La plaza del Patriarca tiene todo lo que debe tener una plaza. Una iglesia, una fuente, niños jugando a la pelota, unos novios recién casados que salen de una iglesia y una leyenda con dragones y un cocodrilo que llegó del Perú. Y para contemplar el espectáculo, unas cuantas terrazas desde donde hay dejar que la vida pase.
La Xerea es uno de los seis barrios de los que se compone el distrito de Ciutat Vella. Probablemente uno de los más majestuosos de la ciudad. Salpicado de palacios, iglesias, conventos, la antigua Universidad o la más reciente Bolsa de Valencia. Hasta mitad del siglo XIV fue un arrabal que se mantuvo fuera de la muralla árabe, un lugar donde los musulmanes celebraban ferias y fiestas. Hasta que llegó Jaume I, conquistó la ciudad y le regaló las casas y los terrenos colindantes a la Orden de San Juan del Hospital, que levantó un hospital y la iglesia que todavía sigue. Para muchos, tiene un atractivo añadido, es (o al menos lo fue) la milla de oro de la ciudad, donde podías comprar un bolso con nombre de Dios griego por poco menos que el salario mínimo interprofesional en España. Esa milla de oro hoy está en decadencia, pero la Xerea continúa burbujeante, repleta de turistas y ejecutivos, de señoras que se dirigen al Corte Inglés y gente con ganas de comer bien. Alrededor de la plaza, un puñado de restaurantes todavía recuerdan la gloria del ese barrio señorial.
Empezamos el recorrido en la misma plaza, donde hace más de un año estrenaba espacio Mar de Avellanas. El restaurante de Claudia Peris ubicado hasta entonces en la calle Avellanas se mudaba a una zona con más tránsito, mucho más grande y con dos novedades que han sido un acierto. El espacio tipo bistró para tomar copas y cócteles en horario ininterrumpido y una de las mejores terrazas de la zona. El restaurante gastronómico se mantiene intacto con esa propuesta de alta cocina a buen precio. Mar de Avellanas es una apuesta segura para comer bien en un sitio agradable.
Avanzando unos metros llegamos a la calle Bonaire, una calle pequeña arteria que cuenta con opciones muy interesantes para comer y beber. Uno de mis sitios favoritos es Ostras Pedrín, un bar donde te puedes comer unas ostras o unos erizos a las 11 de la mañana o a las 6 de la tarde. Un bar que mantiene la esencia de los bares de antes, con horario interrumpido, barra de terrazo y taburetes clásicos, pero con un diseño y una iluminación muy cuidados. Cañas, vermut casero, vino, champagne y cavas desfilan alegremente antes las mesas o apoyados en las barras animando las conversaciones mientras las conservas, los ahumados y las tapas frías sirven de dique de contención ante el bendito fluir del alcohol. A partir de cierta hora, Ostras Pedrín se convierte en un hervidero de gente con ganas de pasarlo bien.
Si nos dirigimos hacia la calle de la Paz, nos topamos con dos acogedores restaurantes de cocina tradicional marroquí. El primero es Aladwaq en la esquina con la calle de la Nau, el segundo se llama Almunia y por 15 euros puedes comer un estupendo menú a base de hummus, ensalada, briwats, pisto de verduras, tajin y cous-cous. Les aseguro que hambre no van a pasar. Los dueños, naturales de Asilah, son encantadores y lo que sobra, te lo ponen para llevar con una sonrisa y alguna anécdota de su país de origen.
Continuamos por Bonaire para llegar al Ventorro, una casa de comidas que lleva unos cuantos años haciendo felices a los amantes de los platos de cuchara. Mucho antes de que se pusiese de moda el moviento slow food, las ollas de cocción lenta y volviese la adoración por el producto, en El Ventorro ya profesaban estos mandamientos de forma natural. Alfredo está al frente de este local de ambiente castizo y trato familiar que es un imprescindible de la ciudad.
De Lavoe, ya les hemos hablado en varias ocasiones. Una arrocería junto a la calle de la Paz que en muy poco tiempo se ha convertido en una de las catedrales de los arroces, sino en la catedral. El don que tiene Toni Boix con las paellas es de otro mundo. De otro mundo que no es Valencia, donde a pesar de la fama, es tan difícil comerse un buen arroz y tantos malos ejemplos que nos hacen sonrojarnos ante los visitantes foráneos tenemos. Para muestra, un botón. En La voe las reglas son claras. Ingredientes frescos comprados cada día en el Mercado Central, nada de acelerantes ni potenciadores del sabor, paellas como máximo para 6 personas, lo que permite un plato cuyo grosor no supera los dos milímetros. Se ve el fondo y eso es siempre buena señal. La carta es escueta y más que suficiente para disfrutar de las maravillas que hace Toni en los fogones. Una vez hayan probado el arroz del senyoret y la paella valenciana, atrévanse con la paella de cocido. Es un espectáculo.
Fiaskilo fue uno de los protagonistas de la sección 12,90 de nuestro compañero Eugenio Viñas. Un restaurante italiano con un menú de 10 euros donde manda la pasta fresca. El italiano que abrieron Alberto y Elisa hace doce años es uno de los más habituales entre los trabajadores de la zona. Tanto que es difícil conseguir mesa sin reserva. Los rigatoni a la matriciana, el relleno de berenjena y provolone de sus ravioli ripendi o los gnocchi a los cuatro quesos son tres de sus must. Solo abre los mediodías de lunes a sábado.
Otro viejo conocido de la zona, incluso para los que no frecuentan el centro, es el Horno Las Comedias. Uno de esos sitios al que todos alguna vez hemos entrado a por la merienda o una empanadilla; de esos lugares de peregrinación al que te desvías adrede aunque no seas del barrio para llevar a casa de tus suegros unas frivolidades o una tarta de pasas y nueces. Son la tercera generación de horneros y todo lo que hacen, lo hacen con cariño. Un parada en boxes para seguir disfrutando de la ciudad, ya sea de compras o dirigiéndonos hasta el casco histórico atravesando la calle de la Paz.