Si hubo un tiempo en el que solo querían coger metros o trenes para ‘ir al centro’, ahora reconocen cómo el hecho de ser de pueblo ha agudizado su ingenio, abierto su mente y agitado su hambre creativa a marchas forzadas. Jóvenes de la escena cultural valenciana de Torrent, Aldaya o Benifaió reflexionan sobre el impacto de una adolescencia pueblerina en su vida (y profesión) adulta
VALÈNCIA. Con el 26M, muchos creativos que, actualmente, viven fuera de sus pueblos, volvieron a casa para votar. El éxodo cultural que hace unos años se produjo de València a Madrid o Barcelona es un clásico en estos municipios, donde muchas veces sus talentos se mudan a grandes ciudades para desarrollar sus estudios o carreras. Hasta aquí, nada nuevo. ¿Pero qué se llevan consigo? Ser de pueblo, históricamente, se ha asociado a valores si no negativos, “no del todo positivos”. Así opina la joven ilustradora África Pitarch, torrentina, que reflexiona que existe un antojo de “pueblofobia” en ciertos ambientes. “Abres los ojos cuando conoces qué es la conciencia de clase. Y no es lo mismo para quienes viven en un pueblo, en una zona residencial, que en el corazón de éste. En mi caso, aunque crecí en Santa Apolonia, hice vida en Torrent”. Sobre esta localidad, circula un dicho que dice bon poble, mala gent. “Lo suelo decir con sorna cuando me preguntan de dónde soy. Nunca he renegado de ser de pueblo, siempre me ha hecho sentir especial. Sobre todo, porque mi familia no estaba muy ligada a las tradiciones torrentinas, mientras que mis amigas y amigos del colegio sí. Estaban metidos en todo el starter pack de poble, que implica falla, Moros y Cristianos, Clavarios, parroquia… Y, a veces, me sentía bastante fuera, así que de cara al exterior me gustaba reforzar mi vena pueblerina”, asegura esta torrentina que acaba de participar en la exposición colectiva Valencia se ilustra.
Durante mucho tiempo, Torrent, que desde 2010 es considerada gran ciudad, se reconocía como pueblo dormitorio. Igual que su vecina Aldaya, donde crecieron Natalia Zahorodna y Eduardo Jairycovich, directora de redacción y director de moda respectivamente de la revista Chapelle. “La verdad es que al estar tan cerca de València no tiene gran cosa, así que casi todo el ocio se consume en la capital. Sin embargo, es muy importante en el sector del abanico o ventall, como decimos aquí. No es un pueblo donde puedas retirarte, es más una pequeña ciudad industrial”, concede el estilista. Su compañera, ucraniana residente en esta localidad desde los cinco años, aporta: “Lo llaman el pueblo cotilla… Así que os podréis imaginar. A los que han vivido siempre en una ciudad, ese costumbrismo les parece muy interesante, pero la realidad es también que, en un pueblo, cualquiera que se salga de la norma es un extraterrestre”. “Incluso en cualquier barrio de València, generalmente hay más apertura de mente”, completa su compañero. Con su publicación usan el arte y la estética para denunciar injusticias sociales. “De alguna manera, lo vivido en el pueblo nos inspira, nos hace más fuertes”, reconoce, aunque en una de sus últimas producciones en vídeo, realizadas para promocionar uno de sus últimos números, Spectrum of Human, un modelo masculino con tacones se muestra rígido en plena calle de Colón. El plano se va alejando y se escuchan insultos homófobos. Lamentablemente, estos ataques se producen en pueblos y ciudades indistintivamente.
“Instagram, hoy, nos guste o no, actúa de reflejo de nuestra época y una servilleta áspera con un ‘Gracias por su visita’ es un valor seguro” (África Pitarch)
Para un creativo, toda vivencia es susceptible de convertirse en un discurso artístico. Al menos, aportar de algún modo. En ese sentido, Eduardo reconoce: “He pasado por una época de renegar de alguna manera de mi cultura. Dado al auge de la ultraderecha, quería alejarme de los símbolos tradicionales, patrióticos o folclóricos. Justo ahora estamos en pleno proceso creativo de un número muy interesante en la revista, en el que hablaremos de la cultura, la apropiación cultural, la inclusión racial, etc. Ha sido una bonita manera de reencontrarme con mi cultura y, sobre todo, de objetos de siempre que guardaba mi abuela y que forman parte de mi infancia y de mi esencia como artista. Recuperé y conocí más de cerca la tradición de las fallas y la indumentaria, las procesiones de pueblo con sus clavariesas y bandas”. Para Pitarch, “la aglomeración de las ciudades, la contaminación y el estrés de quienes las habitan han devuelto la mirada a los pueblos. Ese giro social se refleja en las estéticas del momento, que reivindican lo natural, lo cercano, lo familiar. Instagram, hoy, nos guste o no, actúa de reflejo de nuestra época y una servilleta áspera con un Gracias por su visita es un valor seguro. Hace unos años, era impensable”.
Por su parte, Tristán, Paula y Enric forman Tattoonie, una marca de tatuajes temporales gestada en Benifaió que, recientemente, daba el salto a la New York Fashion Week. Es curioso porque muchos de los habitantes de esta localidad de la Ribera Alta, también sus visitantes, geolocalizan su paso por el pueblo con el nombre de Benifayork. “Nuestro pueblo está lleno de contrastes”, dice ella, que continúa: “Tienes un colegio progre, otro religioso y otro más estándar. Puedes ver cómo els camperols se pasean por las calles con su haca y al mismo tiempo ver al típico bakala con su coche de 150 caballos y la música a tope por la avenida principal. Hemos jugado por los campos y hecho cabañas y, al mismo tiempo, probado los cigarrillos quizás antes de los doce años. Los fines de semana teníamos todas las macrodiscotecas del momento cerca y hemos entrado en todas ellas mucho antes de la edad permitida, pero el domingo íbamos a comer paella con la familia a la típica caseta de campo. Con todo esto, un perfil inquieto como el nuestro puede desarrollar una sensibilidad especial por lo tradicional y, a la vez, aprender cosas de la vida de una forma muy ruda y sin filtro”.
“Crecer con esos contrastes nos ha enseñado a ver que el mundo es muy amplio y heterogéneo” (Paula, de Tattoonie)
En su caso, aunque tienen el estudio cerca del Mercado de Tapinería de València, la esencia de Benifaió sigue intacta en su trabajo. Tanto que algunos de sus tattoos tienen nombres relacionados con su municipio: entre ellos, Almaguer por una zona de montaña, Ribera Cross en un guiño a la cruz de la Ribera Alta, Picasent “es el tattoo taleguero, porque tenemos la cárcel al lado del instituto”, dice Enric. “Así queremos rendir homenaje a un pueblo tan peculiar que nos sigue fascinando. Otro factor muy importante es la visión que tenemos de las cosas. Crecer con esos contrastes nos ha enseñado a ver que el mundo es muy amplio y heterogéneo. Es vital abrir el prisma para poder crear y, también, para poder adaptarse al entorno en términos de negocio”, reflexiona Paula.
En esta línea, Mayte de la Iglesia actúa de embajadora de Alzira, su apreciada localidad, allá donde va. También en su cuenta de Instagram, que suma más de 30.000 seguidores. Esta reconocida modelo, que actualmente ejerce de digital manager y estilista en Madrid, asegura: “El mío es un pueblo casi ciudad, dado el entramado empresarial propio del lugar, lo suficientemente lejos de València para no ser un pueblo dormitorio y, por ello, tener su propio universo de comercios”. Tanto es así que su olfato para la moda le vino entre sus calles. “Siempre me he fijado mucho en la moda y, quizás, tenga un porqué: la élite de antaño del pueblo me fascinaba por cómo se vestían, peinaban o maquillaban. Solía hacer comentarios del tipo ‘qué elegante es Marita’ siendo muy pequeña. El estilo de la señora clásica creo que es algo que está de manera residual muy presente en mi trabajo. Y no puedo dejar de mencionar a las tiendas de allí. En los 80, aquello era pura fantasía. Había tres tiendas referentes a las que me encantaba ir de compras con mi madre”. ¿Alguna vez, en su carrera entre focos y pasarelas ha renegado de ser de pueblo? “Jamás. Yo soy de Alzira a muerte. Además, Alzira con z. Me encanta contar qué significa su nombre y anécdotas sobre nuestra historia”.
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