La compañía, liderada por el valenciano Andreu Climent, moderniza la detección y tratamiento de las arritmias con la intención de evolucionar los electrocardiogramas
VALÈNCIA.- «Si coges una máquina de escribir y construyes cien, has hecho un progreso horizontal. Si coges una máquina de escribir y construyes un procesador de textos, has hecho un progreso vertical». Así define Peter Thiel en su libro De cero a uno: cómo inventar el futuro la creación de las innovaciones que permiten avanzar a la sociedad. Y, aunque probablemente el valenciano Andreu Climent (Gandia, 1981) no estaba pensando exclusivamente en cómo desplazar al centenario electrocardiograma de las consultas médicas, lo cierto es que va camino de dar un gran salto en la detección y tratamiento de las enfermedades del corazón.
Ingeniero de Telecomunicaciones por la Universitat Politècnica de València, Climent lidera la tecnológica Corify Care, cuyo desarrollo Acorys permite que los médicos puedan llevar a cabo un mapeo cardíaco completo para ver los orígenes de las arritmias y decidir los tratamientos necesarios para los pacientes. Así, no solo permite detectar con más precisión que un electrocardiograma dicha enfermedad, sino también evitar intervenciones quirúrgicas que no van a suponer una mejora en el paciente. Investigador Ramón y Cajal del Instituto ITACA de la UPV, Climent fue nombrado en 2020 como mejor innovador europeo del año al recoger el primer premio de los EIT Awards del Instituto Europeo de Innovación y Tecnología.
Aunque la compañía fue premiada como mejor startup seed en la última edición de los VLC Startup Awards, como buena revolución tecnológica (y médica), Corify lleva quince años investigando y desarrollando un producto que da una solución menos invasiva a un trastorno que sufrirá uno de cada tres adultos y que afecta a más de diez millones de personas en Europa y a más de treinta millones en el mundo. Spin off del Hospital Gregorio Marañón de Madrid y la UPV, ya está en uso en el centro madrileño, además de en el Clínic de Barcelona y en La Fe, y permite ver la actividad eléctrica del corazón sin la necesidad de catéteres o mapeos complejos.
«En 2004, de casualidad, empecé el Erasmus y acabé trabajando en un hospital en Alemania en un quirófano. Y te puedes preguntar: ¿cuántos ingenieros hay en un quirófano? Pues hay muchos más que médicos, porque todo el aparataje que hay allí lo tiene que llevar alguien adelante», desvela. «En ese momento, nos dimos cuenta de que pacientes que llegaban al quirófano por un problema cardiovascular o de cardiología lo hacen con una arritmia cardíaca. La idea es que tu corazón va regular, pero podría ir irregular. Si empieza a ocurrir en la parte baja del ventrículo hay que dar un shock como el de las películas y afortunadamente eso pasa poco», explica el ingeniero valenciano.
En este sentido, es más habitual que se dé en la parte de arriba a pesar de que uno de cada tres adultos se acabará enfrentando al mismo, no existen grandes tratamientos que funcionen. «La terapia más efectiva es hacer un cateterismo que consiste en introducir un cable en el corazón, buscar la zona que tiene el problema y cauterizarla. Pero no es fácil encontrar la zona ni es fácil averiguar si en un paciente va a funcionar o no y, muchas veces, descubres si funciona dentro del quirófano, ya con el catéter dentro y el paciente allí», insiste. Climent califica esta cuestión como un «drama» no solo por el coste, sino por la situación que implica el entrar en un quirófano y salir sin curación.
La investigación, que empezó en Alemania y continuó en el Gregorio Marañón, les ha permitido desarrollar tecnología para mapear el corazón y ver lo que está pasando para definir previamente las soluciones. «El tratamiento más eficaz es la ablación, pero lo primero es un diagnóstico preciso. Aquí es donde radica el desafío. Solo con un diagnóstico detallado, los tratamientos de ablación pueden ser efectivos», señala. En este sentido, dicha tecnología permite ver la actividad auricular en la misma consulta, detectar el origen de la arritmia e incluso calcular la eficacia de la operación y dirigir al médico a la zona en concreto. «Esto permite que el clínico pueda tomar la decisión de hacer o no una cirugía y, si la hace, asegurarnos de que será eficiente», señala el investigador.
Para Climent, una de las ventajas más grandes es que no es invasivo. «Colocamos al paciente 128 electrodos que, aunque suena a mucho, son cuatro pegatinas», apunta. «Se pone en el torso del paciente, se conecta a su amplificador, que es parte del hardware que han desarrollado, y a partir de ahí el ordenador es capaz de reconstruir en tiempo real el corazón y calcular qué está pasando en cada uno de los puntos, lo que permite al facultativo tomar decisiones», señala el ingeniero.
Para Climent, el desarrollo de este equipo supone una sustitución del electrocardiograma. «Es una tecnología con más de cien años, que funciona muy bien y sigue teniendo utilidad, pero no llega a ciertas cuestiones. En ese sentido, lo sustituimos dando mucha más información, pero de cara al paciente es casi la misma prueba», insiste.
En quirófano, se colocan los electrodos para seguir la operación durante todo el proceso, con el fin de ver qué pasa en el corazón. Posteriormente, también se emplea para hacer el seguimiento con el fin de comprobar si se han dado efectos secundarios. «Se puede detectar, incluso antes de que se manifiesten las arritmias, si hay algún tipo de daño cardíaco que pudiera ser tratado de manera farmacológica o comportamentalmente», señala.
Climent también apunta a la realización de un estudio coste-efectividad y coste-utilidad de su tecnología y alude al fuerte ahorro que supone para la Sanidad pública. «En España, una operación de arritmia vale entre 20.000 y 30.000 euros y, si no funciona, es un alto coste», señala. «Pero no curar la arritmia, entre el número de veces que van a urgencias y hospitalizaciones estos pacientes, nos cuesta entre 10.000 y 20.000 euros al año. Gracias a este nuevo tratamiento, los sistemas sanitarios podrían ahorrarse cerca del 20% de los costes actuales y aumentar el número de pacientes curados en más de un 60%», explica.
Climent ha coordinado en los últimos ocho años el Laboratorio de Investigación Traslacional del grupo del Dr. Fernández Avilés dentro del Servicio Madrileño de Salud. Especializado en cardiología y ha trabajado desde terapia celular e investigación muy básica hasta avances en la práctica clínica. Sobre su salto al emprendimiento, recuerda que cuando desarrollaron la patente al principio, el volumen de pacientes con arritmias cardíacas es tan grande que desde la propia institución les animaron a materializar el desarrollo. «Nos pusieron en contacto con el Instituto de Salud Carlos III y con el programa Caixa Impuls y tuvimos mucha suerte», explica.
«Fuimos en 2018 y a los que venimos del mundo de la ciencia te abren los ojos. Ves lo que significa patentar de verdad, desarrollar un dispositivo médico, fabricarlo, y conseguir la información necesaria para hacerlo. Desde entonces, peleando mucho, seguimos avanzando en el proyecto. Ahora, somos veinte personas y necesitamos informáticos, ingenieros y biólogos», apunta.
En este camino, explica que el desarrollo de un dispositivo médico tiene varias fases. Del prototipado primero que hicimos antes de poner en marcha la compañía hasta el dispositivo médico que se usará hay dos fases importantes, señala. Por un lado, apunta a la industrialización: conseguir que ese dispositivo sea fabricable a gran escala y a lo que se han dedicado durante 2020. Ahora, han arrancado la validación clínica. Después de ponerse en marcha en tres hospitales españoles, se han volcado con la fase internacional donde contemplan su expansión tanto en Europa como en EE. UU. «Durante 2022 tenemos acuerdos con Lisboa, Alemania y Suecia, todavía en fase de validación clínica, y en 2023, esperamos estar en todos los hospitales», señala.
Para empezar, la compañía cerró una ronda semilla por parte de la consultora Genesis Biomed, que le permitió constituirse y contar con plantilla propia. Ya en julio de 2019, la compañía consiguió financiación de EIT Health por un importe de 750.000 euros con la que pudo seguir con el desarrollo de la tecnología a través del proyecto Affine. En 2020, también recibieron una ayuda de un millón de euros de los Proyectos I+D Transferencia Cervera, del Centro para el Desarrollo Tecnológico Industrial (CDTI) del Ministerio de Ciencia e Innovación. En 2021, cerró su última ronda de 2,3 millones liderada por Clave Capital con la participación de la Corporación Mondragón, Bexen Cardio y el Centro de Desarrollo Tecnológico Industrial (CDTI).
«Caixa Impuls nos abrió los ojos y vimos que, para llevar un dispositivo médico a mercado, hacen falta varios millones de euros. Así que hay que reunirse con mucha gente, ver que tu dispositivo es innovador y que ofrece algo novedoso y que hay un mercado para ello», apunta. «Estamos muy contentos y animados y convencidos de que vamos a llegar a mercado. Aunque es complejo, y en salud hace falta mucha inversión por la regulatoria, el mercado es grande y en algunas patologías no es difícil encontrar retornos positivos», asegura
* Este artículo se publicó íntegramente en el número 87 (enero 2022) de la revista Plaza