Underground

CENAS EN CLUB DE SWINGERS

«Siete años me he pasado dando de cenar a los del intercambio de parejas»

  • KIKE TABERNER
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Hace un año, en la comida Hedonista por Navidad que tuvo lugar en Napicol —aún me acuerdo de las alcachofas con cecina, Chemo—, comenté a mis comadres y compadres que llevaba un tiempo queriendo hacer un reportaje sobre cenar en locales swingers. Un conocido y usuario de los variados y fluidos servicios de los locales de intercambio de pareja, me había contado que en un par de establecimientos de este tipo se caldeaba la noche con una cena. La mesa era la antesala de la cama redonda o las paredes con glory holes. Al final todo va de cavidades. Los datos que fueron a parar a mi libreta de anotaciones inconexas —tengo una, fechada de hace tres semanas, que dice «Campamento de Día YMCA y Maquiavelo». Puro misterio— nacieron de una conversación sobre la rutina de pareja, la rutina de las amistades, las conversaciones de marca blanca, genéricas. Charlas para salir del paso y que el fin de semana avance, como una promesa de salvación respecto a la semana. Una promesa de candidato regional de un partido minoritario que no tiene presupuesto para la campaña y compra su identidad gráfica en logomaker.com. Así, buscando soluciones contra el tedio, llegamos figuradamente a las puertas de establecimientos como el Bacanalia Club o Le Petit Paradise Club Liberal para Adultos. Con las derivas de la conversación, aterrizamos en la vida de Natali.

Natali tiene un apellido muy sonoro que no me deja mentar, porque en su ciudad son pocos «y cuando una habla de lo que hace, se le bordea to’l mundo y lo mío da pie a muchas artillejas». Natali es de Plasencia, me la presentó mi amigo el adulto liberal, y está jubilada, aunque ella no quería porque a Plasencia no se quiere volver, y aquí solo tiene su Suzuki V-Strom negra y amarilla de segunda mano. Que te ate a una ciudad algo que tiene dos ruedas y bastante cilindrada es de correa floja, de seda. Quería que Kike Taberner le hiciera una foto sobre su moto, con una camiseta que tiene donde pone “esta camiseta huele a gasolina” en letras rosas con glitter, pero es pudorosa la buena mujer y se negó entre risitas.

Natali era la cocinera de un club de swingers ubicado en una ciudad dormitorio pegadita a València. Se quedó sin trabajo por lo que pone en la entradilla. El covid y el sexo entre desconocidos son malos compañeros de cama y además, Natali se iba acercando a la jubilación, aunque está estupenda. Es de esas mujeres que se mueven entre los cuarenta y muchos y los sesenta y algo y que sabe disimular los “algo” bajo un tinte morado y zapatillas estridentes con mucha suela. «¿El color del pelo? Por mi ahijada, cariño, que cada vez que me manda un selfie tiene el pelo de un colorín, y aunque a mí me parece que va hecha una farraguas, lo del pelo que es modernísimo, me va».

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