VALÈNCIA. Recuerdo que la primera boda de un amigo se celebró en un castillo. El conocido popularmente como castillo de Alaquàs es una fenomenal fortaleza enclavada en el centro de la población próxima a València, que por entonces acogía esta clase de eventos. Lo que muchos no saben es que este castillo levantado en el siglo XVI estuvo a un paso de ser derribado cuando, después de cambiar varias veces de mano, recayó en un empresario empeñado en su demolición. Su noticia llegó a ambientes intelectuales y artísticos valencianos, que se pusieron manos a la obra para impedirlo mediante una campaña de concienciación en la que se reprodujo en toda clase de soportes el edificio, publicándose un libro en 1921 con dicho material y un estudio del mismo. Mariano Benlliure, con su prestigio e influencia ante las autoridades nacionales y a través de la Academia de Bellas Artes de San Fernando, logró su protección con la declaración de Monumento Histórico Artístico Nacional. Hasta hace unos años el lugar, un tanto abandonado a su suerte, se adecentó y se destinó a eventos sociales privados.
Hay casos en que la iniciativa empresarial y la recuperación o conservación del patrimonio van de la mano. Son parte el uno del otro porque el empresario vende ese rescate de la belleza del lugar como reclamo. Los alrededores de la ciudad de València conservan todavía un buen número de alquerías y casas señoriales que en muchas ocasiones corren serio peligro de abandono en el menos malo de los casos, y de ruina, colapso y desaparición en el peor de estos. De hecho, se han tenido que llevar a cabo actuaciones in extremis para salvar de la definitiva pérdida edificios de gran interés. La administración no puede hacer frente ni a una parte de estos casos y, afortunadamente, es la iniciativa privada la que sale al rescate, colaborando en la recuperación como es el caso reciente de la alquería Juliá, en el barrio de Nou Moles, hoy Casa de la Música, gracias a la financiación de Bankia. En otros casos se está en un eterno impasse como con sucede con el popular Casino del Americano, junto a Burjassot, que tal como decía Pablo Plaza el 5 de abril en páginas de este medio, su situación se encuentra en estos momentos en el “limbo”. También la fantástica casa de la Sirena en la colindante con València Alfara del Patriarca está a la espera de que llegue su turno y se lleve a cabo su recuperación por una empresa privada valenciana para convertirla en alojamiento, lo que sería fantástico por múltiples razones.
Hace unos días, un gran amigo celebró su medio siglo de vida en un espacio espectacular, literalmente pegado a la ciudad, muy cerca del Palacio de Congresos, que no conocía, y me sorprendió por la cuidada restauración de los edificios que componen el conjunto, despertándome la idea de escribir estas líneas. Qué sería del llamado Telar de Miguel Martí, un edificio destinado en su día a esa función, y que ya se describe en el siglo XII -por tanto de origen musulmán- aprovechando las aguas de la acequia de Moncada que transcurren literalmente bajo el mismo, de no haberse llevado a cabo esta intervención. El espacio, perfectamente mimetizado con el entorno mediterráneo, permite asomarse a la gran acequia, que en ese tramo lleva más caudal destinado a regar las huertas del norte de la ciudad que muchos ríos de la península ibérica. Cuesta creer que exista un lugar así a pocos metros de la ronda de Valencia junto a las grandes moles de ese barrio de expansión de la ciudad. Ciertamente hay que quitarse el sombrero cuando las cosas se hacen bien, y más cuando las intervenciones demuestran sensibilidad por el patrimonio histórico. Me encanta cuando un proyecto hostelero conlleva la recuperación de un edificio, pero hay que tener muchas ganas para meterse en un berenjenal como estos y rescatar del abandono y la ruina estos enormes edificios, catalogados en muchos casos y con problemas de toda índole a lo hora de abordar su rehabilitación siguiendo los criterios. Estos proyectos son la vía para poder sufragar los enormes gastos que genera el mantenimiento de estos edificios continuamente aquejados de achaques propios del paso del tiempo. Abordar obras de mantenimiento a gran escala, que son las que en muchas ocasiones demandan, no son asumibles por la propiedad y su arrendamiento a estas empresas son la solución para llevarlas a cabo.
Otro caso, quizás el más monumental, es la Cartuja de Ara Christi en El Puig. Se trata de un Bien de Interés Cultural levantado en el siglo XVI para que se instalara una comunidad de monjes cartujos. El enorme complejo fue exclaustrado en 1835 con la Desamortización de Mendizábal, cuando se disolvió la Comunidad, quedando abandonado por un largo periodo hasta su restauración hace pocas décadas con la finalidad de destinarla a eventos sociales. El gran monumento contiene una portería, iglesia de gran porte con esgrafiados policromados típicos valencianos en la bóveda, un pequeño claustro, una capilla de difuntos, un claustro mayor, las celdas etc. En el término de Ribarroja está situada la Masía del Poyo desde el siglo XVIII, hoy sitiada de naranjos por sus cuatro costados. Se trata de un gran edificio que, además, conserva todo el frondoso jardín que lo rodea. También tiene su origen en el siglo XVIII el edificio situado en el paraje conocido como la Vallesa de Mandor en el término municipal de Paterna en medio del bosque homónimo. El edificio sirvió de alojamiento regio en época de Alfonso XIII y su configuración exterior corresponde a esta época. La masía de Xamandreu del siglo XIX tiene más el aspecto de una casa de ricos indianos con gran jardín que de masía valenciana. La gran edificiación levantada hacia el final del Siglo XIX estuvo ocupada por Ignacio Pinazo ya que en la ciudad se había desatado una epidemia sino recuerdo mal. Durante su estancia en la Masía, pintó la celebre serie de gran formato titulada Las Cuatro Estaciones. Más valenciana en su configuración es Campo Aníbal, también en el Puig, otra de las masías decimonónicas
En l'Horta Nord muy cerca de los barrios de Roca y Cúper está situado el hotel y lugar de eventos denominado La Mozaira en lo que fuera una antigua alquería musulmana previa a la Reconquista. El espacio no lo rodean los naranjos como en tantas otras grandes casas sino la huerta de Alboraia. Separado del mar por la vía del tren y por la A-7, si no fuera por estas dos grandes vías podría casi escucharse el rumor de las olas. En este caso, más que una gran casa de origen nobiliario, se trata de una enorme casa de labranza rodeada de jardín, compuesta de una amalgama de cuerpos arquitectónicos superpuestos, que la convierten en un lugar especialmente atractivo y especialmente vinculado la etnografía de la huerta valenciana. Muchos más proyectos de este tipo quedan en el tintero, pero lo que nos interesa aquí es valorar la sensibilidad y el buen gusto de estos empresarios por la recuperación de aquello que ya existe y no hay que sacarse de la chistera.