el muro / OPINIÓN

Despropósito

Convertir grafiti en arte sin más es un buen debate, pero efectuarlo en un espacio protegido por ley es cuestionable. Frivolidad y análisis en torno al arte urbano puede ser muy divertido, necesario e interesante, pero reafirmar la provocación como espectáculo es riesgo innecesario

3/03/2019 - 

Si para justificar el despropósito que ha supuesto alterar el claustro renacentista del Convento del Carmen con grafitis se puede llegar a manifestar que el ser humano hace miles de años ya pintaba paredes y cuevas, entonces habrá que convertir en verdad absoluta aquella frase de Picasso que tras las pinturas de Altamira todo arte futuro era decadencia.

Ojo, no estoy en contra del arte urbano. Ni de que este entre en los museos, pero sí en aquello que añadió el responsable del Centre del Carme, José Luis Pérez Pont, de que los museos deben dejar de ser sarcófagos, al menos con acciones de estas características, para justificar una a/ilegalidad. No va por ahí, aunque alguien me recuerde mañana que el arte es provocación. Pero, tampoco es el caso.

En este asunto se está tergiversando o desviando el debate, bien por interés político o con el fin de despejar atenciones para evitar males mayores y abrir una segunda discusión, que no es la que me ocupa o preocupa o sí me divertiría. No creo que se trate ahora de dilucidar si el grafiti es o no un arte y debe estar presente en los museos. Eso lo dirá la perspectiva del tiempo, los historiadores o el mercado. Por supuesto que cada uno puede pintar las paredes de su casa como quiera -el concejal Galiana grafiteó su despacho sin inmutarse nada más ocupar sillón-, pero lo importante es si tenemos que utilizar un espacio protegido para tal fin cuando no aporta nada y, además, nos costará una pasta restituir el espacio a su estado original. O sea, doble factura con alegría y firma de “modernidad”. Yo no quiero pagarla. Que la abonen ellos.

Lo importante es que, si tenemos leyes hay que cumplirlas o respetarlas. Hasta el Código Penal lo contempla en su artículo 263, si no me equivoco, y atiende a denuncias por daños o deslucimiento de bienes.

Por una gotera cesaron a un responsable del Prado. Por menos aún, a su sucesor. Pero por aquí hay cosas que se nos están yendo de las manos. Esto de la modernidad mal entendida y consentida es un error. No se es más moderno cuanto más agitador. Menos, si se tiene una responsabilidad añadida por mucha libertad de opinión y creación que sugieran.

Decía que no estoy en contra del arte urbano cuando cumple una función estética o de expresión, como es el caso del festival Poliniza o se traduce en acciones puntuales en solares y medianeras de edificios que cumplen una función estética y mejora el paisaje próximo. Pero no estoy a favor de los grafitis en  calles y edificios de nuestra ciudad. Menos aún en espacios públicos y, por supuesto, aún menos en edificios protegidos por leyes y considerados Bien de Interés Cultural (BIC), como es el caso del Centre del Carme, por mucho que me digan que estamos hablando de arte. Para comenzar, ¿qué arte o quién lo determina?

Lo que sorprende es que siendo la Konselleria de Kultura la garante de la protección de nuestro patrimonio histórico, artístico y monumental, como así establece una norma nacida en Corts Valencianes y llamada Ley de Patrimonio Cultural Valenciano, sea la propia institución que debe ser vigilante de su cumplimiento quien la incumpla. Y eso sí que es grave, muy grave. Ahí está el debate. Al menos, el que me preocupa.

Pase que sobre nuestros edificios históricos y fachadas de museos se instalen cartelas, carteles y todo tipo de alusiones publicitarias. Pase que a veces seamos demasiado tolerantes cuando permitimos junto a nuestros monumentos acciones poco respetuosas y hasta la colocación de puestos de comida rápida e incluso urinarios de quita y pon. Hasta pase que tengamos nuestro patrimonio poco vigilado y abandonado en algunos casos, pero que sin que ningún tipo de complejo se pintarrajee un claustro renacentista y nos lo quieran vender como acción de respeto museístico, pues va a ser que no. No lo digo yo, lo dice la ley de la que nos dotamos.

Después de salir de ver la “exposición” del Carme me di una vuelta por el propio barrio para descubrir que sus paredes y rincones están repletos de grafitis, como lo está un lado del túnel de las Grandes Vías. Para mí eso no es arte, es gamberrismo. Y si los estetas y modernos lo consideran así, pues qué suerte tienen los vecinos de que sus fachadas, portales, paredes, rincones y puertas metálicas formen parte de un barrio de “arte” añadido sin consentimiento cívico y perseguido por normativas municipales,   autonómicas y nacionales. Debería forma parte de las guías urbanas y promocionales de ciudad. La modernidad es otra cosa muy diferente. Estos supra modernos podrían efectuar pedagogía y hacer entender a los gamberros que por ahí van mal para comprender sus reivindicaciones.

Ni siquiera llega al esnobismo de los premios Turner capaces de premiar como hecho artístico una lata con excrementos humanos. Las leyes consideran los grafitis como acción vandálica y por ello están perseguidos. Lo que hace el Carmen, por tanto, es legitimarlos en cualquier espacio urbano. Así que para que eso suceda, ya se sabe, leyes cambian leyes

No hubiera sucedido nada si todo ese discurso con el que nos han querido justificar el pintarraje del espacio renacentista se hubiera realizado sobre paneles de madera desmontables, pero usurpar un monumento parece de lo más inapropiado, sin sentido estético y menos discurso narrativo, salvo vacuidades para huir del la tormenta.

Casualmente, aquello que ha permitido nuestra Konselleria de Kultura es lo mismo que está criticando el Ministerio de Fomento en la propia feria de ARCO hasta donde ha llevado la obra más cara de todo el recinto y valorada en 15 millones de euros. Se trata de la puerta de un tren grafiteado. Esta participación forma parte de una campaña de concienciación contra los grafitis en lo que también es de todo, los trenes. Y es que, según recuerda el Ministerio de Fomento cada año nos cuesta 15 millones de euros limpiar nuestros trenes de pintadas y otros diez en seguridad para intentar evitarlas. Si todo ese dinero se destinara a otros menesteres podríamos comprar cada año un par o tres de trenes más o construir paredes para que fueran grafiteadas a base de subvención y no alteraran la convivencia y menos la estética urbana. Igual que tenemos pistas de skate, pues paredes para pintar o más escuelas y profesores.

Creo que esto del arte está tomando una derivada algo compleja. Se quejan los galeristas de que no venden y los artistas de que no les entienden y ni siquiera les hacen caso. Con acciones como la antes narrada, esto es, convertir el grafiti en arte o vender como arte un ninot del Rey en una   feria de arte contemporáneo subvencionada, ya nada me extraña. Son aspectos mediáticos que benefician la firma, pero desprestigian instituciones.

Asuntos como estos son las que hacen sembrar más dudas en la cabeza del posible nuevo coleccionista o simple comprador de arte contemporáneo. Y lo peor, nos hace dudar sobre el valor y objeto del arte. Aunque ya lo dijo Duchamp: “Arte es lo que yo digo que es arte”. Y exhibió un urinario. La diferencia es que ahora nos lo aseguran las instituciones públicas. Y ahí sí que no. Existen límites y lo que denominamos trellat. En lo público o el patrimonio no vale aquello del ¡todo por la audiencia!

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