VALÈNCIA.- "Una noche Sancho [Gracia] golpeó mi puerta, para gran susto mío, que venía de una persecución política, y me tiró una pila de libros. Me dijo: «Escoge el bandolero andaluz que quieras de todos estos y escribes trece capítulos para una serie». La anécdota fue narrada por Antonio Taco Larreta, el dramaturgo uruguayo, viejo amigo de Sancho Gracia, que de la noche a la mañana se convirtió en el creador y guionista de la mítica serie de televisión Curro Jiménez. Sancho Gracia y Larreta se conocían de Uruguay. La familia del popular actor tuvo que huir allí cuando él era un niño, nada más estallar la Guerra Civil.
Casi cuarenta años después, la dictadura militar empujó a Larreta en sentido inverso: se vio obligado a abandonar Uruguay por motivos políticos para refugiarse en España. El fuerte vínculo entre ambos, sus vivencias comunes como exiliados políticos, sus respectivas capacidades artísticas, justo en el momento adecuado, fueron clave para que de aquel golpe de suerte surgiera una de las mejores obras de TVE.
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Permítanme que haga un inciso para situarles en contexto. En octubre de 1975, un mes antes del fallecimiento de Franco, la BBC estrenaba el bombazo seriéfilo de la temporada: la mítica serie Poldark, que trataba sobre el regreso a casa, tras luchar en la Guerra de la Independencia, de un exsoldado británico, y cómo este, con una mentalidad modernizada, jugó el papel de un Robin Hood de la clase alta en su localidad. Tan de moda estaba aquel arquetipo, el de alguien que se enfrenta solo a la lucha de clases sin cumplir exactamente las reglas, que el 23 de noviembre del mismo año, la BBC emitió también una miniserie, La leyenda de Robin Hood, que adquirió gran relevancia en los mercados internacionales.
El bandolero como arquetipo de Robin Hood
Es muy habitual entre la opinión pública creer que en España por entonces (y también ahora) los ejecutivos de las televisiones no se enteraban de nada, ni veían lo que se estaba produciendo en otras emisoras, cuando es precisamente todo lo contrario: eso era y es precisamente parte fundamental de su trabajo. En el caso de TVE era bastante fácil cumplirlo, puesto que formaba parte, como bien les sonará por Eurovisión, de la Unión Europea de Radiodifusión (UER). La UER, entre otras cosas, se ocupaba de mantener muy activa la relación entre todas las televisiones públicas. De manera que lo que producía una cadena europea, rápidamente era ofrecido para su emisión en otros países. Cada televisión, a su vez, veía el material, en muchas ocasiones lo compraba, y de aquel visionado previo se analizaban las tendencias que podrían calar entre su público en el caso de realizar producción propia.
Alrededor de 1973 Sancho Gracia era un actor sumamente popular entre la población, gracias a su interpretación en un Estudio 1 de la clásica Doce hombres sin piedad y después tras su papel en la serie Los camioneros. Sumemos el hecho de la situación política en España, con un régimen a punto de caducar, y con una Transición comenzando sus primeros pasos. Por entonces RTVE era «una máquina mastodóntica» difícil de controlar en todas sus áreas, como la define el catedrático Manuel Palacio. Para los dirigentes políticos de la cadena pública, más preocupados en «transmitir a los españoles conservadores las ventajas genéricas de la Democracia», era totalmente imposible tener todo atado en corto. De manera que en diversos departamentos surgieron joyas realmente innovadoras y rupturistas. Para la clase dominante dentro de la televisión pública, como decíamos, más preocupada por los informativos y los programas de actualidad (algo que también suele pasar), se estaba poniendo en marcha simplemente un «gazpacho western» de producción propia. Tras ver su resultado es evidente que sus cimientos eran una bomba.
Un ‘gazpacho western’
Para las navidades de 1976 Curro Jiménez pudo ser vista por más de doce millones y medio de espectadores, convertida en un fenómeno social. El protagonista, el líder de una banda de hombres que viven al margen de la ley tras «echarse al monte» (como fueron los maquis, no hace falta hilar mucho), representaba «el orgullo de clase de los trabajadores» y la necesidad «de la independencia nacional» en época de ocupación de los franceses a principios del siglo XIX. Directores míticos del spaghetti western como Joaquín Romero Marchent se pusieron al mando de la dirección.
«Del primer bloque saldrán filmados episodios en los que la desesperación de los oprimidos por las condiciones laborales conlleva la lucha social, en ocasiones violenta. De la segunda tanda, una forma de representación del hombre individualista y solitario, los paisajes, las cabalgadas por las playas andaluzas y los montes y, por supuesto, formas de violencia en la pantalla que conectan Curro Jiménez con el western europeo», escribe el profesor Manuel Palacio en el libro La televisión durante la Transición española.
El calado de aquella producción entre la sociedad de la época no tiene parangón. Les pongo un ejemplo narrado por el profesor Palacio: en una crónica del diario El País de 1977 durante campaña electoral, el periódico se hizo eco de unos «incidentes violentos de jóvenes del partido ORT, de ideología maoísta». Según el cronista «no llevaban ningún distintivo pero gritaron «¡Viva Curro Jiménez!». En otra ocasión el mismo rotativo titulaba «Dos niños roban joyas por valor de tres millones. Admiraban las hazañas televisivas de Curro Jiménez».
El creador de El Ministerio del Tiempo Javier Olivares defiende con razón que la verdadera edad de oro de las series «fue cuando Curro Jiménez. Estábamos más cerca de la BBC que ahora». Una afirmación clave. Por entonces además los capítulos eran de 50 minutos, y no de los 70 minutos como suele ocurrir en nuestra industria. Ya sea como fuere, aquel canto a la libertad titulado Curro Jiménez, algo anticuado, eso sí, en cuanto a las relaciones hombre-mujer (no todo son loas), merece este recuerdo en forma de artículo.
*Este artículo se publicó originalmente en el número 31 de la revista Plaza