Disculpen la expresión arriba referida. No es que una se quiera poner chabacana ya desde el principio, no. Es que es así como ellos, los chilenos, celebran su tierra, al grito de ´Viva Chile, mierda`. Aclarado esto, vuelvan a concederme una osadía. Y es que Soledad es, si se me permite la expresión, una mujer de culo inquieto. Chilena de nacimiento, aterrizó en València por amor, allá en los tiempos del messenger, a través del cual conoció a su actual marido, Ignacio. Sevino con su maleta, con la certeza de que Ignacio era el hombre (y oye de momento ha acertado) y con cuatro hijos de su relación anterior, a los que sacar adelante, en un país, España, que todavía prometía un futuro esperanzador. Lo siguiente nos lo podemos imaginar. Con la llegada de la crisis tocó arremangarse, reinventarse y tirarse de cabeza a la piscina haciendo un triple salto mortal si era necesario. Y esto hizo Sole, que a valiente y luchadora no le gana nadie.
Empezó en esto de la hostelería por mera necesidad. Nunca antes había cocinado y mucho menos a gran escala, aunque sí que le gustaba la cocina y normalmente era ella la chef de las reuniones familiares. Empezó su andadura en un pequeño local de la calle Alta. Pizza al corte, pasta fresca, repostería casera y poco a poco empezó a introducir alguna empanada chilena. Finalmente, la historia no acabó con final feliz y Soledad tuvo que abandonar el local asfixiada por deudas infinitas.