Me gusta, cuando la mañana es soleada, salir a callejear. “El pasear”, dijo cierto escritor malicioso, “es el mejor de los placeres insípidos”. Salgo de la plaza Tetuán dirección al Pont del Real que data del siglo XVI, custodiado a su entrada por dos Santos Vicentinos, a la vez sitúo el dron, gran invento tecnológico, en el espacio aéreo del Pla del Real a la altura precisa del barrio jardín, y en el punto exacto del vértice afrancesado del triángulo compuesto por los Jardines del Real-Viveros, el Paseo de la Alameda y la Avenida Blasco Ibáñez. Desde la atalaya la imagen es más clara, alcanza mayor perspectiva, como la obra de Juan Genovés, edificios y árboles se abrazan plasmados en un perfil caricaturizado por líneas y sombras. En algún momento de la historia, el Pla del Real inmortalizó la imagen cinematográfica, carátula de cualquier clásico del séptimo arte, palacios, fuentes y jardines guardianes del celuloide del Real.
Los albañiles de la democracia, en su empresa por acondicionar los subterráneos de la ciudad, destaparon en 1986 los restos del Palacio por unas obras acometidas en la mejora de los colectores de la calle General Elio. Extenderme en la divulgación de la historia del noble edificio no es la misión del relato -existe buena información en las hemerotecas-, aunque sí abordar cierta crítica a los responsables de Jardines y Patrimonio del gobierno municipal por el estado actual de abandono de las ruinas y de los Viveros. Destacar el trabajo e investigación realizado por el historiador Josep Vicent Boira, descubriendo los planos del edificio en el centro histórico de los Archivos Nacionales de París en el año 2004. El hallazgo de la documentación se materializó en la edición de un libro conociendo un poco más la arquitectura desaparecida del magno Palacio, que durante siglos moró en el barrio jardín hasta su desmantelamiento en 1810.
El plan E vino a salvar puestos de trabajo tras el tsunami financiero propiciado por la avaricia de las hipotecas basura que salpicó a la economía mundial. La popular gestión de Rita Barberá y la inversión estatal del efímero plan socialista dotó de una partida presupuestaria destinada a la recuperación de los restos arqueológicos de la residencia Real que vieron finalmente la luz. Pocos años después de la intervención realizada, el estado actual de las ruinas es ruinoso. Si usted se acerca caminando a nuestro Versalles particular, en la entrada de Viveros, en el hall, se topará en un estado deplorable los antiguos bancos de cemento revestidos de micro baldosas de cerámica. Unos metros después se encuentran las ruinas del Palacio, los paneles informativos han quedado obsoletos, borrados, sin información aparente para el visitante, incluso uno de ellos está abandonado a su suerte en el interior del foso, seguro estoy de que el panel informativo se sentirá como un cristiano en la época romana.
Es el resumen de un paseo crítico por el enclave noble de la ciudad y un hecho irrefutable que el gobierno municipal de Joan Ribó permanece en continuo divorcio con el patrimonio arqueológico del Cap i Casal. No hace mucho tiempo tampoco funcionaban los audiovisuales del Centro Arqueológico de l’ Almoina, situado en el corazón del centro histórico. El Jardín de los Viveros debe repensarse, cuidarse, mimarse y protegerse de festivales y conciertos. Un maravilloso Jardín que en el siglo XX fue símbolo y referente de varias generaciones de valencianos. Viveros necesita una verdadera reconversión y limpieza para recuperar su esplendor, el de un barrio Jardín que contó con Palacios de una València desaparecida que puso fin en 1994 tras el cierre del último, el de la música, nuestra Distrito 10.