De los creadores de 'el cliente NO siempre tiene la razón', una nueva entrega para apaciguar al comensal enfurecido que ejercita la crítica por la crítica, como si todos los días desayunara caviar
VALÈNCIA. "Menudo morro más fino se nos ha puesto a todos, ¿eh?", escupí el otro día en una mesa de amigos, mientras nos servían el tercer plato del menú, pero íbamos por la decimocuarta crítica de la cena. Las palabras se escaparon de mi boca, y muy bien que hicieron, a pesar de la refriega que vino a continuación. Desde el "pues anda que tú no eres delicadita", hasta ese "como son tus amiguitos, los defiendes", porque los diminutivos son un refugio fantástico para la bilis. En realidad, esta vez no conocía a nadie del restaurante. Sin embargo, veía a un personal de sala esforzándose por cumplir con su trabajo, y unos platos más que aceptables sobre la mesa, sobre todo si atendemos al precio. Una comida apurada con rabia, pero despellejada sin misericordia. Mira que teníamos ganas -una pandemia mediante- de que la hostelería regresara al centro de nuestras vidas; mira que echábamos en falta el falso poder que proporciona pagar la cuenta y escoger la propina para el chaval que te recoge las migas. En la vida, todo es lucha de clases.
O al menos, creerse que siempre habrá una clase inferior.
A menudo me encuentro con personas que se pasan la comida comentando la jugada, como si les fuese la vida en ello, más que atendiendo a las historias de sus acompañantes. Un amigo dice que ahora "opina hasta la burra, la que nunca había comido fuera del pesebre", y a mí no me parece mal, siempre que haya más argumentos que rebuznos. Cuando por motivos de trabajo escribo sobre un restaurante, procedo con cuidado, valorando cómo me sentiría yo si recibiese el mismo juicio por un artículo. Y me molesta que alguien con vocación de crítico gastronómico, pero identidad anónima en Tripadvisor, se queje de esto y de aquello, ejerza la crítica por la crítica, y busque mi complicidad después de lanzarle un improperio a la camarera. No, bro, no juego en tu equipo. Te lo diré de otro modo: eres un esnob. ¿Qué tal si nos sentamos un ratito -en diminutivo- y hablamos de las cosas por las que no puedes quejarte cuando sales a comer por ahí? Habrá algunas por las que sí, te lo prometo, pero esas llegarán más tarde.
El listado que viene a continuación es una oda a los clientes humildes, dispuestos a admitir que no siempre tiene la razón, y un epitafio para los foodies, esos que pisan los restaurantes como si viniesen de que le flambearan los crepes Suzette en casa. No soy hostelera, soy comensal; y de ahí este artículo de opinión que, aunque no lo parezca, favorece las quejas con sentido común. Si tu respuesta es que cuando pagas, criticas lo que quieras, no estás en ese mismo saco.
- "Es que me ha tocado esperar mucho", si en realidad no tenías reserva, has llegado a las 9 y media de la noche y te han hecho un hueco de última hora. La cola de la pandería se respeta, ¿verdad? En este caso, tampoco puedes elegir que te sienten junto a la ventana, sorry.
- "Me levantaron de la mesa", cuando previamente te han informado de que funcionan con un sistema de turnos. Te gustará más o menos, pero sabías que era leche y venía en botella. Luego podemos debatir si determinados restaurantes deberían doblar mesas, sobre todo cuando hablamos de menús con más de diez platos y te piden apurarlos de 20.30 a 22 horas.
- "Este restaurante no está rodado", y es que resulta que abrió ayer, antes de ayer o la semana anterior, que para el caso es lo mismo. Pues claro que no, campeón/a. Vas a ser el primero en subir la foto a Instagram, pero los platos no tendrán nada que ver con los del mes que viene.
- "No me adaptaron el plato", y es que no indicaste que eras vegetariano ni tenías alergias ni intolerancias. La mayoría de restaurantes ofrecen alternativas para todo tipo de comensales, pero quizá no dispongan de los ingredientes si no has avisado con antelación. Luego entran en juego los gustos personales: a ti ese plato te gusta con huevo, pero es que aquí no lleva huevo. Entonces, el repertorio del concierto de rock no lo eliges tú, y también pagas por la entrada.
- "El servicio es demasiado lento", comentario que se suele escuchar el día de San José, a las 3 de la tarde, cuando el camarero que tiene asignada tu mesa está muy cerca del infarto cerebral, y también del despido, pero a ti te preocupa que no ha llegado la segunda botella de agua.
- "Han intentado subsanar un fallo", y esta va con dedicatoria. Tenías la paella encargada para las 15 horas, pero como en la vida pasan cosas -en serio, pasan-, ha habido un problema y toca esperar. A cambio te piden mil perdones, te ofrecen dos platos extra y ni siquiera te los cobran. Para algunos es una salida elegante y para otros, "totalmente inaceptable", pero el argumento de los segundos no lo comparto, porque yo también me he quedado sin pilas en la grabadora.
- "El arroz no está en el punto", si resulta que punto es un concepto metafísico para ti. ¿Eres un experto arrocero? Entonces sí, quéjate de lo lindo. Esta premisa también se aplica a los pescados que nos parecen duros, pero en realidad tienen esa textura, o a las carnes que creemos poco hechas, cuando asarlas más sería un crimen de guerra. El cocinero 'suele' -que no siempre- saber más del tema, así que indiquemos nuestras preferencias y dejémonos llevar por su criterio.
- "No tiene el nivel", cuando estás en un bar de barrio, en una escuela de cocina o en la cafetería de la esquina. Seguramente tú esperabas snacks y prepostres, pero la vida es dura allá donde se prodigan los manteles de papel. No puedes medir todos los sitios por los mismos estándares.
- "Es demasiado caro", si a la hora de emitir el juicio no valoras la relación calidad-precio. A mí ha habido bocadillos de 4 euros que me han parecido carísimos, pero no se me ocurriría ir a un restaurante con una estrella Michelin esperando apoquinar menos de 50. Tampoco conviene hacer estas evaluaciones en base a la cantidad, porque resulta que el kilo de percebe ronda los 60 euros, mientras que el de patatas está a 1'5 euros. Antes de volver a decir que algo es caro -y oye, a veces puede serlo-, hay que sopesar la calidad, el mercado y el esfuerzo de detrás.
- "No tienen datáfono". La caja B ya no está de moda. Los establecimientos están obligados a aceptar el pago tanto con efectivo como con tarjeta. Creo que también a pagar impuestos.
- "No cumplen con las medidas anti Covid". Solamente me parece bien decirle al camarero lo que tiene que hacer si es para indicarle que se suba la mascarilla. Muchos establecimientos están padeciendo los efectos de recortar aforo para garantizar la seguridad del cliente. No es justo que otros compitan en la misma Liga, saltándose las normas y arriesgando nuestra salud.
- "No queda nada de la carta". Pero nada es nada, y estamos hablando de que hay diez platos. Las sugerencias fuera de carta, cobradas a un precio razonable, son una auténtica fantasía. Un pescado de Lonja en lugar del habitual, un plus de calidad. Pero si resulta que yo he venido a probar tu famosa caldereta, no me gustaría tener que conformarme con la ensalada de atún.
- "No te tratan bien". En los mentideros gastronomía hay normas no escritas que conocemos los del gremio. Te van a tratar mejor si pides los platos más caros y el menú más largo, "porque ha venido a gastárselos". Apreciarán que sepas elegir un vino de calidad, "porque mira, entiende del tema". Y si te revuelcas en los platos que más le ponen al chef, como la casquería, o ese arroz con fondito que le ha quedado de lujo, saldrás en volandas y se escribirán odas. Pero escúchame bien: no tienes por qué. Sígueles el juego si te gusta, pero si no es así, rompe baraja y estrella la silla en la mesa -ojalá literalmente-. Cuando no tengas hambre, pide menos; si no te apasiona el champán, agua para todos; y si te apetece pedir el postre de Pantera Rosa, joder, pídetelo.
Y si te miran mal, te quejas.