Con una concepción similar a la María Herreros de “no querer ser mujer” la autora relata lo que supone nacer en el seno una familia en la que ser chica es lo más parecido a caer en una terrible trampa: “Recuerdo hablar con mis padres de esto de hacerme mujer y notar la vergüenza en su cara, una vergüenza en la que la naturaleza que me tocaba era algo peligroso y prohibido”, explica sobre las páginas en las que la joven Florence experimenta en sus carnes la primera menstruación.
En el libro el rosa se entinta con tonos más rojizos y una Florence enfadada a la par que asustada maldice lo que le ocurre con ocurrentes bromas, rebajando el trauma desde el humor: “Al final contarlo todo con un tono humorístico permite traducir de alguna manera la intensidad de los sentimientos vividos, me ayuda a reflejarlo”, confiesa la autora, sobre las herramientas para no oscurecer la historia.
En el relato aparecen, por supuesto, otros estímulos que ayudan a Florence a encontrar el camino hacia su madurez ante el silencio y la falta de información de sus padres. Vive pasajes como la contemplación de un apareamiento entre mascotas, resultando éste un momento muy violento -que le marcaría para siempre- en el que reflexiona sobre el abuso: “No sé cómo hubiera sido mi vida sin estos sucesivos desgarros, pero creo que todos estamos de alguna manera apegados a este tipo de recuerdos. Algunas personas son capaces de resiliencia y otras no”, comenta sobre estos momentos marcados de su infancia.
¿Y qué hubiera pasado si su familia le hubiera enseñado todo desde el principio? Al final Florence emplea Doncella para establecer una conversación sobre los tabúes, los orígenes sociales y la cuestión cultural, que permite escapar de los “silencios” que sufría: “Las claves para que esto no se repita en otros núcleos es ofrecer educación sexual y de los sentimientos, solo yo de mayor he sido capaz de enfrentarme a los silencios de mi familia y saber escribirlos”.
La autora contempla todo desde un formato que pueda resultar educativo para muchas niñas que crecieron como ella, y que le permite reconciliarse con la Florence del pasado y hasta “burlarse de ella” para generar un importante aprendizaje. A su vez la autora considera que las obras o historias que le rodean no deberían modificarse acorde al presente, sino que en todo caso deberían mostrar una advertencia: “En todo caso estos escritos deberían contar con un prefacio, o una especie de contexto histórico. Borrar la historia es una empresa peligrosa, pues corremos el riesgo de que se repita”, explica sobre las últimas reediciones que realizan algunas editoriales.
En lo autobiográfico (y pensando en frío) la autora contempla a Florence -como personaje- como una niña que ve que las mujeres que le rodean están a servicios de los hombres, pero con la distancia de la madurez ve este rol de otra manera: “Estar en la casa y cuidar de los niños es un cargo muy noble, pero que no se valora social ni económicamente”, explica sobre las amas de casa, “hoy las mujeres por lo general son más independientes económicamente pero a su vez tienen que llevar la carga del hogar, es una especie de doble pena”, comenta sobre estas labores.
Con optimismo contempla que poco a poco los hombres de las nuevas generaciones toman nuevos lugares en la educación de los niños, en un cambio que existe pero se muestra muy lentamente. Todo esto en una "gran labor" a la que le quedan muchos años para darse por completada, y que una vez así sea permitirá que dejen de existir las niñas que temieron a crecer como Doncella y a su vez como ella misma.