele ser un camino asegurado para la incomodidad: ¿seremos nosotros, que no estamos captando su esencia? ¿Nos falta alguna clave para conectar con ese título? ¿Fingen los demás que les conmueven piezas que en realidad les parecen mediocres?

Sea como sea, es hora de confesar. De exponer en público nuestras  unpopular opinions más secretas sobre el universo cultural. Porque a veces, cuando nos plantamos antes una creación ajena, como dirían en La Isla de las Tentaciones, no hay conexión.

Al preguntarle al actor Vicent Domingo, la respuesta es instantánea y contundente: Rayuela, de Julio Cortázar. “Lo siento, me chifla Cortázar, es de mis escritores favoritos, pero no soporto Rayuela, está sobrevaloradísima. El autor quiso hacer algo novedoso con ese collage y se inventó el ‘juego’ de saltos entre capítulos, lo cual es fantástico, pero para mí, ahí se queda. Es una novelita de amor entre dos personajes insoportables que se encuentran en París y, además, si te la lees y no te gusta el jazz, mala suerte, porque no vas a entrar nada en su narrativa. Lo digo un poco de broma, pero es que Rayuela es un ejemplo perfecto de obra que no me llega.

Librera en La Primera, escritora y crítica literaria, Andrea Moliner también tiene clarísima sunpopular opinion más incomprendida: “leí Un amor, de Sara Mesa, con muchísimo hype alimentado por amigas, reseñas... Sin embargo, no me dejó ningún poso… Sigo sin entender la fascinación. Hay obras más potentes  que abordan el choque entre una persona de ciudad que se instala en un entorno rural. También me ha pasado con Sara Torres. De hecho, su obra me genera cierto rechazo. Luego está Cartarescuun autor al que respeto enormemente, pero cuyo estilo me abruma, no entro en su universo. Algo similar me ocurre con el cine de Wes Anderson: sus películas son estéticamente preciosas, pero me dejan indiferente”.

“En muchos casos no entiendo la unanimidad de juicios favorables hacia títulos recientes como Pobres criaturas o Todo a la vez en todas partes – explica Alejandro Morala, investigador en comunicación audiovisual de la Universitat de València–. En ambas se valora el atrevimiento y la excentricidad, pero ya decía Bertrand Rusell que ser intencionadamente excéntrico es tan poco interesante como ser convencional. Eso se vincula con el respeto a los clásicos, que en mi caso es enorme. Recuerdo trabajar durante la carrera La condesa descalza, de Joseph L. Mankiewicz que, aun siendo un paradigma de narrativa atravesada por múltiples puntos de vista, me pareció forzada y aburrida. La diferencia entre el filme de Mankiewicz y los anteriores ejemplos es que el primero supone innovación histórica en materia de lenguaje cinematográfico, mientras que los segundos no parecen aportar nada nuevo. No puedo criticar La condesa descalza del mismo modo que Pobres criaturas o Todo a la vez en todas partes porque, en su propuesta, Mankiewicz se adelanta casi setenta años a estas últimas”.

'Taxi Driver'

Precisamente de referentes cinematográficos casi intocables hablan Alexia Guillot y Adriana Cabeza, responsables del proyecto de prescripción audiovisual Las Entendidas: “somos grandes entusiastas así, en general, como modo de vida, pero sí sentimos bastante distancia con Éric Rohmer. Al no haber sido seguidoras de su cine antes y descubrir sus películas en estos últimos años, no tenemos esa conexión emocional que ‘perdona’ que ciertas actitudes de sus personajes no nos encajen hoy en día”. “La única película que disfrutamos de él (y, curioso, podría ser una de nuestras favoritas) es El rayo verde. Hala, ya lo hemos dicho –confiesan –. También podemos meter en ese saco películas de culto de las que hemos estado escuchando hablar mucho tiempo y cuando las hemos visto, hemos entendido todo lo que se dice de ellas, pero sin la emoción del visionado, como Taxi Driver o Blade Runner”. Aquí, introducen uno de los grandes pilares cuando de gustos personales y juicios ajenos se trata: el canon. “Mucha de esas obras consideradas icónicas nos han venido dadas desde un contexto histórico y social en el que no se favorecía tanto a otras sensibilidades  con las que como espectadoras sí que seríamos susceptibles de conectar”.

Entre los referentes que íntimamente ni fu ni fa, la editora de Barlin y correctora, Lucía Navarro, incluye a un pope literario: Hemingway. Pero también mete en su morral de desencuentros la reciente Nosferatu: “más allá de su propuesta estética y fotografía, deja mucho que desear en cuanto a narración y resignificación (o su no-resignificación) de la obra, sobre todo en lo relativo al arco del personaje de Ellen Hutter”.

Fingir, echar balones fuera, lanzarse a la batalla 

Ya tenemos las cartas sobre la mesa. Pero, si decidimos plagiar a Sartre y admitimos que a veces el infierno son los demás, ¿cómo sobrevivir dignamente a un debate en el que todo el mundo adora a esa artista o ese título excepto tú? Las opciones son múltiples: mantener un perfil bajo, fingir que sí nos agrada la obra en cuestión (aunque implique traicionarnos a nosotros mismos), echar balones fuera o decidir que siempre es un buen momento para una batalla verbal sin piedad.

Aquí, Domingo añade un eslabón a su tortuoso periplo cortazariano: “hubo una época en la que Rayuela estaba de moda en algunos círculos por los que me movía. Existía cierta presión social para que te fascinara. Siempre había alguien que te decía: ‘Yo la leí en el orden del autor, luego en el orden lineal, y después inventé mi propio orden’. Y yo pensaba: ‘Pues yo no pasé del capítulo 3’. Cuando me veía en situaciones donde era ‘obligatorio’ alabarla, optaba por morderme la lengua o salir por la tangente hablando de otros textos de Cortázar que sí me gustan mucho. Porque a mí los cuentos de Cortázar me encantan. Historias de cronopios y de famas es una maravilla. Amo su capacidad para transformar lo cotidiano con humor y poesía, como en Instrucciones para subir una escalera o Instrucciones para darle cuerda a un reloj. Todos los fuegos el fuego y La autopista del sur son obras maestras. Pero Rayuela… Nada”.

“Las discusiones encendidas sobre estos temas son habituales entre nosotras y con los demás. En los últimos años, se dan conversaciones públicas en las que caen cineastas sagrados que ahora sí se pueden señalar sin pudor. Pero, a no ser que la obra te genere rechazo por motivos concretos que puedas argumentar, si no tienes algo interesante que aportar, dejemos a la gente disfrutar”, reivindican Las Entendidas.

'Barbie'

En este punto, Morala desbloquea un nuevo temor: el de parecer pretencioso al cuestionar aquellos títulos que cosechan alabanzas masivas. “Fenómenos cinematográficos recientes como Oppenheimer, Barbie o Dune: Parte 2 causaron sensación porque parecía que la calidad artística no estaba reñida con las grandes cifras de taquilla. Ninguna de esas películas me entusiasmó, pero también era fácil practicar el papel de intelectual outsider para criticarlas e ir a contracorriente”. Y es que, a la cinefilia siempre le ha gustado “sentirse especial en sus gustos s, por lo que se rechazan automáticamente los éxitos de audiencia”. Pese a todo, reconoce que sí ha tenido que reprimir su mala opinión sobre taquillazos o cineastas populares “para evitar que me tacharan de elitista”. Y si de conversación colectiva hablamos, Moliner lanza una variable imposible de obviar en pleno 2024: “en redes sociales, si te sales de ese consenso generalizado en torno a ciertos productos culturales o creadores la crítica puede volverse mucho más visceral, incisiva y agresiva, casi como un ataque personal. Es como si expresar una opinión discrepante sobre algo que todo el mundo ensalza te convirtiera en alguien ‘sin gusto’ o fuera de lugar”.

“Queríamos entrar de pleno en la fascinación, pero no ha ocurrido”

Siendo como es un animal social, al ser humano no suele sentarle bien verse fuera del grupo. Ansiamos la pertenencia, el arraigo, el gomet verde. Desviarse de esos grandes tótems culturales puede llevarle a experimentar cierta soledad, incomprensión o incluso culpa. Para Guillot y Cabeza, esto “no viene tanto por no sentirnos parte del entusiasmo generalizado sino porque nos sentimos culpables de no ‘ser capaces’ de llegar a verlo como los demás, buscamos qué falla en nosotras para no detectar las razones por las que el resto encumbra esa obra. Aunque no genere tanto consenso, nos ha pasado con Emilia Pérez: nos parece interesante que exista y queríamos entrar de pleno en la fascinación y dejarnos llevar, pero no ha ocurrido”.

Durante su adolescencia, Moliner sí se sintió bastante sola ante un fenómeno tan imparable como Crepúsculo: “mis compañeras estaban obsesionadas. Yo lo intenté con el primer libro, pero lo aborrecí. Recientemente, me volví a sentir un poquito loba solitaria cuando le dieron el Nobel a Han Kang, porque nunca he conectado con ella. La premisa de su novela La vegetariana, que tanto loan, es interesante, pero no está bien desarrollada”. Pero también ha atravesado la experiencia inversa, adorar una creación que es menospreciada, criticada o ignorada por el resto. Así le ocurrió con Babylon, de Damien Chazelle: “me fascinó y la sigo reivindicando. Pasó sin pena ni gloria por los cines y, de las pocas personas que conozco que la han visto, la mayoría la odia, especialmente la última parte. Sin embargo, para mí es una obra maestra, llena de interpretaciones que lo dan todo. Por cierto, Margot Robbie está mejor en Babylon que en Barbie. Espero que nadie se me me eche encima por  esto”. (Audiencia de Culturplaza, nada de hostigamientos, ¿eh?)

Cambiar de idea

Reconocidas y diseccionadas las fobias propias y ajenas, solo cabe preguntarse hasta qué punto es posible cambiar de opinión. Darse cuenta de que esa creación ahora sí nos apela, de que esa artista ahora sí encaja con nuestra forma de habitar la existencia. Y, sobre todo, si esa mutación en nuestros gustos viene de nuestra propia evolución vital o puede ser fruto de la presión externa.

Las Entendidas defienden ese ejercicio de acercarte de nuevo a algo con lo que no sintonizaste en un primer momento para tratar de descifrar “su propósito o por qué dentro de su contexto cultural fue importante. Pero no forzar el gusto por pose o presión Por otra parte, el tiempo y cómo circulamos por él moldea nuestros gustos”.

'Nosferatu'

Por esa vereda temporal deambula Navarro, pues considera que nuestra relación con las producciones culturales puede ir transformándose “pero no sería por presión social, sino porque ciertos aspectos de nosotras han cambiado o contamos con otras herramientas para valorarlo”. Eso sí, la revisitación puede tener efectos indeseados: “una obra que admiramos a menudo nos decepciona cuando volvemos a ella tiempo después. Por eso muchas veces evitamos regresar a esos lugares felices: tememos enturbiar el recuerdo que nos reconforta y acompaña”.

Para el investigador de la UV la experiencia fílmica ideal sería “ver una película sin saber nada de ella para que la opinión fuera lo más inocente posible. Más de una vez he ido al cine sabiendo que una película me iba a gustar; ese convencimiento es síntoma de los prejuicios que asumimos por vía de terceros: la crítica especializada, las recomendaciones de amigos…”. Y ahora, una confesión cinéfila: “un experto cinematográfico me confesó que se había salido de la proyección de El Gran Hotel Budapest porque no aguantaba su cursilería y excentricidad. A mí me encanta, pero su opinión, que valoro mucho, me impactó. Me sigue gustando la película, pero persiste la sospecha de que quizá en un futuro, con más cultura cinematográfica, la vea con otros ojos. Al mismo tiempo, es innegable que se cruzan infinidad de factores biográficos y culturales a la hora de juzgar una obra”, admite.

¿Le dará en algún momento Domingo otra oportunidad a su detestada Rayuela? “Quizás. Me pasó con La montaña mágica: lo intenté de nuevo y terminé sintonizando con ella. Quién sabe. Pero hay cosas que no te llegan y punto. Si no conectas, no conectas”.

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