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¿Conoce la leyenda de Ali Cántara?

24/06/2024 - 

Le voy a contar una leyenda que forma parte de la identidad de Alicante, le da nombre, le identifica con su historia y su cultura, nada menos. Toda leyenda es una narración de sucesos fantásticos que se transmiten por tradición oral o escrita. Puede tener elementos reales que se combinan con imaginarios y maravillosos.

Precisamente, la Hoguera oficial de este año del artista Pedro Espadero se refiere a las leyendas alicantinas. Las hay, y muchas. Algunas son esas que llegan al corazón. Otras se identifican con acontecimientos del lugar a veces exagerados con el paso del tiempo. Y todas tienen el valor y la importancia que le de cada uno.

Sin más preámbulos, deje que me refiera a la leyenda que da título a la crónica de hoy. Se podría considerar como una de las más hermosas de todas ellas en estas tierras.

En Alicante vivía una hermosa mujer que llamaba la atención por su belleza, por su sensibilidad, por su simpatía. Lo tenía todo para ser admirada por todos y deseada por muchos. Su nombre, Cántara; su condición, princesa por ser la hija del Califa de la ciudad.

Tuvo dos pretendientes – Alí y Almanzor - que se presentaron al Califa para pedir la mano de su hija, siguiendo las tradiciones de entonces que aún perduran. El Califa no quiso decantarse por ninguno, aunque fuera apuesto, fuerte, buen guerrero y sensible a las artes plásticas. Para elegir a uno de ellos les puso un reto. Tenían que agradarle con regalos que estuvieran a la altura de la belleza de la princesa. Y, ¿cómo se contabilizaba eso? Lo dejó a la elección de cada uno, quería que le sorprendieran.

Almanzor decidió ir a las Indias en busca de especias y piedras preciosas. Fletó una flota y para allá se fue. Iba a tardar varios años en su empeño, pero estaba convencido que a su vuelta sorprendería a todos, no sólo al Califa.
Alí en cambio se quedó por estas tierras comprometiéndose con el Califa en traerle el "agua verde" del río de Tibi a sus dominios, y así podía estar cerca de su amada. Todo era posible por amor, era su lema. Así se dedicaba también a escribir poesías y a enamorar a la princesa con sus versos, con su galanteo, regalándole pequeños detalles que harían sonreír a un niño pero que por su verborrea y delicadeza hizo que a Cántara le gustaran.

Poco a poco, ambos se enamoraron perdidamente uno del otro. Querían estar juntos, y cuando no lo estaban contaban las horas hasta conseguirlo. Eran tal para cual, su felicidad era contagiosa, su admiración entre ellos era palpable. Todos a su alrededor estaban convencidos que estaba cerca el enlace entre Ali y Cántara.

Pero el Califa había dado su palabra, tenía que cumplirla y esperar a que volviera Almanzor y demostrara de lo que había sido capaz, si había logrado su propósito. Y así fue, llegó al puerto de Alicante, no sin penurias y mucho esfuerzo, con las bodegas de sus barcos llenas de tesoros para sorprender al Califa.

Reunida la Corte, el Califa se decantó por Almanzor para darle la mano de su hija, para que se casaran, fueran felices y comieran perdices, como terminan los cuentos. Pero no fue así. Alí, desolado y triste, se fue al origen de su río verde, y se despeñó barranco abajo. No podía ver a su amada casada con otro hombre, no poder nunca más besarla como la había besado, quererla como la había querido. El dolor era tal que no tomó otro camino que desaparecer y esperarla en la otra vida.

Cántara, al enterarse de la decisión de su padre cayó en la desesperación. No podía ser. El Califa sabía que estaba enamorada de Alí, que quería casarse con él y vivir juntos para siempre. Cuando llegó la noticia a la ciudad de la marcha de Alí, ella decidió seguir sus pasos e hizo lo mismo. Se tiró al mar desde un sitio llamado "Risco de San Julián" que, después de esto, se llamó "el Salt de la Princesa Mora".

El Califa no pudo soportar la marcha de su hija a su eterna travesía y murió de tristeza. Algunos cuentan que se despeñó como los dos enamorados para continuar su camino, él desde el macho del castillo Santa Bárbara.
La Corte del Califa, impresionado por estos hechos, decidió llamar a esta localidad con el nombre de Alicántara en honor a Ali y Cántara. Con el paso del tiempo, se quedó el nombre del actual Alicante.

Pero la naturaleza no quiso que nos olvidáramos de ellos. La cara del moro es seña de identidad de Alicante y nos mira a todos desde los pies de las murallas del castillo mencionado. Y así se reproduce desde antaño en grabados y lienzos. Pero hay más, si se fija bien el perfil de la cara de la princesa también está labrada en la roca, muy cerca del de la cara del moro. ¿Maldición o magia? Le dejo que conteste usted mismo este enigma que no es fruto de mi imaginación.

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