ASÍ RESISTE EL DELIVERY

Diario de un 'rider' en cuarentena

Los jinetes que resisten al escenario apocalíptico, y cabalgan a dos ruedas para hacer llegar provisiones a los hogares, analizan con incertidumbre su actividad. Hablamos con tres de ellos

27/03/2020 - 

VALÈNCIA. Son la resistencia. Los últimos polizones de una metrópolis equiparable a un barco, que navega con rumbo incierto y se despierta cada mañana sin pasajero alguno en la cubierta. Tienen el privilegio, y la desdicha, de vérselas con las calles vacías. De repente, el carril bici ha dejado de ser una pista plagada de obstáculos y el asfalto, antes jungla, se ha liberado del dominio de los coches que les amedrentaban con sus rugidos. 

Los repartidores son unos de esos pocos profesionales que pueden seguir operando a cielo abierto, pese a las medidas de seguridad decretadas para erradicar el coronavirus, en tanto que garantizan el suministro de bienes básicos para la población enclaustrada. ¿Siempre tan básicos? Valoramos el papel que desempeñan los 'riders', esos mensajeros a pedal, tan solo soportados por su bicicleta, que distribuyen mayoritariamente comida. A veces pan, fruta y verdura para personas mayores que no tienen forma alguna de pisar la calle; otras, pizza, sushi y caprichos varios para aquellos ciudadanos que, ni siquiera en plena pandemia, están dispuestos a renunciar a una hamburguesa franquiciada (ni a unas botas de Asos).

Si antes de la crisis sanitaria había empresas de delivery que contaban con unos 1.500 riders en sus filas, esta cifra podría haberse duplicado en las últimas semanas, según la estimación de los propios trabajadores. Esto significaría que hay alrededor de 30.000 jinetes en toda España, cabalgando sobre un escenario apocalíptico. Pedir o no pedir, esa es la cuestión. Y es que, mientras animamos al mayor de los confinamientos, seguimos encargando productos por Internet, cuyo transporte pone en riesgo a la persona que los trae, pero también a la que los recoge. ¿Están realmente protegidos los repartidores? ¿Son suficientes las medidas de 'contacto cero'? ¿Está justificada la exposición? ¿O debería restringirse esta actividad?

"Hasta el día en el que me digan que no puedo seguir, yo seguiré", responde uno de ellos. De la frase se infiere la necesidad económica y el temor a un futuro incierto. Hablamos con tres protagonistas en regímenes distintos. Tres chicos -es difícil dar con chicas- que cada mañana se enfundan el casco y se cuelgan la mochila para recorrer la ciudad. Cobran poco, pedalean mucho, se las ven con el control policial y, ahora también, con el virus.

Javi, 45 años. Empleado en Encicle

"Salir da un poco de rollo. Ves las calles vacías, escuchas conversaciones que tratan siempre de lo mismo, un portero te cuenta que alguien está enfermo, y así todos los días", relata Javi, quien trabaja para Encicle. La empresa valenciana de bicimensajería está especializada en la distribución de todo tipo de productos por el centro histórico de la ciudad. "Pero en los últimos días, lo que más se demanda es alimentación", admite el rider. El cliente hace la lista de la compra, ellos llaman a los comercios y efectúan la recogida cuando todo está listo, "porque si tienes que hacer la cola de Consum o de la carnicería, no te sale a cuenta". Por extraño que parezca, los clientes suelen ser jóvenes, aunque en busca de comida para sus mayores. "Un médico que no puede atender a su madre, o un policía que no quiere exponerla", pone como ejemplo. Pagan un poco más -8 euros- y sufren un poco menos.

"Los vecinos lo están haciendo gratis, con eso no puedes competir", señala. Ahora bien, él dispone de un permiso de la empresa para circular con libertad, viste de uniforme y conoce a la Policía, que pese a todo le ha pedido varias veces la documentación. También cumple con rigor las medidas de seguridad que le han impuesto, cada vez mayores, como no podía ser de otro modo. "Cuando voy en la bici, siempre llevo guantes, y si entro en espacios cerrados, me pongo la mascarilla. Respeto la distancia de seguridad en los comercios y dejo los pedidos del cliente en el ascensor, incluso en el portal, para no establecer contacto. Solo subo si es gente mayor que no puede cargar e insisto en que no abran la puerta", detalla Javi. El pago lo reciben por transferencia o Bizum; ni datáfono ni PDA; pide el DNI y se ahorra la firma. 

"Me considero una persona de riesgo, porque a lo largo del día trato con otras 50, así que voy con cautela para no contagiar a nadie", reconoce Javi. ¿Y qué pasa si es él quien contrae la enfermedad? "Asumo que podría coger el virus, pero aún soy joven, no tengo problemas respiratorios, no tengo nada. Así que, dentro de lo malo, me arriesgo", responde.

La posición de Javi es afortunada en comparación con la de otros compañeros. Tras muchos años trabajando en un almacén de electricidad, llegó la crisis (la anterior, la económica) y le despidieron. Cuando se desesperó de estar en paro, compró un carrito, lo enganchó a la bici y comenzó su carrera como rider. De eso hace cinco años, y en este tiempo ha trabajado de manera precaria, hasta finalmente ser contratado. "Por libre no ganas nada, no llegas ni a fin de mes. Mi máximo fueron 900 euros, pero la media era 200 o 300", lamenta. Por eso, porque se siente privilegiado, seguirá trabajando hasta el final, aunque su conciencia le dicte que detener la actividad sería positivo para la ciudadanía. "Con el confinamiento total, todo terminaría antes", añade. Y luego, la actividad económica se recuperaría, "no de golpe, poco a poco", pero la gente se acordaría del servicio prestado "y volverían a necesitarnos".

Gonzalo, 40 años. Trabaja en negro

Hace tres años que pedalea repartiendo alimentos. Su función es recoger la mercancía en pequeños comercios y mercados para transportarla a casas particulares y restaurantes. "No me he dado de alta porque no me llega el dinero", asegura Gonzalo (si es que así se llama). Apenas cobra 400 euros al mes, pero admite que, en estas últimas semanas, el trabajo se ha disparado y ha tenido que recurrir a dos ayudantes. "Al principio fue al contrario, nadie se atrevía a pedir y encima perdimos a los clientes de la hostelería. Pero entonces los dueños de las tiendas empezaron a ofrecer el servicio y la gente, que cada vez tiene más miedo, lo ha ido probando", explica. Casi toda su actividad se desarrolla por las mañanas. No trabaja con supermercados, solo con comercio local, por lo que se evita largas colas. Y ha sustituido las calles atestadas por un escenario propicio, donde moverse rápido y sin altercados.

Aunque no todo es favorable para el 'rider' en este periodo de cuarentena, durante el que se ha incrementado el control policial para garantizar el confinamiento de la sociedad. Y claro, él no dispone de ningún documento disuasorio, ni antes tampoco. "He tenido suerte, porque cuando me han visto cargado, han dado por hecho que estaba trabajando. La única vez que me pararon, iba sin mercancía, de camino a casa, así que no tuve ningún problema", afirma. Al comentarle que algunas personas intentan burlar la restricción de movimiento valiéndose de mochilas de reparto (las de Glovo se cotizan a 300 euros por Internet), se muestra preocupado. "Primero, porque esto es por el bien de todos, y segundo, porque si la gente se dedica a hacer trampas, las autoridades se pueden poner más duras", reflexiona.

Su clientela habitual en los últimos tiempos se compone de familias. "No suelo verles, les dejo la caja en el ascensor y ellos me envían el dinero de vuelta, o me hacen un Bizum, para que las monedas no estén en movimiento. Pero por el tipo de productos que piden, sobre todo frutas y verduras, en cantidades bastantes grandes, me lo puedo imaginar", dice. Como vive solo y ha aceptado los riesgos de su trabajo, no teme al contagio propio, pero sí al de los demás ciudadanos. Por eso, apela al "uso responsable y racional del servicio", solo cuando sea necesario, y agradece que la gente se esté comportando tan bien hasta la fecha, cumpliendo con los protocolos de seguridad. Sobre los rumores en torno al fin de las actividades de reparto, no cree que sea posible. "Hay médicos que llegan a casa después de guardias muy largas y no tienen nada en el frigo; alguien tendrá que llevarles de comer, ¿no?", concluye. 

Joel, 29 años. Fundador de Kurutta Couriers

'Kurutta' es una palabra japonesa que habla de la locura, y algo tiene la bicimensajería. Con apenas 29 años, Joel ha pasado por distintas empresas de reparto, y el caso es que le gusta el mundillo (que en otros países tiene mucho de alternativo), por lo que se ha atrevido a impulsar su propio proyecto. "Pensé que, si iba a estar trabajando como autónomo para otros, mejor trabajaba para mí", afirma. Así fue como nació, en diciembre del año pasado, la ecomensajería KuruttaCouriers, donde participa otro socio, pero él es el único repartidor. Charlamos mientras termina los encargos de la tarde, porque esta semana está trabajando el doble de horas, desde las 8 de la mañana hasta las 11 de la noche. "Si en un día normal suele haber 15 entregas particulares, ayer hice 92 y hoy voy por las 50", afirma.  

Lo dicho: sombras nocturnas en una ciudad apagada, donde solo las sirenas y las bicicletas se adueñan del asfalto a partir de la noche. "Después de seis años entre pitidos de coches, que literalmente te intentan tirar de la bicicleta, esto es un alivio", admite. La hostilidad del conductor de cuatro ruedas sobre el de dos, ahora socavada por la crisis. "Tenemos permiso para trabajar a cualquier hora. La Policía te para y te pregunta, pero tú les entregas la documentación y si te explicas bien, no hay problema", relata. Por tanto, el único miedo es al contagio, tanto en el momento de la entrega, como en su esfera personal. "No veo a nadie, ni a mis amigos ni a mi madre. Solamente a mi pareja y a mi compañero de piso, pero llevo el máximo cuidado al entrar en casa", explica. Se quita el uniforme, se ducha a conciencia.

No serviría de nada si el resto del tiempo no se pertrechara, como ciertamente hace, con mascarilla y con guantes. El momento de la entrega ha cambiado por completo, y al igual que sus compañeros, prefiere depositar el pedido en el ascensor y confirmar la entrega mediante el telefonillo. Como el pago entra por la plataforma, nada de firmas... ni de propinas. "No se están dando, precisamente por aquello de evitar el efectivo. Si me dieran una propina en estos días, no sé si la aceptaría", asegura. ¿Entonces temes contraer el virus? "En realidad solo temo dejar de trabajar", responde. Aunque sus ingresos se están triplicando esta semana, puede que vengan días peores, y no puede desaprovecharlo, porque no quiere darse de baja como autónomo. Ahora recuperemos la frase del principio.

"Queremos seguir, esto te lo digo como trabajador; pero como ciudadano, admito que no tiene sentido. Estamos moviendo paquetes que tocan otras personas, y que después tocarán las siguientes, hasta que al final pasan por 50 manos. Sería tonto rechazar el trabajo, porque si mañana nos obligan a parar, ¿entonces qué será de nosotros? Por eso tengo una cosa muy clara: hasta el día en el que me digan que no puedo seguir, yo seguiré", queda dicho.