La programación de obras conocidas junto a otras que no lo son se escenificó en Les Arts con 'Water music' (Händel) y la suite de Les Boréades (Rameu). Fabio Biondi dirigió la Orquesta de la Comunitat en la apertura de la pretemporada
VALÈNCIA. Händel y Rameau pertenecen a esa notable generación de músicos, nacidos en torno a 1685, en la que también figuran Bach, Telemann y Domenico Scarlatti. La Water Music (Música acuática) de Händel, que comprende tres suites orquestales, no se dio en su integridad, sino en una selección de los números que las componen. Así, por ejemplo, se comenzó con la Obertura de la núm. 1 y se concluyó con la Hornpipe de la núm. 2, danza británica de ritmo sincopado que se ha convertido en una de las páginas más populares de esta obra. Las selecciones siempre se prestan a la discusión, y quizá hubiera sido una opción mejor interpretar una de las suites entera. Aunque también es cierto que el manuscrito original se perdió, y con él las instrucciones para ubicar cada una de las piezas. Sí que prescribió Händel la actuación de un par de trompetas en la núm. 2, y su ausencia se echó de menos en la danza mencionada, pues contribuyen potentemente al carácter alegre y triunfal que en tal pieza tiene la música.
Debe recordarse que Händel compuso esta obra en 1717, para acompañar al nuevo rey de Inglaterra (Jorge I) en su trayecto por el Támesis, desde Whitehall a Chelsea, para ir a cenar a la villa de lord Ranelagh. La gabarra del rey iba acompañada por otra con 50 músicos, amén de un fastuoso cortejo nobiliario. Se supone que la primera y segunda suites, más festivas y rutilantes, se utilizarían durante el trayecto, reservándose la tercera, de un corte más tranquilo, para amenizar la cena. Händel creó estas obras atendiendo al deseo de Jorge I, al que ya había tenido como patrón cuando era elector de Hannover, y a quien volvió a encontrar al convertirse en monarca de los ingleses.
Händel pasó a llamarse Handel al naturalizarse en 1727 como súbdito inglés. Pero, tanto con diéresis como sin ella, exhibe en esta partitura –para mayor satisfacción de quien se la había encargado- su tremenda habilidad para agradar. Y agradó a la aristocracia que acompañaba al rey, pero también a la multitud que escuchaba desde las orillas y desde las barcas que iban sumándose a la comitiva. El impulso de la obra, su vigor rítmico, el carácter pegadizo de muchas melodías, el certero instinto en la orquestación, y la sabiduría para desarrollar el contrapunto, tuvieron aquel día un éxito tal que esta música no ha parado, desde entonces, de sonar en Inglaterra.
Aunque contiene también grandes bellezas, Les Boréades de Rameu, compuesta hacia 1764, no tuvo la misma suerte, y permaneció olvidada hasta su recuperación en los años 60 del siglo XX. De ahí el interés y acierto de su programación, tanto en el formato operístico como en el de una suite orquestal que permite conocer y disfrutar muchas de sus páginas.
En Les Boréades se cuenta la historia de una reina enamorada de un miembro de la familia de Bóreas, el dios del viento del Norte, aunque ella no sabe que lo es. Rameau, junto a un indudable carácter descriptivo, que bebe en las fuentes de Vivaldi, luce aquí su maestría en el terreno armónico, donde ya había aportado muchísimas novedades, así como la relevancia que otorga a la orquesta en sus óperas. A pesar de ello (y, en parte, por ello), fue muy atacado en su época por los partidarios de la ópera italiana.
En cualquier caso, ambas partituras tienen los méritos suficientes para intentar que quede lo menos posible en el tintero. Y, sin embargo, mucho se quedó en la versión escuchada este jueves. El colorido tan barroco, el impulso rítmico y los contrastes de timbre y sonoridad, pasaron demasiadas veces sin pena ni gloria. La animación de una fiesta cortesana en pleno río, con la alegría popular, y el frecuente aire de danza presentados por Handel, quedaron bastante desvaídos. Tampoco se pintaron con claridad los escenarios de Les Boréades. Todo sonaba muy plano y discreto -demasiado discreto-, rozando de cerca lo rutinario. Por no hablar de un ajuste cogido a veces por los pelos, sorprendente en una orquesta que tantas veces ha puesto al público en pie. La dinámica transcurrió casi siempre en un anodino mezzo-forte. Hubo excepciones, sin embargo, especialmente con los solistas: estuvo bien llevado el contrapunto entre oboes y fagots con Handel, y el de estos con los clarinetes en Rameau. El compositor francés obtuvo mejores versiones en los movimientos lentos de la suite, sobre todo por parte de las cuerdas. Biondi lució elegancia y vigor en los solos con su violín, pero no como director de orquesta, pues no extrajo de ella la tensión y la gracia necesarias. Por otra parte, sólo una cierta disminución del vibrato avaló esta vez la amplia atención al repertorio barroco que exhibe, desde 2015, la Orquesta de la Comunidad Valenciana.