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LA GENERACIÓN Z HABLA

De ‘despoblar’ a ‘desciudar’: Sílvia Ferrer regresa al pueblo para recuperar un estado de bienestar creativo

El‘Manifiesto Desciudar’ de la valenciana Sílvia Ferrer lo confirma: la tierra prometida para los jóvenes artistas ya no es la gran ciudad –hoy asimilada como un espejismo que disimula una irrevocable precariedad–, sino volver a las pequeñas urbes o pueblos y crear desde el bienestar. Su tesis se muestra en un proyecto audiovisual colaborativo grabado con smartphones, un relato autobiográfico e intimista que, a su vez, sirve de retrato generacional

11/12/2019 - 

VALÈNCIA. En los últimos tiempos, València recibe de nuevo a sus hijos pródigos, aquellos que migraron a las grandes ciudades en un antojo de éxodo creativo dada la limitación de oportunidades de toda ciudad mediana, por no hablar de las urbes pequeñas o los pueblos, años atrás, en plena crisis económica. El desencanto millennial era una realidad: este grupo había seguido la hoja de ruta que marcaron sus mayores, idealizando una vida precaria en las capitales que, supuestamente, conduciría al éxito. Pero el éxito, sabemos, es relativo. Casi por imitación, parece que ese mismo recorrido configuraba el destino de los que venían después, la generación Z. Pero como exige cualquier relevo generacional, los nuevos siempre llevarán la contraria a los viejos. Dicho de otro modo, evitarán caer en las mismas trampas o tropezar con idénticas piedras. En este sentido, observamos que la escena cultural valenciana se refrescaba en los últimos meses gracias a proyectos liderados por zetas que no se han ido a ninguna parte y cómo el discurso empezaba a favorecer una vida de barrio o de pueblo, especialmente, para las mentes creativas. De ese planteamiento surge Manifiesto Desciudar, el proyecto audiovisual de Sílvia Ferrer (València, 1995) que da la vuelta a la despoblación. Su antesala personal es un sentimiento particular que describe así: “El bucle semicómodo que es la vida adulta, a la que apenas acabo de entrar. Nunca me había planteado tanto lo abocados que estamos a vivir para trabajar, a pesar de haberlo hablado muchas veces. Me parece para flipar que casi en 2020 el trabajo siga entendiéndose como pasar muchas horas dentro de una oficina. Es hasta religioso el valor que se le da al sacrificio, que es agotamiento. Quiero ser más lista que eso, la verdad”.

En una posible muestra de coherencia con la radiografía social que se hace de los zetas, Sílvia es inclasificable o, vaya, multidisciplinar. Estudió Bellas Artes y escribe –Contes d'insomni es su libro autoeditado a medio camino entre el álbum ilustrado y la novela gráfica–, dibuja –ha trabajado como ilustradora de manera independiente y por encargo, además de en el departamento de diseño de Women’ Secret durante un año en la Ciudad Condal–, así mismo, ha creado documentales –Carrer Nou número 18, un relato visual sobre su casa, la familia y el tiempo– y fanzinesHago esto porque no hay un reality sobre mí–. A partir de este último, admite que empezó a ser consciente de su propio contexto, “a analizar comportamientos humanos y a buscar formas de expresión más ácidas”. Y así es como llegó a ese conjunto de ideas, sentimientos y reflexiones que conforman, hoy, Manifiesto Desciudar. “Tenía tantos argumentos que contradecían los que yo misma había dado a todo mi entorno para mudarme a la ciudad, y como hay, también, mucha gente que se opone a los que doy ahora, creía que una queja así, una decisión tan vital como creativa, sólo podía adoptar la forma de un manifiesto, aunque no fuera escrito precisamente. Desciudar es el proceso inverso a despoblar. A veces, hace falta inventarse la palabra para que un movimiento tome fuerza”, declara.

Portada del proyecto ‘Manifiesto Desciudar’ de Sílvia Ferrer. Cortesía de Sílvia Ferrer.

El vídeo, de casi nueve minutos de duración, alterna imágenes cotidianas grabadas por la propia Sílvia o por sus amigos, todas con dispositivos móviles. Aparecen cargando botellas de agua por la calle, intentando darse una ducha tranquila –o, al menos, ininterrumpida– en un piso compartido o arreglando cualquier mueble de Ikea en una habitación equipada con lo básico. “Fue como un collage de Stories de Instagram y audios de WhatsApp reales, con escenas más medidas y grabadas a conciencia. La mayoría de audios son de cuando empecé a hablar del tema con mis amigos, sin ni siquiera decirles que iba a hacer esto, básicamente, porque todavía no lo tenía decidido y, de hecho, surgió todo a la vez. He trabajado en el montaje sin tener la mitad de escenas grabadas, viendo lo que hacía falta en cada momento y cómo estructurar el discurso. La música la hizo Francesc [Duart], desde el pueblo ya, toda a medida sobre el vídeo”, explica la joven, que defiende: “Siendo el proceso de producción tan precario como el concepto del que estábamos hablando, nada pedía que se grabara de otra forma. La cámara del móvil, en contraposición con una cámara profesional, siempre me resulta muy adecuada para estos temas tan cotidianos y cercanos”. El estreno de la pieza tuvo lugar el viernes 22 de noviembre simultáneamente en diferentes localizaciones distribuidas por distintos pueblos y zonas rurales, además de en los canales de Sílvia en Youtube y Vimeo. Todo esto quedó registrado, no solo en Stories de Instagram, sino también en un segundo audiovisual, de manera que conforma un metavídeo.

“Siendo el proceso de producción tan precario como el concepto del que estábamos hablando, nada invitaba a que se grabara de otra forma que no fuese con teléfonos móviles”

Sin embargo, lo que pretende Sílvia Ferrer no es tanto un efecto llamada, ni un contagio, sino mostrar un punto de vista crudo, desnudo y humano que parece propio –y autobiográfico, que lo es–, pero que, en realidad, configura un retrato generacional. Como relata, se ha encontrado a personas de su misma edad y en su misma situación que no están de acuerdo con su tesis. Sin embargo, el planteamiento o la realidad que dibuja es incontestable. Es una cuestión sociodemográfica. “Al ser el escenario que nos encontramos, muchos lo asumen, al igual que hicieron las generaciones anteriores. En concreto, para el sector creativo, vivir en una gran ciudad parece casi inevitable si quieres llegar a hacer algo diferente a opositar. Ahora bien, lo que yo defiendo es que Internet potencia la individualidad de cada uno. La ciudad, aunque se llena de gente individualista, al final, nos homogeneiza. Dicho esto, si tienes la suficiente personalidad y argumentos propios, tomarás las decisiones que te convengan y no te dejarás llevar por ninguna de estas corrientes. Con tantas opciones que tenemos, todos somos igual de libres. Aunque, tal vez, nosotros [la generación Z] tengamos menos miedo a la inestabilidad, porque es lo normal desde que empezamos la carrera. Y claro, menos miedo equivale a más libertad”, plantea.

La joven que se recuerda “una niña muy Disney, OT y Megatrix” y que, cuando llegó a la universidad se puso “más profunda, con Cortázar, Lorca y Silvia Pérez”, sin perder de vista a su referente “o concepto” estrella, Miley Cyrus, ahora, inaugura un nuevo capítulo de su vida en Cullera, donde se ha instalado frente al mar, tras dejar un contrato en Barcelona. Pero, ojo, esta generación aparte de todo lo anterior, combina fe y duda por igual. Esto no va de blanquear, de otro modo y en otro contexto, la precariedad. Hay valores, pero también hay ganas de vivir bien. De eso va la metamodernidad. “De hecho, creo que es más sencilla la vida que podemos permitirnos en la ciudad. En los pueblos hay más abundancia, eres más rica cobrando lo mismo. Si, además, la opción profesional que escoges es freelance, la proyección se multiplica hasta donde quieras llevarla, y con lo que ahorras en el alquiler puedes ir a la ciudad las veces que necesites. En el manifiesto, no pretendo idealizar la tranquilidad de los pueblos, ni nada de los que se les presupone. No venimos a cultivar nuestra propia comida ni a inspirarnos mirando al mar. Venimos a currar muchísimo. Cada uno a encontrar su propia manera de hacerlo. Lo que a mí me agobió de vivir en una ciudad no fue el estrés que se supone que hay, las prisas ni nada de eso. Todo lo contrario. Me agobiaba estar parada en el trabajo, y llegar a casa tan cansada que no podía hacer nada de lo que quería. En el hipotético caso de que desciudar se convirtiera en un movimiento real, entendería que todo es cíclico, y que más adelante volverían a masificarse las ciudades y otra vez se repetiría todo. Aún así, en una desciudación masiva no se vería tan acentuada la gentrificación. Estaríamos más repartidos”, vaticina. ¿Y reconoce, al menos, ahora, ese nuevo espacio alejado de la ciudad como una opción definitiva? “Creo que, como con todas las decisiones que tomo, en algún momento me hartaré. Espero cambiar de opinión mil veces. Ojalá encontrarle los contras rápido para hacer balanza y saber dónde quiero establecerme”.

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