Vox abandona el gobierno autonómico tras un año de gestión marcado por la batalla por controlar el relato, las polémicas salidas de gestores culturales y con un plan estratégico en el cajón
VALÈNCIA. En apenas unos días se cumplirá un año desde que el torero Vicente Barrera recibió la cartera de la Vicepresidencia Primera y Conselleria de Cultura y Deporte, un híbrido creado a la medida del entonces nuevo y casi experimental gobierno entre Partido Popular y Vox. La llegada de la extrema derecha a la Generalitat dibujaba un escenario inédito y cargado de preguntas, pues asumía la gestión cultural sin que su programa electoral contara con ninguna propuesta al respecto. Conocíamos parte del relato, sí, pero no el proyecto. Y, en cierta medida, así sigue. En doce meses han cambiado muchas cosas, caras, modelos o relaciones institucionales; se han marcado distancias con el Botànic, cómo no, pero ciertamente no se ha llegado a aterrizar un proyecto con una mirada al medio y largo plazo. De hecho, ni siquiera se ha presentado el “plan estratégico” anunciado hace meses por conselleria, que previsiblemente se quedará en un cajón.
Con todo, el que debía ser su primer aniversario se convierte en una inesperada fiesta de despedida. La decisión de Santiago Abascal de romper los acuerdos de gobierno autonómicos con el Partido Popular ha provocado un terremoto en la Generalitat y, en concreto, en una Conselleria de Cultura que ahora se juega es un escenario bien distinto al hace apenas 48 horas. Por lo pronto, Cultura ya no tiene conselleria propia, pues pasa a estar integrada en Educación, un área que ha perdido también a Paula Añó y Sergio Arlandis, hasta ayer secretaria autonómica y director general de Cultura.
Es Pilar Tébar, un perfil menos vinculado a Vox y más discreto que el de sus ‘superiores’, la única superviviente en esta ola de cambios en el gobierno autonómico. La gestora cultural, de hecho, ha sido ‘ascendida’ a secretaria autonómica, un organigrama que se completa con los nombramientos de Marta Alonso, que formó parte del equipo de María José Catalá cuando este era consellera de Cultura, y del escritor Miquel Nadal como directora general de Patrimonio Cultural y director general de Cultura respectivamente.
La reconfiguración del gobierno en el área de Cultura supone un prematuro reseteo cuando todavía no se había llegado a estabilizar el proyecto, doce meses que han estado marcados por una cuestión: la batalla por controlar el relato. Con Vox, los marcos discursivos de Cultura se volvieron no imprevisibles, pero sí nuevos. El partido, a nivel nacional, tiene como una de sus prioridades la “guerra cultural” contra lo que entienden como “la dictadura de lo woke”. En este sentido, la Conselleria de Cultura liderada por Barrera ha sido el gran escaparate del partido para llevar a cabo esa guerra discursiva, y tanto el conseller como la secretaria autonómica Paula Añó no han duda en confrontar discursivamente con el Ministerio de Cultura en varias ocasiones a lo largo de este año.
“Queremos ir hacia una cultura blanca, donde no sea un arma de colonización de conciencias y de adoctrinamiento político”. Fue durante una entrevista que concedió a Culturplaza que el conseller puso sobre la mesa esta idea, una de las que más contestación ha recibido en este tiempo. La supuesta despolitización de la cultura quedó en entredicho pocos meses después, cuando el mismo Barrera apadrinó la presentación estatal del Instituto de Cultura de la Fundación Disenso, el think tank de Vox. En ella, el ya exvicepresidente declaró que tenía la “obligación moral” de “defender la cultura grecorromana y los principios occidentales”: “hago un llamamiento para recuperar, no solo España, sino también Occidente; y los valores que nos han hecho grandes: la patria, la libertad, la democracia y la prosperidad frente a las culturas extrañas”, refiriéndose precisamente a la inmigración, razón que ha provocado la ruptura de los pactos autonómicos de Vox con el PP.
Esta fue su carta de presentación estatal, pero mirando de manera pormenorizada en sus discursos en clave autonómica, el enemigo ha sido el “pancatalanismo”, la gran amenaza que señalaban tanto Barrera como Añó. Desde el minuto cero, el vicepresidente repitió que su conselleria “no daría ni un euro” a la promoción “de los Països Catalans”. ¿Qué ha supuesto esto? Señalar entidades culturales históricas por ser valencianistas y proyectos muy arraigados, además del menosprecio a figuras como Joan Fuster o Vicent Andrés Estellés, cuyo centenario se está celebrando en 2024 con el apoyo de todas las instituciones públicas menos la Generalitat. Tanto Añó como Barrera niegan la mayor de que eso signifique censura, y se defienden en que no ponen trabas a nada, pero que “no tenemos la obligación de promocionar todo”.
Ha sido, precisamente, a través de los Presupuesto de 2024 donde ha quedado negro sobre blanco algunas de estas ideas, partidas que han servido para retejer relaciones o, en otros casos, romperlas. Con ellos la Generalitat Valenciana marcó posiciones fijando subvenciones directas a entidades como la Real Academia de Cultura Valenciana (RACV) y Lo Rat Penat, mientras que desparecían las partidas al Institut Ramón Llull, al Espai Joan Fuster o para la cátedra Vicent Andrés Estellés. La configuración de los Presupuestos también trajo consigo una nueva línea de actuación que mucho tiene que ver con el pasado profesional del ya exconseller, que ha destinado una ayuda directa de 300.000 euros a la Fundación Toro de Lidia, radicada en Madrid, para la creación de un Circuito de Novilladas que se presentó hace apenas unos días y que se desarrollará en las próximas semanas.
“No hemos venido aquí a cambiar a las personas, hemos venido a cambiar las políticas”. Fue el pasado mes de diciembre cuando, durante una entrevista con la agencia Europa Press, Barrera pronunció estas palabras. Algo más de medio año después, la fotografía que deja en las principales instituciones culturales parece contradecirlo. Acabamos antes si nombramos quién sigue en su cargo: Pablo González Tornel y Jesús Iglesias Noriega, al frente del Museu de Belles Arts de València y el Palau de Les Arts respectivamente. Las salidas han sido, con todo, la tónica habitual en estos meses, con cambios de caras en organismo como el Institut Valencià d’Art Modern (IVAM), el Consorci de Museus de la Comunitat Valenciana, el Espai d’Art Contemporàni de Castelló, la dirección general del Institut Valencià de Cultura (IVC) y sus tres direcciones adjuntas… unas ‘bajas’ que, además, han venido siempre acompañadas de polémica.
Quizá las más notables son las que corresponden al IVAM y al Centre del Carme. En el primer caso, Nuria Enguita, que venía de dirigir Bombas Gens o la Fundación Antoni Tàpies, anunciaba en febrero su dimisión ante la falta de apoyo de la Generalitat por unas informaciones sobre su proceso de selección que Cultura elevó a Fiscalía y que, en cuestión de días, fueron archivadas. En el caso del Consorci, José Luis Pérez Pont fue cesado tras ser acusado de “irregularidades y mala praxis”, una salida que él tildó de golpe a un modelo “profesional e independiente”.
Ambos casos han supuesto no solo un choque con los ya exdirectores y con la oposición, sino también con las principales asociaciones profesionales tanto a nivel nacional como autonómico. Así, entidades como la Asociación Directoras y Directores de Arte Contemporáneo de España o la Asociación Nacional de Investigadores en Artes Visuales emitieron duros comunicados criticando la gestión de la Generalitat a este respecto. Las críticas de la práctica totalidad de asociaciones de artes visuales y, más recientemente, de las artes escénicas contra el nuevo modelo del Circuit Cultural -que derivó en una concentración celebrada este mismo jueves- dibujan un telón de fondo complejo en la relación de la administración con los profesionales.
Con todo, este año de gestión sí ha estado marcado por dos prioridades. La primera, la música, enfocado especialmente en el tejido bandístico de la Comunitat —al calor de otras instituciones, tal y como contó este diario. Paula Añó expresó, en la presentación de temporada de Les Arts, que la música sería uno de los principales ejes del plan estratégico y que la institución operística sería una de las grandes beneficiadas. Por otra parte, la elección de Joan Cerveró como Director Adjunto de Música y Cultura Popular del Institut Valencià de Cultura (IVC) vendría acompañada de una mayor dotación presupuestaria y protagonismo dentro de la institución. Eso sí, más desde el punto de vista de la programación que del apoyo al sector profesional.
La segunda gran prioridad ha sido la del patrimonio cultural y religioso. Sagunto es el mejor ejemplo de ello: en tan solo unos meses se ha desbloqueado la declaración BIC del Alto Horno Nº2, se ha reanudado el proyecto de La Nau y se han hecho obras urgentes de mejora en el Teatro Romano y se ha urgido al Ministerio de Cultura a que se implique en la puesta en valor del monumento. Este ejemplo sirve para ilustrar un proyecto mayor, dotar mucho más la protección y promoción patrimonial y religiosa.
A estas dos prioridades se le añadiría otras dos declaraciones de intenciones: la primera, el mecenazgo, encargo del que se ocupaba personalmente Añó y que se ha quedado como un “estudio” para potenciarlo; el segundo, un plan de lectura, que ya tuvo su hoja de ruta diferenciada con el Botànic y parecía que aquí también la tendría, aunque nada se supo de ninguna medida para el sector.
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