VALÈNCIA. La Mostra de València afronta sus últimos días. Este sábado se conocerá el palmarés de esta 40º edición y lo hace habiendo cumplido de sobra su objetivo de pulsar la creación y las preocupaciones del cine mediterráneo. En esta segunda parte de la crónica de la Sección Oficial, hay hasta tres películas que retratan protagonistas migrantes en otro país. Y más allá de lo concreto, una reflexión: este mundo desordenado que nos preocupa solo hace que agravar las situaciones límites de aquellas personas que, por sistema, están desplazadas. Un festival de cine lo puede recordar y poner sobre la mesa pero, por mucho que se fetichice la experiencia de la proyección en una sala oscura, ¿acaso lo más importante del cine no ocurre fuera de él?
The Flying Meatball Maker
Una de las grandes sorpresas de esta Mostra es la ópera prima del turco Rezan Yeşilbaş, en la que retrata las aspiraciones del responsable de un puesto de comida callejera por volar en paracaídas. Con esa premisa tan sencilla, la película logra preguntarse por los límites de los sueños vitales, y lo contrario, hasta dónde una estructura familiar, social o policial pueden frenar algo tan inocente como querer volar un parapente.
La película destila inteligencia por la combinación de complejidad en lo que puede reflexionar y la aparente sencillez en la puesta en escena. Pero sobre todo, la película se permite ser divertida, tierna o trágica cuando le toca a cada momento de la historia. Y lo hace bien.
Destaca el protagonista, Kadir, al que el guion no solo le da agencia de sobra para habitar los diferentes reveses de sus aspiraciones, sino que también le permite representar la inteligencia en la película. Es inocente, sí, pero justifica aquello que hace citando a Freud, Nietzsche, hablando del subconsciente o recordando el verso de un poema. El cariño con el que la película trata a sus personajes es la clave de la complejidad popular de la misma. El equilibrio a veces es imposible (¡que se lo digan al protagonista de la película!), pero a veces el cine lo logra y lo hace parecer fácil.
Prometido el cielo
Erige Sehiri ya despuntó en La Mostra de 2022 con Entre las higueras, su primer largometraje de ficción, que estuvo injustamente desaparecida de las principales categorías del palmarés de aquel año. En Entre las higueras, Sehiri retrataba un día de una cuadrilla recogiendo higos en Túnez. Una historia coral llevada a la realidad con una armonía sorprendente.
Este año, la directora vuelve con Prometido el cielo, en la que cuenta el proceso de desintegración de una comunidad africana alrededor de una iglesia evangélica de una ciudad de Túnez. Los sistemas de cuidado precarios a través de los cuales hacen vida social, vital y religiosa saltan por los aires ante el repunte de la violencia racista por parte del estado y la policía.
Sehiri sabe que la violencia que les acecha se convierte directamente en un fantasma que recorre escenas cotidianas. Los personajes no necesitan ser retratados desde la crueldad porque ese fantasma ya se encarga de que ellos mismos quiten de la ecuación en sus relaciones el cuidado por el instinto de supervivencia.
En términos puramente cinematográficos, Sehiri parece haber perdido entre una película y otra algo de pericia en equilibrar y medir cada trama, en ordenarlas, en decirles basta, pero en ningún momento ha sacrificado una historia clara, concisa, brutal y que respira verdad.

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Aisha Can’t Fly Away
Una segunda historia sobre la experiencia migrante. En este caso, también de una joven sudanesa en Egipto. En esta ocasión, la protagonista vive en un barrio tomado por las mafias y las pandillas criminales; y en ese cruce, ella se sabe como un potencial daño colateral más. Por otra parte, atrapada por su situación en el país, tiene que someterse al trabajo de cuidado de un hombre mayor que abusará de ella.
La película de Morad Mostafa cruza este drama con elementos fantásticos y también con el body-horror, en un metraje que se alarga más allá de las dos horas. El problema no es el metraje, ni el enfoque, ni los personajes, ni sus interpretaciones; sino que la trama, que no deja de avanzar en ningún momento, a la vez, está contínuamente girando sobre mí misma, sin proponer mucho más allá de un callejón que se va volviendo más oscuro para Aisha.
Todas las grandes ideas de la película se encuentran en la primera mitad del metraje. El resto, acaba dejando cierta sensación de crueldad con los personajes. La película juega con trasladar al espectador a ese lugar sin salida que habita Aisha, en el que la supervivencia acaba transformando la propia realidad, pero se excede y acaba ahogando la propia experiencia.
Pizza fritta
La no-ficción, que en la primera parte de esta crónica estaba representada por 50 meters y Mariscal. La alegría de vivir, en esta segunda parte encaja perfectamente con este titular sobre los “otros mundos” en este. Domingo de Luis firma un retrato genuino sobre La Sanità, un barrio humilde de Nápoles con vida propia. Allí, un dramaturgo prepara una obra en la que se quiere hablar del impacto cultural de la comida.
De Luis entiende, por decisión o por imposición, que su documental ha de ser tan humilde y caótico como lo es aquello que va a representar. Y sale glorioso de ello. Pizza fritta es divertida, pero sobre todo, cumple con aquello que parece buscar el montaje teatral (que no vemos finalmente): en un barrio estigmatizado y con la sombra alargada de la Camorra, una pregunta inocente sobre la comida desata la vida.
La película va enlazando personajes, alejándose de quien parece protagonista y reencontrándose con el mismo, como si buscara con una moto entre calles a quien quiere encontrar. Todo acaba logrando esquivar el bache más evidente que podría tener el documental: hacer un retrato exotizante o plano. Todo lo contrario.
Orfeo
El mito de Orfeo sigue dando frutos por los siglos de los siglos. Y sin embargo, viendo la propuesta de Virgilio Villoresi, uno siente que es incombustible. El italiano trae a València una lectura hiperestimulante de una de las tragedias amorosas más arraigadas culturalmente hablando. Y lo hace siendo conocedor que, en una historia mil veces contada, la mil-uno ha de ser diferente.
Con una puesta en escena y una dirección de arte subrayadísima, cada imagen quiere ser algo, tener entidad, encontrar su propia potencia. Villoresi mezcla técnicas de animación stop-motion, efectos especiales analógicos, texturas de cámaras diferentes, y todo aquello de lo que se pueda servir para contar de manera singular esta historia.
Podría resultar agotador o pretencioso, pero precisamente lo que consigue Villoresi es trasladar al espectador que hacer una propuesta visual tan potente y nada más sería empezar la casa por el tejado; y más abordando un mito con tanta tradición. Por eso la película gana con un guion inteligente, desenfadado pero muy profundo. La referencia más fácil y contemporánea que verá el público será el mundo de Wes Anderson [¡y sin embargo, hay tantas referencias y tantos signos culturales que recoger!], pero es lo que va más allá del impacto visual lo que recuerda que una película así tiene que huir de su casi inevitable ensimismamiento. Anderson cada vez cae más en esto; Virgilio Villoresi ha salido triunfante de ello.

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Pieces of a Foreign Life
Tres películas de esta Sección Oficial que recoge la experiencia migrante de una mujer en un país ajeno. Esta tercera, la francesa Pieces of a Foreign Life, de Gaya Jiji tiene sus propias singularidades. Primero, que su protagonista, Selma, no quiere volver para reunirse con su familia sino lo contrario, poder salvarles de la guerra civil en Siria. Segundo, que el país en el que vive, Francia, la violencia no se presenta de una manera explícita, como una amenaza en la calle, sino que se acentúa en el laberinto burocrático de las instituciones dependientes de los estados europeos o en la explotación laboral que hemos normalizado sobre la población migrante y otras identidades.
Selma, que pide asilo para poder avanzar en esa reunificación familiar, cuenta con la ayuda de un abogado francés, con el que acabará estableciendo una relación. Su situación de vulnerabilidad acaba dinamitando las fronteras éticas que establece su pasado, su presente y su futuro. Su agencia para rehacer su vida, de una manera u otra; su experiencia con el amor y con los vínculos que puede establecer y cómo los puede establecer.
Toda esa complejidad está condensada en una historia sencilla, que podría parecer incluso puramente melodramática. Una lectura marxista de la historia de Selma multiplica las posibilidades de la misma.
Y en todo caso, Gaya Jiji puede sentirse satisfecha de no haber caído en ningún lugar comunes, en darle a la historia y al personaje una entidad que escape de aquello en lo que las miradas europeas insisten en el pretendido cine social, y que acaban no solo dan pereza, sino que se vuelven incluso peligrosas.
Mom’s Pale Flowers
Una de esas películas que le da sentido a tener un festival de cine mediterráneo. Mom’s Pale Flowers cuenta una historia común en València: una familia ha de debatir si vender el viñedo que han mantenido hasta ahora, pero al que el tiempo le hace perder el sentido. El padre, fallecido; la madre es una mujer mayor; y el hijo, un cineasta que ha acabado trabajando en publicidad, no ve su futuro más allá de Estambul.
La tierra no es solo una propiedad, un símbolo de estabilidad en tiempos de desposesión. También es la relación identitaria que tejemos con el mismo territorio, y que muchas veces es tan importante como las relaciones sociales o familiares. El capitalismo induce que desprenderse de aquello que no es rentable es la única opción para seguir creyendo en el futuro. Pero este pensamiento, más allá de las implicaciones políticas y sociales, choca con el muro de nuestra propia conciencia, con las escrituras de un trozo de tierra que son en realidad la única historia familiar escrita.
Mom’s Pale Flowers no es la película más redonda ni propositiva de la Sección Oficial ni en su guion, ni en su puesta en escena, ni recoge interpretaciones incontestables. Pero eso no le quita capacidad de identificación, empatía y emoción. Y por eso La Mostra de València.