Alpha Decay publica la verdadera y extraordinaria historia del escritor maldito víctima de abusos sexuales y enfermo de sida que enamoró al star system indie de la década pasada sin siquiera existir
VALÈNCIA. La construcción de una identidad es una aspiración legítima de cualquier persona: sin identidad corremos el riesgo de ser meras cosas. El quién soy es una pregunta básica que no cesamos de repetirnos desde el día en que somos plenamente conscientes de nuestra individualidad: a partir de esta cuestión y de sus múltiples respuestas nos disfrazamos en la infancia caminamos con una cadencia de moda cuando adolescentes, escogemos nuestras lecturas o nuestros discos, viajamos de una manera o de otra, hacemos uso de unas redes sociales, de las opuestas o de ninguna, decimos que somos de gatos o de perros, de Nintendo o de Sega en su momento, de Xbox o de Play Station ahora; de Fortnite o de PUBG, que nuestro color favorito es el púrpura, nuestro número el siete, y todas esas afirmaciones que tienen poco sentido y mucha menos trascendencia. A mayor inteligencia intrapersonal -según la división de Howard Gardner-, preguntas sobre quién soy más profundas, y respuestas más complejas. De lo binario a lo poliédrico, de las obligaciones autoimpuestas a la autoindulgencia consciente. Un síntoma de que vamos por buen camino es llegar a considerar que quizás tratar de encontrar una respuesta a la cuestión sea un propósito sin sentido. Que en la formulación está la trampa, que a lo mejor a la interrogación le sobran las palabras y los corsés.
Entre la persona y la cosa, asegura el profesor y filósofo Roberto Esposito, está el cuerpo, una pieza indispensable en la arquitectura de la identidad: “Mi cuerpo no es lo que tengo, sino lo que soy. Deberíamos convertir «existir» en un verbo transitivo, como sugiere Sartre, para poder decir «existo mi cuerpo: esta es la primera dimensión de su ser»”. Desde que nacemos, el cuerpo ancla la conciencia a eso a lo que llamamos realidad, o más vulgarmente, al suelo, y ya somos él hasta que nos extinguimos. Querer escapar del cautiverio corporal ha sido siempre objetivo número uno del ser humano: primero lo intentamos con el ánima o el espíritu mediante las promesas de la religión, y ahora lo intentamos por medio de la tecnología y la ciencia: si no conseguimos trasplantar una cabeza, tal vez logremos trasvasar la conciencia a un dispositivo externo que nos permita ser instalados en otros soportes menos perecederos que el cuerpo. Mientras tanto, el cuerpo ata y de un modo u otro, define. ¿Se puede ser sin cuerpo? ¿Puede existir un escritor de éxito fuera de sus límites carnales? Así como entre la persona y la cosa se encuentra el cuerpo, entre una vida de ficción y una “auténtica” se encuentra el célebre escritor JT Leroy, autor maldito en proceso de cambio de sexo crecido en un apeadero de caminos en el sur de Estados Unidos junto a una madre prostituta y drogadicta, autor de novelas tan aclamadas como Sarah o El corazón es mentiroso llamado a ser el nuevo Salinger.
Durante más de seis años, JT Leroy fue un buda de lo grunge: se lo rifaba lo más selecto del show social: desde Asia Argento, con quien tuvo un romance, hasta Courtney Love, pasando por Winona Ryder, Gus Van Sant o Calvin Klein. Pero Leroy fue efímero, salió de la nada y a la nada volvió a parar cuando se descubrió que Speedie, su eterna acompañante, la persona que afirmaba haber salvado al autor de una vida marcada por los abusos sexuales, la prostitución o el sida, resultó ser la imaginativa Laura Albert, autora real del ficticio JT Leroy, álter ego que había sido transportado al mundo de lo físico sobre el cuerpo de su cuñada Savannah Knoop, autora a su vez del libro Chica, chico, chica que publica ahora Alpha Decay traducido por David Paradela López y en el que se narra por primera vez desde su punto de vista una historia de engaños que se saldó con muchas decepciones, sonrojos y con una condena por fraude, daños y perjuicios por valor de ciento dieciséis mil dólares. El asunto fue tan rocambolesco como parece; para muestra, un párrafo: “«Astor» era su marido y mi hermano, Geoff. El componía la música para el grupo en que tocaban. Laura se hacía llamar Speedie, el alias de su álter ego, Emily Frasier, una judía que se había hecho amiga de JT en la calle cuando eran adolescentes y que cantaba en el grupo para el que JT escribía letras”.
Menudo lío, ¿verdad? Cuando se desveló que el esquivo Leroy que aparecía con peluca y gafas de sol en happenings, sesiones de fotos y hoteles para celebrities no era siquiera la personalidad alternativa de un autor en su propio hábitat corpóreo, sino un papel representado por una actriz novata, el personaje se desvaneció en mitad del escándalo. Pero esto no tendría por qué haber sido así: los libros habían gustado mucho, ¿qué más daba quién los hubiese escrito? ¿Gustaba más la novela Sarah, o su autor? ¿No reside acaso el arte en la obra y no en el artista? ¿Por qué no ha seguido Leroy publicando libros? ¿Tan escasos vamos de imaginación? ¿Por qué tanta necesidad de autenticidad en un mundo donde la hipocresía, la creencia y la mentira -la posverdad- van de la mano y están a la orden del día? Tanto éxito tuvieron las historias de Leroy-Albert que hasta fueron llevadas al cine: Asia Argento, que mantuvo un romance con JT Leroy, dirigió, escribió y protagonizó la adaptación cinematográfica de El corazón es mentiroso -The Heart is Deceitful-, rodaje en el que Argento, por cierto, conoció al actor Jimmy Bennett, quien años después ha acabado denunciándola por abuso sexual. La realidad, casi siempre, supera en mucho a la ficción.
Ahora, tras algún que otro documental sobre el supuesto fraude, el cine vuelve a interesarse por la leyenda del breve Leroy y lo hace dando protagonismo a la perspectiva de Knoop: Chica, chico, chica se transforma en Jeremiah Terminator LeRoy, con Kristen Stewart en el papel de JT Leroy-Savannah Knoop, quien en la introducción de su libro, confiesa lo siguiente: “Mi historia es la historia de cómo múltiples cuerpos tratan de habitar un mismo cuerpo; concretamente, la de cómo Laura, su álter ego ficticio JT y yo intentamos habitar mi cuerpo. Las cosas pueden complicarse mucho cuando no hay espacio”.
Leroy vive, la lucha sigue.