Dicen por el barrio que van a poner un McDonald’s nuevo. Junto al tanatorio. No puede haber nada más pop que un McDonald’s pegado a un tanatorio. Ríete del que está al lado del Miguelete
Lo dicen los chavales, que ahora van al Burger King que, qué macarra es la vida, está pegado al nuevo local de La Pascuala. La vida y la otra vida, a un número de distancia. Probablemente lo del Mac sea mentira, un rumor y ya. No me he molestado en comprobarlo, qué más da.
Porque solo con el runrún ya es suficiente para lo mío. Primero porque que pongan un McDonald’s en cualquier sitio significa algo. Imagino que esas cosas se miden. Siempre me he preguntado cómo demonios no había uno cerca de la playa, si parece lógico. Será que el barrio coge marcheta entonces. Y eso, enemigos de la gentrificación y tal, tampoco puede ser tan malo. ¿Es peor un fast food que una cervecería de esas de muebles recuperados y exposiciones de dibujitos? No subestimes el poder de la masa; pregunten cómo se llevan ellos con la intelectualidad y la puñetera falta que les hace.
Y después porque mi corazón lo defiende de manera (im)posible. El McDonald’s es, como dice el gran Poppy Blasco, un lugar en el que nada malo te puede pasar, el refugio de lo conocido. Tras la gran M amarilla solo hay sonrisas. Yo recuerdo ir de niño al que estaba en Nuevo Centro, cuando el McDonald’s molaba y no parecía un restaurante nórdico con madera, cuero y colores neutros. Cuando estaba el payaso dándote la bienvenida rollo el IT de Stephen King, cuando las mesas eran rojas y amarillas con forma de nubes. Cuando las hamburguesas (o lo que quiera que sean, qué importará) iban en cajitas así como de espuma en colores tierra. Tenía una especie de parque infantil con un tobogán y balancines que eran cabezas de los personajes de la cadena. Aquí en España ni idea. Mi padre me decía que uno de ellos era ‘El Sr Mostaza’, porque a mí me gustaba la mostaza. No era ni amarillo, vaya inventada. Yo feliz.
Luego supe que había uno que se llamaba Mayor McCheese, amigo de Ronald con cabeza de hamburguesa. Joder, yo hubiera votado a ese tío. Recuerdo unos muñecos del Happy Meal que eran como transformers, patatas y bebidas que se convertían en robots. Hace poco mi señora tuvo a bien recuperarlos como regalo gracias a Ebay. Justo enfrente de ese McDonald’s, hoy desdibujado por el minimalismo y los cafés, había una tienda que se llamaba Computer Juegos, donde me compraba los cartuchos japoneses de la Super Nintendo. El Street Fighter II Turbo, 21.000 pesetas. El primero de peleas de Dragon Ball Z, que no era poca cosa. Íbamos también a recoger flyers de discotecas a las tiendas de ropa del centro comercial. ‘La posibilidad de ir a ACTV’, se llamaba la fantasía.
Al final el McDonald’s no es más que una máquina de recuerdos. También de futuros recuerdos. Porque claro, queremos que la vida sean memorias absolutas, de amor, familiares y miradas. Pero nuestra historia también son cosas concretas, fabricadas, con nombres y apellidos. Discos que hicieron otros, hamburguesas que inventó alguien y nos comimos cuando niños. No podemos evitar eso. A mi primo y a mí intentaron robarnos en los baños de un McDonald’s, con 14 años o así. Decidimos pegarnos y salimos victoriosos; ¿saben las veces que esa historia vuelve a nosotros con forma de sonrisa? El otro día comía en Alkimia Barcelona un plato con pepinillo y les juro que me sabía a Cuarto de Libra. Es así como funciona.
Dijo una vez Ferran Adrià que le gustaba el McDonald’s. Comí con él hace tiempo en Casa Salvador, en Cullera, y me contó que no era exactamente así. Había ido apenas un par de veces pero tenía una teoría. Me hizo un paralelismo con el arroz que teníamos en la mesa: es fácil hacer un buen arroz barato, es difícil hacer una buena hamburguesa barata. Porque la carne es cara. Él creía que el sabor del Big Mac, a ese precio, era un logro. No mucho después el propio Adrià se lanzó al negocio de las hamburguesas (caras) y fracasó.
Tengo en la cabeza una canción del Big Mac y la busco en Youtube y no está. Pongo la letra en Google y tampoco. Decía así de carrerilla todos los ingredientes, me la sé de memoria. Igual la inventé yo en un delirio infantil. Ayúdenme.
Soy consciente de todo lo malo que hay detrás y de que sano, sano, no es. También que el rumor está más cerca de lo que a la gente le gustaría que pasara que de lo que supuestamente pasará al final. Eso dice mucho de nosotros. Pero yo, si ponen un McDonald’s cerca, iré a ver si ha vuelto el McRib de una puñetera vez.