Cinco buenas cosas de la corona-crisis que se deberían quedar para largo
“Las medidas temporales tienen el desagradable hábito de durar más allá de las emergencias, especialmente porque siempre hay una nueva emergencia acechando en el horizonte,” afirmaba Yuval Noah Harari en su viral artículo sobre el mundo después del coronavirus, publicado el pasado 20 de marzo —parece que hace una eternidad— en el Financial Times.
El profesor israelí se refería a las medidas de control, vigilancia y de restricción de libertades que se están aplicando y se aplicarán durante esta crisis. Ponía como ejemplo el estado de emergencia que el gobierno israelí declaró durante su Guerra de Independencia en 1948. Dicho estado de emergencia justificaba una serie de medidas temporales como la censura de la prensa o la confiscación de tierras, e incluso una serie de regulaciones para cocinar pudding. El estado de emergencia nunca se levantó después de eso. Hay retrocesos difícilmente reversibles.
Aunque afortunadamente la normativa sobre las condiciones para cocinar pudding en Israel sí que se abolió en 2011, espero que Yuval Noah Harari la explique con detalle en otro artículo. La única información que he podido encontrar al respecto versa sobre el racionamiento de los postres por la escasez de algunos ingredientes como la vainilla o el azúcar.
Es evidente que nos enfrentamos a la amenaza distópica, adornada con metáforas bélicas, de la consolidación de una situación con menos libertades. Pero también es verdad, en contraposición a eso, que hay algunas medidas y situaciones temporales que sería muy deseable que se quedaran para largo.
La forzada pausa a las actividades económicas y a las pautas de movilidad basadas en el petróleo han limpiado los lugares en los que vivimos generando imágenes naturales y paisajísticas de las que no teníamos recuerdo. Los accidentes de tráfico se reducen al mínimo y veremos pronto los impactos positivos de todo esto en las enfermedades respiratorias.
Las redes vecinales de apoyo mutuo y las dinámicas de innovación social están teniendo un papel fundamental en frenar la curva. La iniciativa del mismo nombre, frenalacurva.net, sigue haciendo un trabajo magnífico e incrementa su valor semana tras semana. Hemos aprendido, como decía en mi última columna, que la distancia física no tiene porqué implicar distancia social y que hay una ciudad de proximidad que todavía late.
Entre las situaciones e iniciativas temporales, volviendo al inicio del artículo, hay algunas que estaría bien que tuvieran el buen hábito de no desaparecer. Aquí dejo cinco de ellas desde la perspectiva de València: o bien las estamos viendo ya o las deberíamos ver en el corto plazo.
1. Más espacio para las personas.
En un momento próximo volveremos al espacio público aun manteniendo medidas que protejan nuestra salud. Numerosas ciudades alrededor del mundo —Milán lo anunciaba ayer mismo— están optando por ganar espacio para las personas y las bicicletas garantizando maneras seguras de desplazarse y la distancia física necesaria entre individuos. ¿Qué sentido tiene apelotonarse en las aceras cuando la densidad de coches es mínima? Es deseable que muchas de estos proyectos permanezcan. Ahora es el momento idóneo para la peatonalización de la Plaza del Ayuntamiento y de otros espacios urbanos.
2. De la movilidad a la accesibilidad.
La adaptación a trabajar desde casa y el consumo de proximidad, ahora que solo podemos andar unos metros a abastecernos, han puesto también en evidencia lo superfluos que son muchos de nuestros desplazamientos en la ciudad y el territorio. Esta situación debería servir para garantizar una centralidad mínima en cada barrio, con servicios sociales y tiendas de comida fresca, y también racionalizar los desplazamientos por trabajo. El teletrabajo como opción complementaria a la oficina ha venido para quedarse.
3. Consumo y producción local
Las mercados son aldeas galas de la vida urbana y hay una conciencia creciente de los beneficios sociales y medioambientales del consumo de productos de temporada. Con unos atributos como los nuestros, teniendo mar y huerta, ya no hay excusas para que València no se convierta en una de las ciudades del mundo donde la cesta de consumo esté producida localmente en una mayor proporción.
4. Ni deshaucios ni nadie durmiendo en la calle
La crisis ha obligado a parar los deshaucios y encontrar soluciones para que el menor número de personas viva en la calle. No deberíamos esperar a otra crisis para garantizar la seguridad (ontológica) de tener un techo bajo el que vivir, todos y cada uno de nosotros.
5. El valor del trabajo de proximidad.
Esta crisis también nos ha enseñado el valor del trabajo indispensable: de los cuidados al comercio de alimentación. No los llamemos héroes para sentirnos bien nosotros. Valorémoslos con políticas que garanticen su dignidad en condiciones y salarios, y con nuestro respeto y empatía diarios.
Bienvenidas algunas temporalidades, que sean para largo.