VALENCIA.El panorama para el PP en la Comunidad Valenciana tiende a ennegrecerse progresivamente, sin visos de mejora en el corto plazo. Con Blasco en franca rebeldía, prefigurando ya su salida del Grupo Popular (quién sabe si acompañado, y por cuántos más); con el Consell instalado en la inanidad política y la impotencia económica; y a la espera de ver si hay algo de sustancia detrás del enésimo retorno de los "brotes verdes" escenificado por el gobierno español, no es mucho lo que el PP valenciano tiene que ofrecer a su electorado. Y la mejor muestra de lo mal que se le están poniendo las cosas es que tenga que recurrir al espantajo del catalanismo. Pero no en 1981, ni en 1995. En 2013.
Un celebrado aforismo de Marx asevera que la Historia tiende repetirse dos veces: primero como tragedia y después como farsa. En el caso de la "Batalla de Valencia" de los años 80, lo cierto es que ya en su primera edición la cosa tuvo mucho de comedia; pero, para que no le cupiesen dudas a nadie de que la segunda versión cumpliría con su condición de farsa, la propuesta no de ley presentada por el PP esta semana en Les Corts se expresaba en estos términos: "El habla de los valencianos, que parte sin duda de la más profunda prehistoria, se escribe ya desde el siglo VI antes de Cristo con el lenguaje ibérico y, después de las aportaciones sucesivas a partir de las fenicias, griegas y latinas, ha llegado a nuestros días en la forma en que lo conocemos". Del ibérico al valenciano, 2600 años mediante. Desde luego, la fundamentación de semejante planteamiento sí que parte -sin duda- de la "más profunda prehistoria", por mucho que la declaración se apoye en supuestos filólogos y lingüistas "independientes" (respecto de una hipotética conspiración "pancatalanista", se entiende) a los que, naturalmente, no menciona.
¿Vuelve la Batalla de Valencia?
El PP ya había amagado con varias declaraciones extemporáneas, con ramalazos de secesionismo a cual más delirante, y con la sorprendente medida de prohibir el uso del término "País Valenciano" (presente, en cambio, en el Estatut) en Les Corts. Un afán por fiscalizar todo lo que tiene que ver con el valenciano y con los símbolos de identidad que nos recuerda a los tiempos heroicos de los años 80, en los que el diario Las Provincias anunciaba, día sí y día también, las novedades en el frente de la invasión catalanista. Un día era un término de "catalán normativo puro" empleado en un documento oficial de la Conselleria d'Educació; otro, alguna entrevista con algún supuesto filólogo que afirmaba que el valenciano venía del árabe, o del íbero, o de lo que fuera menester, siempre y cuando estuviese nítidamente separado del catalán.
En un contexto de hegemonía electoral socialista, el secesionismo lingüístico y la oposición al supuesto proyecto "pancatalanista" del PSPV fue uno de los factores que permitió cohesionar electoralmente a la derecha valenciana y, además, acceder a las clases populares. Lo segundo se consiguió gracias al crecimiento vertiginoso de Unión Valenciana desde mediados de los años 80. Lo primero, merced a la absorción de dicho partido por el PP en la segunda mitad de los noventa.
Ahora, el PP parece querer recuperar algunos de los argumentos en su momento tan útiles para socavar a la izquierda, pero como "ataque preventivo": si la izquierda vuelve, vía tripartito, volverá el "pancatalanismo" que supuestamente campó por sus respetos en la Comunidad Valenciana en los 80. Pero ocioso es decir que ya no estamos en los 80.
La batalla de Valencia se acabó. La ganaron los blaveros en cuanto a la hegemonía social, representada precisamente en el PP y su capacidad para integrar a UV. El intento de resucitar dicha batalla sólo puede obedecer a la necesidad de mantener a esa parte del electorado conservador. Y es, por supuesto, legítimo defender una ideología regionalista opuesta al proyecto "pancatalanista", por muy depauperado que sea el estado de dicho proyecto. Pero es absurdo hacerlo inventándose lenguas para negar la evidencia. Porque no hace falta decir que la batalla científica no puede ganarse, como no puede ganar el creacionismo a la teoría de la evolución, por muchos apoyos mediáticos o políticos que tenga.
La cuestión es si servirá para recuperar la hegemonía social, ahora perdida según certifican todas las encuestas (aunque también dicen todas que el PP seguiría siendo el partido más votado). Personalmente, creo que la estrategia del "blavenciano" puede resultar incluso contraproducente. Y no sólo porque, planteada en los términos en que se plantea, resulte objetivamente ridícula. El problema reside, sobre todo, en el contexto en el que se produce tal resurrección. No es lo mismo agitar las bajas pasiones de las masas, la "amenaza catalana", cuando los que supuestamente constituyen tal amenaza llevan veinte años en la oposición. Y, sobre todo, cuando los adalides de la defensa de lo valenciano presentan, en ese aspecto, un balance de gestión tan terrorífico como el actual.
Lenguas "buenas" y "malas"
El secesionismo lingüístico no es el único ejemplo de la mala costumbre del PP valenciano por instrumentalizar las lenguas con objetivos políticos. Aún se recuerda la obsesión, hace no tanto tiempo, del entonces conseller de Educación, Alejandro Font de Mora, con el chino. Un ejemplo palmario de la frivolidad con la que este dirigente político llevó las atribuciones que comportaba su cargo. O la ridícula aplicación de la asignatura Educación para la Ciudadanía en inglés, con doble profesorado (de filosofía y de inglés) y traducción simultánea. Más allá de la Comunidad Valenciana, recientemente el PP de Aragón decidió convertir el catalán que se habla en las comarcas más orientales de la región en un acrónimo: "lapao" (Lengua Aragonesa de la Parte Oriental de Aragón).
Cualquier lengua es un instrumento de comunicación. Que, en efecto, conlleva una determinada visión del mundo y está estrechamente vinculada con la cultura, la sociedad y la historia de los hablantes que la practican. Lo cual, a su vez, a menudo acaba teniendo derivaciones políticas. No hay más que ver en qué territorios españoles existen movimientos nacionalistas poderosos. O cuál fue el criterio fundamental para reordenar el mapa europeo tras las convulsiones que acarrearon las dos guerras mundiales.
Este argumento decimonónico (la comunidad nacional queda vehiculada, y separada de otras, a través de la lengua) no tiene por qué aplicarse a las sociedades modernas, que son, por su propia naturaleza, plurales y mestizas. Sin embargo, sigue siendo un argumento con muchísimo peso en el PP. Por desgracia, a menudo este partido parece mirar todas las lenguas españolas que no son el español como una amenaza a su proyecto político. Un problema derivado de no creerse España (y la Comunidad Valenciana) como realmente es, sino como piensan que debería ser. #prayfor... Joan Calabuig
No era fácil competir esta semana con esta vuelta "remember" a la sal gruesa blavera del PP en el terreno de lo chusco y absurdo, pero el portavoz socialista en el Ayuntamiento de Valencia, Joan Calabuig, lo logró. De hecho, fue mucho más allá que cualquier cosa que pudiera decir el PP sobre iberos que hablaban valenciano mucho antes de que el catalán existiera. Y, para ello, empleó una forma extrema del comodín favorito de cualquier dirigente del PSPV: las eternas luchas intestinas. Esto fue lo que dijo: "en el PSPV hay compañeros que se van de putas".
Semejante frase fue pronunciada por Calabuig en el marco de un debate con otro militante del PSPV, Pepe Reig (en su día candidato a la secretaría general de la ciudad de Valencia). El exabrupto pretendía defender el pacto de Calabuig con el PP para apoyar una ordenanza municipal que busca regular la prostitución, por lo que recibió reproches de varios militantes, en el marco de una crítica general a Calabuig por su supuesto conservadurismo. Esta frase, se supone, era la forma que tenía Calabuig de defenderse. Tal vez Rita Barberá decidió volver a presentarse el día en que vio que su rival más probable, desde las filas del PSPV, sería este hombre.
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Guillermo López García es profesor titular
de Periodismo de la Universitat de València.