Hoy es 8 de octubre
Uno de los grandes problemas de la actual “sociedad de la información”, y mucho más en la presente coyuntura, es la sobreinformación. Si a esta sobreinformación se le suma el uso más o menos peregrino, impropio y sobre todo descontextualizado de una terminología especializada o técnica, se llega a la situación de alarmismo que vivimos en relación a la pandemia por Covid-19. Toda esta información, sesgada y utilizada inadecuadamente, sólo ha contribuido a llevar a la sociedad a un estado de pánico generalizado y a una sensación de distopía bastante alejada de la realidad.
No pretendo afirmar que la situación no es alarmante, simplemente que se está haciendo llegar a la población una imagen bastante distorsionada. En diferentes medios de comunicación (generalistas, deportivos o, incluso, del corazón) estoy escuchando hablar de términos como total de infectados, diagnosticados, datos acumulados, mortalidad, etc. sin considerar el verdadero significado de esta terminología y la interpretación que se debe dar en el contexto actual. Por esta razón, considero que es necesaria una pequeña revisión de la situación y adecuar el uso de estos conceptos epidemiológicos al escenario actual, para una mejor comprensión (y difusión) del status real de la pandemia por coronavirus.
La infección por Covid-19 presenta dos características que condicionan el análisis de los datos que se están aportando en los medios de comunicación: (i) el elevado número de infectados que no presentan síntomas (ni los presentarán) o muestran una sintomatología leve y curan sin tratamiento específico; y (ii) la capacidad de transmitir la infección incluso en ausencia de sintomatología. Estos factores, sumados al déficit de diagnósticos sistemáticos en población general y al inadecuado uso de términos epidemiológicos, están determinando que se ofrezca una imagen distorsionada de la situación real, tanto de la gravedad de la epidemia en España, como de las tasas de transmisión y, por tanto, del riesgo de contagio.
Durante esta pandemia se está escuchando continuamente hablar del número de infectados asimilándolo al término diagnosticados. En numerosos medios de comunicación se puede leer o escuchar que, en España, el número de infectados es de 102.136 (a día de hoy) si bien está cifra está, a buen seguro, lejos de la realidad. También a día de hoy, la cifra de infectados en nuestro país según estimaciones supera el millón de personas. Este hecho, aparentemente negativo y alarmante, no lo es tanto si se analiza adecuadamente.
Los datos que están aportando las autoridades sanitarias son, en realidad, relativos al número de personas que han dado positivo a los tests de diagnóstico. Estas pruebas se están realizando exclusivamente sobre personas que presentan una sintomatología evidente, lo cual constituye un importante sesgo. Las evidencias científicas (corroboradas por la OMS) sugieren que alrededor del 80% de las personas infectadas sufren una sintomatología leve o son asintomáticos, por lo que estas personas están sin diagnosticar y, por tanto, alterando las estadísticas y deformando la visión de la realidad. Esta situación se hace evidente al analizar los datos de mortalidad provocada por la pandemia de Covid-19 en diferentes países. En este sentido, la referencia podría ser Corea del Sur. En este país, los datos hablan de un total de 9.887 diagnosticados y una tasa de mortalidad de 1,6%. La comparación con otros países como el nuestro o Italia resulta dramática, puesto que se habla de unas tasas de mortalidad de 9 y 12%, respectivamente.
Las razones de estas diferencias no son de tipo étnico o socio-cultural. La verdadera explicación de estas diferencias se encuentra en el diferente trato que se ha hecho de los datos y en cómo se ha afrontado el abordaje de la situación. En Corea del Sur, desde el principio de la epidemia, se reforzaron los protocolos diagnósticos, realizándose diagnósticos masivos en población sintomática y asintomática. Esta estrategia ha hecho que los números de infectados reales y diagnosticados sean mucho más similares entre ellos y consecuentemente, las estadísticas mucho más próximas a la realidad.
La tasa de mortalidad se calcula dividiendo el número de fallecidos por el de infectados/diagnosticados. Debido al infradiagnóstico de la infección en España, el denominador es erróneamente bajo, lo que incrementa la tasa de mortalidad. Ante esta situación, la única forma de tener una fotografía aproximada de la realidad es recurrir al único parámetro que no admite sesgos y que es, desgraciadamente, la mortalidad. Asumiendo que la estrategia empleada en Corea de Sur es la que permite que los datos sean los más próximos a la situación real y que el número de fallecidos en España por Covid-19 es de 13.055 -dato del día 6 de abril-, el número de infectados en España, sería aproximadamente de millón y medio y la mortalidad real entre el 1 y el 2%. Este dato no es definitivo, pero constituye un ejemplo de cómo se está haciendo un mal uso de los términos.
A nivel informativo, esto se traduce en la difusión de unos valores de mortalidad ficticios, que sólo contribuyen a aumentar el alarmismo. Es bien cierto, que los pasos seguidos por la administración no ayudan a facilitar la labor informativa. En mi opinión, las autoridades sanitarias y gubernamentales están pecando de cortoplacistas y entre otros aspectos, no se están poniendo los medios para conocer la situación real y poder abordarla con medidas efectivas a medio y largo plazo. En ningún momento se ha realizado (o no las han hecho públicas) encuestas ciegas a población general. Esto aportaría, por extensión a la población total, una visión global de la epidemia en España y el diseño de estrategias que permitan abordar la transmisión de la enfermedad más allá del periodo de confinamiento. Sin embargo, la idoneidad de las medidas adoptadas y sus consecuencias a medio plazo deben ser probablemente, objeto de un análisis independiente.
Otro aspecto llamativo es la ligereza con la que se habla de datos acumulados de la enfermedad para arrojar algo de luz sobre la situación en España. Estos datos son necesarios, pero aportan exclusivamente una visión retrospectiva de la pandemia y no de la evolución a tiempo real que en estos momentos es lo que podría aportar información real sobre la evolución actual. Los datos acumulados, por definición, nunca van a descender, incluso en momentos de baja o nula transmisión de la enfermedad. Esto hace que se difunda una sensación irreal de las tasas de evolución de la pandemia. A pesar de que en los últimos días si que se se está empezando a utilizar datos de incrementos diarios, se continúa recurriendo a los datos acumulados con excesiva facilidad para dar una idea de la magnitud de la pandemia.
En cualquier caso, es cierto que la estrategia desarrollada por la administración no contribuye a la difusión adecuada de los datos por los medios de comunicación, pero debido al impacto social que está teniendo la pandemia, los códigos deontológicos resultan esenciales y los esfuerzos por mantener el rigor informativo se deben redoblar. En un tema de esta magnitud, el uso correcto de los términos, el análisis adecuado de los datos y posteriormente su difusión pública, son aspectos de una relevancia inestimable.
Rafael Toledo Navarro es catedrático de Parasitología de la Universitat de València